La sangre derramada en El Alcázar

Hoy vamos a relatar una leyenda que tiene como escenario Los Reales Alcázares de Sevilla. La protagoniza, una vez más, el rey Pedro I, apodado el ‘el Cruel’ por la fama de despiadado que adquirió durante su estancia en el trono, si bien sus partidarios lo calificaban como ‘el Justiciero’ para intentar equilibrar la balanza. No es la primera vez que hacemos referencia a sus presuntas fechorías (algunas de ellas no están documentadas), y probablemente tampoco será la última, pues su trayectoria como monarca dio mucho que hablar en toda Castilla, incluida la capital hispalense.

La historia que nos ocupa es, en esencia, un crimen pasional que tuvo lugar a mediados del siglo XIV. El rey estaba casado con Blanca de Borbón, pero, según las malas lenguas, el matrimonio sólo se consumó dos veces por motivos no demasiados claros. Había quien pensaba que Pedro I no tenía interés en ella porque realmente estaba enamorado de otra mujer (María de Padilla). También se rumoreaba que el hecho de que la familia de Blanca de Borbón no abonara la dote estipulada enfureció al monarca. Y también coexistía una tercera teoría que fue la que dio pie a la leyenda.

Según esta versión, Blanca de Borbón mantenía relaciones sexuales con Don Fadrique, hermanastro de su marido. El idilio llegó a oídos del rey, quien hizo llamar a Don Fadrique inmediatamente. Ambos se vieron las caras en El Alcázar, entablando una fuerte discusión que acabó en tragedia, pues Pedro I acuchilló a Don Fadrique con una daga hasta causarle la muerte. Dado que el suelo, de mármol, aún estaba en bruto y sin pulimentar, absorbió por completo la enorme mancha de sangre, que aún puede contemplarse en la sala de los azulejos.

Las campanas salvadoras de San Lorenzo

Allá por el año 1868 vivía en Sevilla un albañil llamado Esteban Pérez.

Más que por la calidad de sus trabajos, era conocido por realizarlos a cualquier hora del día y en cualquier fecha del año, de ahí que siempre estuviera disponible.

Por esta misma razón, una fría noche de invierno, cuando ya estaba sumido en el más profundo sueño, llamó a su puerta un misterioso hombre ataviado con una chistera y una capa oscura.

Iglesia de San Lorenzo
Campanario De la Iglesia de San Lorenzo de Sevilla

Le habló de un encargo tan urgente como sencillo que le reportaría pingües, pero con una condición peculiar: sería llevado al lugar con los ojos vendados y regresaría a su hogar de la misma manera.

Esteban rechazó, pero al ver una pistola apuntando a su pecho cambió de opinión y subió al coche de caballos.

Después de varias horas a ciegas, intentando imaginar por qué calles transitaba, fue ‘liberado’ en el interior de una vivienda y lo primero que vio fue una mujer amordazada.

El cliente le explicó que su misión consistía en levantar un tabique para que la habitación en la que se encontraba su rehén quedara sellada y el albañil no tuvo más remedio que complacerle.

Una vez terminada su tarea, Esteban fue devuelto a su domicilio, situado en la calle Marqués de la Mina, donde recibió nuevas coacciones para que no contara nada de lo sucedido.

Sin embargo, no pudo aparcar la idea de que podría estar colaborando en la muerte de una persona, por lo que hizo de tripas corazón y acudió al juez de guardia, que aquel día era Pedro León de Guevara.

La única pista que pudo ofrecerle era que había escuchado unas campanas que marcaban los cuartos y tras consultar al maestro relojero de la ciudad, llegaron a la conclusión de que no habían salido de la ciudad.

Entonces hicieron sonar una tras otra todas las campanas de Sevilla y para sorpresa de Esteban, identificó las de parroquia de San Lorenzo, es decir, las más cercanas a su casa.

Gracias a ello, los investigadores redujeron el perímetro y pudieron encontrar con vida a la joven emparedada y detener al secuestrador.

Éste, según algunas fuentes, era su propio marido; aunque otros testimonios aseguraron que se trataba de un cubano que había amasado una fortuna con falsas acusaciones y chantajes.

Un reptil en la Catedral

lagarto imagenEn la Catedral de Sevilla, concretamente en el techo de una de las naves del Patio de los Naranjos,  se encuentran cuatro objetos realmente peculiares: un cocodrilo de madera, un colmillo de elefante, un bocado (freno) aparentemente de caballo y un bastón de mando. Y la pregunta es inevitable: ¿cómo llegaron hasta allí? Existen varias leyendas que tratan de ofrecer una explicación razonable, y aunque ninguna de ellas tiene una base cien por cien sólida, pueden acercarnos a la realidad. La más extendida nos remonta hasta 1260, año en que el sultán de Egipto quiso casar a su primogénito con Berenguela, la hija del rey Alfonso X el Sabio.

Para conseguir su propósito envió una delegación cargada de regalos y entre ellos se hallaban el colmillo de elefante, un cocodrilo vivo extraído directamente del Nilo y una jirafa domesticada. Aun así, el monarca español rechazó la unión y mandó de regreso a los emisarios del sultán con nuevos presentes. Eso sí, se quedó con el cocodrilo, que fue disecado una vez muerto, y la jirafa, cuyo freno fue colgado junto a la piel del reptil. Con los años se añadió a la colección la vara del embajador castellano que viajó a Egipto para declinar amistosamente la proposición.

Ahora bien, ¿son esos objetos los mismos que podemos contemplar hoy día? No exactamente. El cocodrilo actual, conocido popularmente como ‘lagarto’, está tallado en madera y data del siglo XVI. Es muy posible que su estructura se corresponda con el original, pero a partir de ahí no hay más conexiones. Con todo, su imponente presencia llama poderosamente la atención,  sobre todo porque su naturaleza no guarda relación con el entorno, de ahí que sea uno de los mayores atractivos para los niños que visitan la Catedral. Otra teoría más ‘escéptica’ sostiene que el animal fue colocado en esa posición simplemente para espantar a las aves que se colaban en el templo.           

Los espectros del Fantasio

La irrupción de los centros comerciales y la expansión de la piratería audiovisual acabaron con muchos cines de Sevilla, incluido el Fantasio, al que un incendio terminó por darle la puntilla. Situado en la calle Pagés del Corro del barrio de Triana, cerca de la intersección con San Jacinto, gozó de mucha popularidad entre finales de los ochenta y principios de los noventa porque sus precios eran asequibles y apenas tenía competencia en ese lado del río. Pero también era conocido por el halo tétrico que le rodeaba, pues eran numerosas las leyendas de terror que circulaban en torno a sus proyecciones. Y no precisamente por el encantamiento de sus butacas o pantallas, sino por los ruidos que procedían del mugriento edificio de viviendas que estaba justo sobre él.

Algunos clientes juraron haber oído alaridos, pisadas y golpes secos, mientras que otros describieron espectros y luces cegadoras. El volumen de rumores fue creciendo de una manera tan abrumadora que el investigador García Bautista sintió la necesidad de estudiar aquellos sucesos paranormales. Pero su conclusión fue clara y concisa: allí no había nada extraño. Con el tiempo se descubrió que el origen de los fenómenos del Fantasio tenía una base estrictamente racional, trivial y mundana. Todo se debió a una promesa incumplida por parte del propietario del cine, que quedó en regalarle al dueño de un bar cercano uno de los pisos del edificio cuando concluyera las obras de remodelación. Pero faltó a su palabra.

Así, resentido por el engaño, el dueño del bar se propuso sabotear la venta del inmueble y comenzó a propagar todo tipo de invenciones sobre lo que ocurría unos metros más arriba del Fantasio. Durante un tiempo surtieron efecto, pues no había nadie que pasara por las inmediaciones y no dirigiera una mirada de desconfianza hacia la fachada, pero con el tiempo todo quedó en agua de borrajas. De hecho, el cine cerró definitivamente sus puertas en 1995 y las personas que viven en la planta superior lo hacen con absoluta normalidad. El fantasma, si es que alguna vez existió, se fue para no volver jamás.

La astucia de un rey

No es la primera vez que mencionamos a Pedro I y probablemente tampoco será la última. Como recordarán, en el siglo XIV este rey de Castilla era apodado por sus detractores como ‘El Cruel’ y por sus defensores como ‘El Justiciero’, fiel reflejo de que no dejaba a nadie indiferente. Sus andanzas por Sevilla dieron pie a varias leyendas y la que hoy nos ocupa tiene que ver con un asunto de honor. Una noche, mientras paseaba solo por el centro de la ciudad, se topó con uno de los Guzmanes, familia que apoyaba a su hermano bastardo en la lucha por el trono, y el encuentro fortuito terminó con un choque de espadas. Pedro I acabó con la vida de su oponente, creyendo que nadie le había visto, pero se equivocaba, pues una anciana que miraba por su ventana  distinguió perfectamente el chasquido de sus rodillas, conocido problema de nacimiento que le hacía caminar con dificultad.

Por aquel entonces, el alcalde de Sevilla, Domingo Cerón, se jactaba de que ningún delito cometido en la ciudad quedaba sin castigo y en este caso tampoco quiso hacer una excepción. De hecho, cuando los Guzmanes exigieron justicia, emprendió una investigación para esclarecer los hechos. “Cuando se halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte”, afirmó. El juicio se inició con la anciana como único testigo, pero ésta se negó a confesar pese a las fuertes presiones. Llegados a este punto, el rey se dirigió a ella y, en un alarde de poder, le pidió con buenas palabras que delatara al asesino.  Entonces, la mujer se dirigió a una sala contigua y cuando vio que Pedro I era la única persona que estaba a su lado, le dijo que si quería ver el rostro del malhechor que mirara de frente al espejo que había colgado en la pared.

Al día siguiente, el Alguacil Real recorrió las calles de Sevilla con una caja sellada y pregonando que dentro de ella se encontraba la cabeza del asesino. La llevó al lugar del crimen (llamado entonces Los Cuatro Colmillos), ordenó a unos albañiles que la introdujeran en una hornacina y aclaró a los presentes que nadie debía abrirla so pena de muerte. Y allí permaneció intacta hasta el Pedro I falleció y los Guzmanes se apresuraron a conocer su contenido. Fue entonces cuando descubrieron por fin la identidad del asesino, pues en el interior hallaron el busto del rey, aunque con una particularidad: era de mármol. Dicha estatua aún puede contemplarse en la calle Candilejo. 

La partida de ajedrez más decisiva

Año 1087. Las tropas de Alfonso VI, rey de Castilla y de León, se dirigen hacia las puertas de la Sevilla mora. Son mayores en número y todo hace indicar que el cerco dará sus frutos tarde o temprano. Mientras tanto, en el interior de la ciudad, Al Mu’tamid piensa en una manera inteligente de deshacerse de sus enemigos. Llegados a este punto, la leyenda va en una dirección y los hechos documentados, en otra. El relato fantástico asegura que al rey Taifa de Sevilla se le ocurrió desafiar al monarca cristiano de una manera un tanto peculiar: mediante una partida de ajedrez que decidiría el destino de la capital hispalense.

Cabe reseñar que el ajedrez es la evolución de un juego de mesa que se practicaba en la India (conocido como ‘chaturanga’), y llegó a occidente gracias a los musulmanes. Simbolizaba un campo de batalla y los generales practicaban en el tablero sus estrategias militares. Consciente de que este divertimento no era su fuerte, Al Mu’tamid pidió a su protegido, Ibn Ammar, que le representara en la partida. Fue una sabia decisión, ya que tras un intenso duelo mental, su discípulo proclamó el jaque mate. Alfonso VI respetó el pacto, retiró su ejército y se llevó el tablero y las piezas de ébano y sándalo como amargo recuerdo de su derrota.

Existe otra leyenda muy similar que trata de explicar el mismo episodio histórico. Según esta versión de los hechos, Al Mu’tamid, previendo que no tendría ninguna opción contra las hordas castellanas, mandó una delegación encabezada por su consejero Abenamar para negociar con Alfonso VI y evitar el derramamiento de sangre. Ambos conversaron en una tienda de campaña a la altura de Sierra Morena, donde el musulmán averiguó que a su anfitrión le apasionaba el ajedrez. Así las cosas, le retó a una partida en la que estarían en juego granos de arroz: dos por la primera casilla del tablero, cuatro por la segunda, dieciséis por la tercera y así sucesivamente. Abenamar no sólo demostró ser mejor jugador, sino también más avezado en las matemáticas, ya que cuando su oponente hizo los cálculos de su derrota llegó a la conclusión de que no había tanto arroz en Castilla para pagar su deuda. Por ello, como compensación, renunció a Sevilla.

Evidentemente, la realidad de aquel ataque frustrado es bien diferente y todo apunta a que Al’Mutamid sólo consiguió espantar a Alfonso VI mediante un exorbitante tributo.

Los misterios de El Palmar de Troya (III)

¿Cuánto ha habido de verdad y cuánto de fraude en El Palmar de Troya? Existen múltiples teorías que desmontan todo el entramado que se orquestó después de las presuntas revelaciones, las cuales son difícilmente contrastables. Algunas sostienen que las niñas, inocentemente, pusieron como excusa la aparición del a Virgen para justificar su tardanza aquel día ante los padres, mientras que otras van más allá y postulan que fueron sobornadas para iniciar el movimiento y agitar a la población de la pedanía, en su mayoría analfabeta. En cualquier caso, lo que está fuera de toda duda es que al poco tiempo las cuatro familias se marcharon de El Palmar, ya nunca más se supo de ellas y fueron reemplazadas por un nutrido grupo de visionarios.

Clemente Domínguez y Manuel Alonso fueron casi los últimos en llegar, pero rápidamente se hicieron notar. Se da por hecho que eran pareja sentimental y al primero de ellos le apodaban ‘la Voltio’ en los círculos homosexuales de Sevilla. Antes de ser autoproclamado Papa, Clemente perdió la visión en ambos ojos tras un accidente de tráfico en Bilbao. Aun así, siguió liderando la congregación hasta el 22 de marzo de 2005, día en el que falleció a la edad de 59 años. Como no podía ser de otra forma, su sucesor fue su inseparable Manuel Alonso, aunque cabe reseñar que este nombramiento provocó una fractura entre los adeptos. Bajo el nombre de Pedro II, llevó la voz cantante hasta que murió en julio de 2011 y fue relevado por el actual regente Sergio María (Gregorio XVIII).

En su momento de máximo apogeo, la Iglesia Palmariana contaba con un centenar de sacerdotes, unas 80 monjas, más de 2.000 devotos y varias delegaciones tanto por el territorio europeo como por el de Sudamérica. Ahora todas esas cifras han disminuido considerablemente, ya que se han producido escisiones importantes. Por desavenencias, algunos de sus religiosos formaron una nueva orden en Archidona y otros se integraron en la Iglesia Católica Apostólica Remanente. Un tercer grupo, el denominado ‘La Cruz Blanca’, comparte las creencias originales, pero se desmarcó de la parafernalia desde el primer momento y lleva a cabo sus ritos de forma discreta.

Lejos de ir abriéndose a la sociedad, la Iglesia Palmariana es cada vez más hermética, hasta el punto de que todos sus miembros tienen terminantemente prohibido relacionarse con el resto de la población salvo en cuestiones profesionales (negocios) o de imperiosa necesidad (salud), de ahí que se le considere también como una secta. ¿Qué futuro tiene esta comunidad? Según un experto en la materia como Manuel Molina, está condenada a desaparecer a corto o medio plazo. Y es que sus fuentes de ingresos decrecieron sustancialmente tras ser registrada en 1988 como asociación religiosa (mayor control de Hacienda) y por la posterior fuga de los adinerados que habían deducido impuestos. Así las cosas, se vio obligada a vender los inmuebles que poseía en el centro de la capital hispalense, los cuales sumaban una extensión de 3.000 metros cuadrados. Ahora subsiste gracias a las donaciones que realizan las personas mayores a las que cuida en su extensa finca de la Alcaparrosa.

Los misterios de El Palmar de Troya (II)

Clemente Domínguez era el rostro visible, y Manuel Alonso, el cerebro. Entre los dos fundaron la Orden de las Carmelitas de la Santa Faz, que se declaraba fiel al papa Pablo VI para intentar ganarse el favor de la Iglesia católica. Sin embargo, tras comprobar que El Vaticano pasaba olímpicamente de sus supuestos milagros, intentaron llamar su atención captando adeptos influyentes. Fue así como persuadieron al inversor suizo Maurice Revaz y a un arzobispo vietnamita llamado Pierre Martín Ngo Dinh Thuc, que nombró obispos a los dos cabecillas sin el permiso de la Santa Sede. Como no podía ser de otro modo, todos ellos fueron excomulgados inmediatamente y llegados a ese punto, no les quedó más remedio que escindirse del catolicismo.

Así las cosas, en 1975 se fundó la Iglesia Cristiana Palmariana, que consideraba a la matriz como una “gran ramera” y acusaba a sus cardenales de manipular al Sumo Pontífice con drogas. Como muestra de despecho, meses más tarde Clemente se autoproclamó Papa, bajo el nombre de Gregorio XVII. No contento con eso, canonizó a todos los símbolos de la extrema derecha española, como Francisco, Franco, Carrero Blanco, José Antonio Primo de Rivera o Calvo Sotelo, además de a Hitler, José María Escrivá de Balaguer y a otros personajes históricos como Cristóbal Colón, Don Pelayo o el Cardenal Cisneros. Asimismo, en un alarde de excentricidad, apartó de su comunión a todos los sacerdotes obreros, comunistas, a la Familia Real y a todos los que hubiesen visto la película ‘Jesucristo Superstar’.

Sus doctrinas sólo aceptan los veinte primeros concilios de la Iglesia Católica y tildan de “falsas” a todas las demás religiones. Sus misas son realmente peculiares, ya que constan de once turnos de tres minutos cada una y son pronunciadas en latín por un sacerdote que da la espalda a los feligreses. Todo ello, en un templo de incalculable valor patrimonial que se encuentra cerrado a cal y canto salvo para los devotos, que deben ir siempre con una vestimenta de acuerdo a la congregación: los hombres con pantalones oscuros y camisas sin remangar, y las mujeres, con una mantilla o un velo que les cubra la cabeza, una falda larga y una camisa abotonada hasta el cuello. Para garantizar la intimidad, el recinto está rodeado por una muralla de cinco metros de altura que impide la mirada de los curiosos.

Los misterios de El Palmar de Troya (I)

El 30 de marzo de 1968, cuatro niñas de entre 12 y 13 años caminaban juntas por un campo cercano a El Palmar de Troya, pedanía de la localidad sevillana de Utrera, cuando distinguieron la figura de la Virgen María en un árbol. Asustadas, rápidamente corrieron al pueblo para contárselo a sus padres, los cuales difundieron la noticia, que corrió como la pólvora de boca en boca. Como no había motivos aparentes para desconfiar del testimonio de unas crías, hubo quien empezó a acudir al lugar de los hechos para realizar sus oraciones. Así las cosas, de la noche a la mañana aquella zona de lentisco se convirtió poco menos que en un lugar sagrado.

A partir de ese momento comenzaron a multiplicarse las presuntas apariciones, curaciones milagrosas y demás fenómenos paranormales. De hecho, decenas de personas de otros lugares se trasladaron hasta el Palmar de Troya para pregonar sus propias experiencias místicas, aunque un hombre en concreto se erigió en el líder de todos aquellos videntes: Clemente Domínguez Gómez. Este corredor de seguros, que nació en Écija y trabajaba en la capital, juró haber visto a la Virgen María y difundió que le había ordenado librar a la iglesia católica de la herejía, el modernismo y el comunismo. Para hacer más creíble la revelación, se estigmatizaba delante de la muchedumbre, en espectáculos en los que abundaba la sangre.

En uno de ellos entró en trance nada más y nada menos que ante 30.000 personas, lo que deja a las claras que su popularidad crecía como la espuma. Con una legión de adeptos tras sus pasos, el 22 de diciembre de 1974 Clemente fundó la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, cuyas doctrinas eran realmente peculiares, aunque de ellas hablaremos detenidamente en el siguiente artículo. El caso es que, para emprender un proyecto religioso como el que tenía entre manos, necesitaba financiación y en ese apartado entró en juego su amigo de confianza: Manuel Alonso Corral. Este abogado se encargó de los asuntos burocráticos y de divulgar los milagros de El Palmar en términos locales, nacionales e internacionales, consiguiendo los donativos que permitieron construir el templo. Los más jugosos llegaron procedentes de empresas extranjeras que pretendían deducir impuestos.