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Más luz para el Alcázar
Desde hace unos días existe un motivo adicional para visitar el Real Alcázar, el monumento más concurrido de Sevilla. El reclamo no es otro que un nuevo sistema de iluminación artificial que conseguirá realzar su belleza en ausencia del sol, gracias a una inversión de 290.000 euros que ha corrido a cargo de la Fundación Sevillana Endesa. De esta manera, las tres principales estancias del conjunto arquitectónico, la fachada del Palacio del Rey Don Pedro, el Patio de las Doncellas y la Fachada del Patio de Banderas, brillarán más que nunca a los ojos de sevillanos y turistas en horario nocturno.
Lejos de suponer un gasto adicional para el Ayuntamiento, este proyecto supondrá un ahorro de energía del 75%, que en términos económicos se traducirá en un 17% menos de consumo eléctrico con respecto al sistema que venía utilizándose. Otra de las particularidades de la novedosa iluminación es que se adaptará a los distintos espectáculos que se realicen en el interior del Alcázar, así como a las condiciones meteorológicas, por lo que hablamos de una técnica ‘camaleónica’ capaz de graduar la intensidad, el colorido, la intermitencia, etc.
En cuanto a cantidades concretas, hay que reseñar que se han instalado un total de 126 proyectores de alta eficiencia basados en la tecnología led. Para que nos hagamos una idea, el coste global de una hora de encendido será de aproximadamente de un euro. Sin duda alguna, el flamante alumbrado artístico hará más atractivo si cabe al Alcázar, un monumento que recibió nada más y nada menos que 1.200.000 visitas el pasado año, dejando en las arcas municipales la importantísima cifra de 6.800.000 euros.
La otra Expo
Por proximidad en el tiempo, la Exposición Universal de 1992 suele ser uno de los temas más recurrentes de los sevillanos, pero en nuestra ciudad hubo otra muestra internacional de gran envergadura. Hablamos, naturalmente, de la Exposición Iberoamericana que arrancó el 9 de mayo de 1929 y duró hasta el 21 de junio de 1930. La idea fue concebida por el comandante de artillería Luis Rodríguez Caso y desde el primer momento tuvo muy buena acogida tanto en la Administración local como en la nacional, pero, como es habitual en proyectos de gran magnitud, precisó de un periodo amplio de maduración (dos décadas) para que se transformara en realidad.
La Exposición Iberoamericana le dio un lavado de cara a Sevilla, que hasta entonces no estaba preparada para ser un foco turístico de primer nivel. Por esta razón se llevó a cabo una profunda remodelación de las infraestructuras relacionadas con la luz, el agua, la pavimentación y el hospedaje, y con ella, la ciudad rejuveneció y se adaptó a los nuevos tiempos. Además, la implicación del rey Alfonso XII y la participación de las mentes hispalenses más brillantes del momento, como las de Aníbal González (arquitecto) y Torcuato Luca de Tena (periodista), garantizaron el éxito de una feria que movió más de ochenta millones de las antiguas pesetas, una ingente cantidad de dinero teniendo en cuenta que la entrada costaba dos pesetas.
La muestra abarcaba el Parque de María Luisa, el Prado de San Sebastián, los jardines del Palacio de San Telmo, el Paseo de las Delicias y una parte de lo que hoy es el barrio de Heliópolis. Argentina,Chile, Guatemala, Perú,Colombia,Uruguay, México,Cuba y República Dominicana tuvieron un pabellón permanente, mientras que Venezuela, El Salvador, Panamá,Costa Rica,Bolivia y Ecuador expusieron sus ‘tesoros’ de manera intermitente. Como datos curiosos, cabe destacar también que se construyó un estadio deportivo (el ‘Stadium’) y un parque de atracciones junto a la Avenida de la Raza. Y para recorrer todas las instalaciones de la Exposición Iberoamericana de 1929 de una manera cómoda y amena, se puso en marcha un carismático tren urbano llamado Liliput.
Hdad Esperanza de Triana. Capilla de los Marineros 3
Hdad Esperanza de Triana. Capilla de los Marineros 2
Hdad Esperanza de Triana. Capilla de los Marineros 1
Los antiguos kioskos del agua
A finales del siglo XIX se produjeron grandes movimientos migratorios del campo a las ciudades y éstas empezaron a tener un serio problema con el abastecimiento de agua. Sevilla no fue una excepción y necesitó un tiempo para equilibrar la oferta y la demanda del bien más preciado del mundo. Así las cosas, la primera solución planteada por el Ayuntamiento fue multiplicar las fuentes públicas (llegaron a coexistir 42), que habían tenido una gran aceptación en zonas muy transitadas como por ejemplo la Plaza del Pacífico (actual Magdalena). Sin embargo, esta medida no fue suficiente para contrarrestar el aumento de la población, sin obviar que la calidad del agua también dejaba mucho que desear.
De este modo, el Ayuntamiento promovió la instalación de kioskos de agua a lo largo y ancho de la ciudad con un diseño más o menos estandarizado, aunque algunos tenían un cerramiento de cristales y otros no. Mientras llegaban a las zonas de la periferia, la tradicional figura del aguador de Sevilla recuperó su vigencia y allí donde no había infraestructuras siempre se escuchaba su voz y se veían sus búcaros. No obstante, con el paso del tiempo sus clientes se volvieron más exigentes tanto en cantidad como en variedad (pedían vinos, licores, refrescos…), de ahí que le resultara materialmente imposible transportar tanto líquido y mantenerlos a buena temperatura.
Fue ésta la razón por la que los aguadores se volvieron sedentarios y optaron por regentar los puestos de agua, que se hicieron muy populares en Sevilla durante varias décadas. Dichos establecimientos son ahora motivo de actualidad porque la próxima portada de la Feria se inspirará en ellos. El autor del proyecto, el arquitecto Gregorio Esteban Pérez, ha apostado por las tonalidades primaverales (predomina el azul) y ha tomado como modelo el puesto que en su día estaba situado frente al Palacio de San Telmo. La estructura medirá cincuenta metros del altura por cuarenta de ancho e incluirá una alusión al 50 aniversario de la coronación de la Virgen de la Macarena.
Las inquebrantables Justa y Rufina
Es de Perogrullo afirmar que Justa y Rufina no fueron santas siempre y hoy nos hemos propuesto ahondar en sus biografías, que están estrechamente relacionadas. No en vano, hablamos de dos hermanas carnales que nacieron en Sevilla en los años 268 y 270 respectivamente durante el dominio romano. En aquellos tiempos imperaba el paganismo, por lo que el cristianismo que practicaban ellas suponía una rara excepción. Una vez al año, los romanos celebraban una fiesta en honor a Venus y una comitiva recorría las calles pidiendo una aportación económica de casa en casa. Cuando llegaron al hogar de Justa y Rufina, éstas no solo se negaron a pagar por un evento contrario a su fe, sino que destrozaron la figura de la diosa que portaban los recaudadores.
Diogeniano, a la sazón gobernador de la ciudad, ordenó a sus subalternos que las encerraran y las obligaran a abandonar sus creencias religiosas. Dado que por las buenas no consiguieron nada, utilizaron distintos métodos de tortura, tales como el potro (un macabro instrumento que tiraba de las extremidades) y los garfios de hierro, pero el resultado fue idéntico. Así las cosas, fueron recluidas en una celda mugrienta en la que recibían agua y comida con cuentagotas para que sufrieran física y psicológicamente. Sin embargo, para sorpresa de todos, lograron resistir estoicamente.
Tuvieron que inventarse un nuevo castigo y esta vez las forzaron a caminar descalzas hasta Sierra Morena, confiando en que se derrumbarían por el camino. Pero una vez más, volvieron a subestimarlas. Las mandaron de vuelta a un calabozo, donde en condiciones infrahumanas sobrevivieron juntas durante un tiempo más hasta que Justa falleció. Entonces Diogeniano decidió acabar su matanza guiando a su hermana Rufina hasta el anfiteatro para que un león la devorara delante de las masas, pero asombrosamente el animal se limitó a lamerle sus vestiduras. Harto de tantos reveses que ponían en duda su poder, el prefecto mandó degollarla y quemarla en la hoguera. Justa y Rufina demostraron una fe inquebrantable y por eso la Iglesia decidió canonizarlas siglos después.
El heredero del puente de barcas
A mediados del siglo XIX, los arquitectos franceses Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot recibieron el encargo de sustituir el puente de barcas por uno más sólido y moderno. El antiguo sufría de lo lindo con las crecidas del río Guadalquivir y la ciudad necesitaba una conexión estable entre el barrio Triana y el centro de Sevilla. La empresa no era nada sencilla. De hecho, los romanos nunca consiguieron unir las dos orillas de forma permanente debido a los eternos problemas de cimentación, mientras que los musulmanes tuvieron que inventarse una peculiar pasarela mediante una sucesión de pequeñas embarcaciones que estaban unidas por cadenas (el puente de barcas). Más o menos cumplía su objetivo, pero precisaba de reparaciones periódicas y con frecuencia algunas personas caían al agua y morían ahogadas.
Por todo ello, se construyó el Puente de Triana, cuyo nombre oficial es Puente de Isabel II porque se inauguró durante su reinado con un vistoso desfile militar. Se tomó como espejo el extinto Puente Carrousel de París que atravesaba el Sena y se utilizaron como materiales la piedra y el hierro, prescindiendo por fin de la traicionera madera. Además, las autoridades exigieron a los contratistas que las piezas fueran elaboradas en Sevilla, razón por la cual los talleres de los hermanos Bonaplata trabajaron a destajo durante el periodo comprendido entre 1845 y 1852. El resultado fue una obra excelente tanto a nivel estético como desde el punto de vista funcional, de ahí que hoy es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
El 13 de abril de 1976 el puente fue declarado Monumento Histórico Nacional y un año más tarde fue reformado por el ingeniero onubense Juan Batanero. En dicha reestructuración se instaló un nuevo tablero y los arcos dejaron de ser pilares estructurales para convertirse en meros elementos decorativos. Por último, cabe reseñar que en el extremo del puente más cercano a Triana se encuentra la Capilla del Carmen, conocida coloquialmente como ‘El mechero’ por su forma y sus reducidas dimensiones. La edificación de este pequeño templo fue supervisada por el mismísimo Aníbal González y es sede de la Hermandad de Gloria de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.



