La noche en el Real

Originalmente, la Feria se celebraba principalmente de día, pues no había ningún motivo para posponer la compra y venta de ganado a la noche, y la iluminación artificial tampoco estaba a la orden del día. De hecho, en un principio se utilizaba el petróleo como fuente de energía y posteriormente se pasó al gas, con las consabidas ventajas e inconvenientes que presenta este combustible. Ya en 1877, con motivo de la visita de la reina Isabel II, se instalaron por primera vez los vistosos farolillos de papel que han llegado a nuestro tiempo, pero sólo por una cuestión estrictamente estética, ya que por aquel entonces aún no emitían luz.

Hubo que esperar seis años más, concretamente hasta 1883, para que el Real del Prado de San Sebastián se encendiera bajo las estrellas mediante una instalación eléctrica, la que llevó a cabo la compañía Sevillana de Electricidad. Previamente ya se habían realizado algunas pruebas con potentes focos, pero los resultados no habían sido del todo satisfactorios. No obstante, uno de los ensayos que se habían efectuado sí tuvo bastante éxito a posteriori. Corrió a cargo de la empresa Niessen, que inventó un casquillo para que las bombillas pudieran ser enroscadas en los cables eléctricos de forma segura y cómoda, dando la posibilidad de formar preciosas hileras de luces como las que vemos actualmente.

Cuando se pone el sol entran en funcionamiento más de 250.000 bombillas repartidas entre 275.000 metros cuadrados y un total de 1.049 casetas, pero para la Feria de Sevilla la iluminación artificial es mucho más que una cuestión logística. De hecho, el tradicional alumbrado de la noche del pescaíto simboliza la alegría del comienzo de la fiesta y el apagado, la tristeza de que ha llegado el final. Todo ello, acompañado de los fuegos artificiales, que colorean el cielo hispalense nada más y nada menos que desde 1864. Ahí es nada.

Portadas con encanto

La Portada de la Feria es la puerta de entrada al Real, el mayor punto de encuentro de todo el recinto, el eje sobre el que se orientan los despistados y también el monumento camaleónico de todas las primaveras. Originalmente no era cambiante, sino que se aprovechaba para tal efecto alguna estructura cercana a los antiguos emplazamientos, como por ejemplo la Puerta de San Fernando, situada a la altura de la Real Fábrica de Tabacos, o la célebre Pasarela en el Prado de San Sebastián. Sin embargo, tras la desaparición de ésta última en 1921, empezó a implantarse la costumbre de instalar cada año una portada que pusiera en relieve el patrimonio de Sevilla.

Las primeras fueron pequeñas y escuetas, pero poco a poco fueron mejorando tanto en originalidad como en calidad.  Ya en 1948 se diseñó la recordada ‘Torre de los Toreros’, levantada sobre una fuente y decorada con capotes y cabezas de toros. A partir de los cincuenta se pierde el miedo a las alturas y se edifican portadas de mayor envergadura. Sin ir más lejos, la de 1966 abarcaba dos calles. La de 1974 estaba rodeada de escaleras que permitían el acceso a su interior y fue la más visitada de todos los tiempos, mientras que la de 2003, que homenajeaba el 500 aniversario de la fundación de la Universidad de Sevilla, alcanzó la máxima altura hasta la fecha (47 metros). Más recientemente fueron dedicadas a los 100 años de existencia de los dos clubes de fútbol de la ciudad: Sevilla (2005) y Betis (2007).

La portada de este año, ideada por Manuel Jesús Jiménez Varo y Miguel Ángel Pérez Cabo, los mismos autores de la del año pasado, mata tres pájaros de un tiro, ya que está inspirada en la Plaza de España, conmemora el 75 aniversario de la Fundación Once y hace alusión a la Hermandad del Rocío de Triana. El jurado la eligió por unanimidad pese a que se presentaron más de 80 proyectos y su construcción ha sido laboriosa. No en vano, se han necesitado unas 15.000 horas de trabajo, 2.500 metros de cables, 20.000 bombillas, 4.000 metros cuadrados de pintura y 500.000 euros de presupuesto. Eso sí, el esfuerzo ha merecido la pena, ya que ha tenido una muy buena acogida tanto por los entendidos en la materia como por el por el público en general.

Las voces de la Feria

La auténtica banda sonora de la Feria de Abril está compuesta única y exclusivamente por sevillanas.  Y además, no por unas cualquieras, sino por las mejores, independientemente del año en el que fueron lanzadas. Y es que las buenas sevillanas nunca pasan de moda y buena prueba de ello es que nuestros padres cantaban y bailaban muchas de las que siguen sonando ahora en las casetas, mientras que a los nuevos autores les cuesta la más misma vida colarse entre el selecto repertorio. Es por ello que hoy haremos un recorrido por los autores más celebres de este palo del flamenco, cuyas voces han permanecido (y seguirán permaneciendo) en nuestros oídos durante incontables horas.

Los primeros discos corrieron a cargo de Los Hermanos Toronjo, que impulsaron el subgénero de las sevillanas ‘bíblicas’, las cuales aluden a algún episodio religioso y tienen una moraleja final. Posteriormente entraron en escena Los Hermanos Reyes, naturales de Castilleja de la Cuesta, quienes ampliaron los horizontes tanto en las melodías como en las letras. También en el Aljarafe, concretamente en Gines, se crió Manuel Pareja Obregón, otro de los grandes compositores. Del mismo modo, artistas especializadas en la copla y en otros palos del flamenco hicieron sus propias incursiones en las sevillanas, con son los casos de La Niña de los Peines, Lola Flores, Paquita Rico, Concha Piquer, Estrellita Castro…

Y nos siguen faltando muchos autores por mencionar. Cuesta imaginar cómo sería de la Feria de Abril sin los Cantores de Híspalis y su clásico ‘A bailar sevillanas’, sin los Amigos de Gines y sus emotivas ‘Sueña la Margarita’ y ‘Cuando un amigo se va’, sin Las Carlotas y su tradicional ‘Esta niña viene tarde’, sin ‘Requiebros’ y su archiconocida ‘Mírala cara a cara’, sin María del Monte y su exitazo ‘Cántame’,  sin el estilo peculiar de El Mani con ‘¡Ay que te como!, sin Ecos del Rocío y su precioso tema ‘Soy del sur’, sin Albahaca y su animosa ‘Pasa la vida’, etcétera.

Las sevillanas: nuestro baile

La Feria de Abril está a la vuelta de la esquina y muy pronto empezarán a entonarse un sinfín de sevillanas en el Real, de ahí que hayamos elegido este momento para hablar sobre el mayor rasgo distintivo de nuestro folclore tradicional. Sus antecedentes más remotos datan del periodo de los Reyes Católicos,  cuando eran conocidas como ‘seguidillas castellanas’ y aún no se bailaban, pero con el tiempo fueron transformándose en lo que hoy conocemos. Naturalmente, pasaron por distintas etapas de transición: durante el Renacimiento eran una danza bulliciosa, en el siglo XVIII se acompasaron, posteriormente el maestro Pedro de la Rosa fijó la estructura de tres cuerpos de tres tercios, a comienzos del XIX tomó prestados elementos del bolero, etcétera.

En torno a 1850 la sevillana adoptó su identidad definitiva y empezó a extenderse por toda la ciudad como una ola, pues se había encontrado una perfecta simbiosis entre los sonidos de la guitarra flamenca, las voces afinadas con acento andaluz, las palmas y las castañuelas. Se bailaban en todas las ferias, tanto en las de la capital como en las de la provincia, en bodas, en cumpleaños, en los corrales de vecinos, en los salones de los aristócratas, en las romerías…  Su éxito traspasó las fronteras hispalenses y recorrió la región, luego el país y más recientemente, todo el globo terráqueo.

No hay que olvidar que en la actualidad las sevillanas son el baile regional más divulgado en España y también el más exportado al exterior, fruto de una profesionalización llevada a cabo en las últimas décadas con la implantación de academias repartidas por la geografía internacional, donde enseñan a realizar los cuatro movimientos más característicos: el paseíllo, la pasada, el careo y el remate, que pueden ejecutarse con matices diferentes en función de la personalidad y el salero de cada uno. Los que residimos en Sevilla tenemos la suerte de asociar cada uno de estos pasos casi de manera innata gracias a los conocimientos que se transmiten de generación en generación y el momento de ponerlos en práctica ha llegado.

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