Crónica de un lunes Post-Portabilidad

Anoche, domingo, me acosté aproximadamente a las 01.30 (zulú) por estar leyendo y respondiendo preguntas en un foro de ayuda a usuarios de GNU/Linux al que pertenezco y que, de paso, os recomiendo: www.ForoSuSE.org.

 

Me despierto, hoy lunes, a las 6 de la mañana porque mi móvil nuevo de Movistar ha sido activado por fin y se ha encendido sólo! Tras haber estado 3 días sin línea porque a Vodafone se le ocurrió la genial idea de cortármela (la línea) setenta y dos horas antes de la fecha programada para la portabilidad. No comments.

Así que, a pesar del poco periodo de descanso del que he disfrutado esta fría noche y emocionado cual bebé con juguete nuevo, he estado sin percatarme hasta las 08.40 bicheando en el móvil, que, por cierto, está muy guapo: Palm Pré.

Entonces, miro la hora y salgo ‘escopeteado’ a la ducha, a vestirme, a desayunar (si un café frío con sacarina líquida se puede llamar desayuno…), al coche y ‘echando mixtos’ en dirección al trabajo. Nada más arrancar, como Murphy manda, pasan cerca de diez coches seguidos por la calle donde vivo, una calle de Sevilla en la que nunca pasan coches a casi ninguna hora, impidiéndome salir cuando lo pretendía.

 

 

Tras conseguir salir del aparcamiento en la puerta de mi casa (poca gente puede afirmar esto en mi ciudad), cojo el camino de siempre que, como Murphy manda, está a reventar de coches sospechosamente lentos. Y después esperar la ‘pequeña’ (‘¬¬) cola para echar gasolina (porque tenía el depósito vacío ya que mi ‘pater’ cogió el coche ayer sin decírmelo), cuando iba a la altura del cruce del Puente de Las Delicias, se me ocurre, mientras espero en un semáforo, ‘linkar’ mi nuevo móvil al manos libres bluetooth del coche y llamar al curro diciendo que estaba en un atasco en mitad del citado puente (ya eran las 9.10, qué iban a importar diez minutos tarde más), que llegaría cuanto antes y que no me pasaran llamadas (qué bien queda eso de pedir “No me pases llamadas”). Cosa que era totalmente mentira (de lo que me arrepiento enormemente por ello y no lo haré más… ^^) y que he aprovechado para parar a comprar tabaco.

Paro en doble fila en la puerta del Estanco, dándome cuenta de que no me quedaba dinero suelto tras echar 20€ de gasolina y de reservar el dinero que la administración del trabajo me prestó (previa firma de documento acreditativo del préstamo :P) para pagar el móvil Movistar que me entregaron el Viernes sin avisar y que me pilló con 10 céntimos en la cartera…

• «Buenos días», dije al entrar. Nadie, de las dos mujeres que había o el hombre tras el mostrador, responde. Ni tan siquiera me miran. o.Ô. Extrañado, me callo y espero pacientemente mi turno, que no se demora más que unos sesenta interminables segundos.

• “¿Qué desea?”, pregunta el hombre.

• “Dos paquetes de LM”, reaccioné de mi letargo pidiendo, en previsión de un importe suficiente para un pago con tarjeta (5,70€ que ya el otro día me dejaron abonar del mismo modo en otro Estanco de la zona).

Cuando le saco la tarjeta al tío (perdón, «Dependiente de  monopolio en la producción o venta de un determinado bien, en este caso Tabaco, asumido por el Estado y otorgado a particulares a cambio de un ingreso a Hacienda”), me mira y mantenemos la siguiente conversación, corta, pero intensa:

• «El mínimo para comprar con tarjeta es 25€».

• «Eso… es norma tuya, ¿verdad?», y lo miro con cara de ‘¿Te crees que soy tonto?’.

• «Sí, hasta lo he puesto en la puerta», me dice sin inmutarse.

Me doy la vuelta y miro en el cristal de la puerta la típica pegatina de pago con tarjetas que tienen la mayoría de los establecimientos (y que sé de buena tinta que regalan con la instalación del TPV del banco), para darme cuenta, a los cuatro segundos de buscar, de un pequeño recorte de folio blanco pegado con celo en los extremos al borde inferior de la mencionada pegatina que reza, escrito con letra minúscula pero legible: “Importe mínimo 25€”.

Me vuelvo hacia el hombre, que me devuelve la mirada, un tanto orgulloso de su ‘anuncio’. Resignado y sin ganas de discutir a estas horas de la mañana debido a mi necesidad de llegar al trabajo a una hora prudencial, mi cara se convierte realmente en ‘cara de tonto’ y le digo:

• «Menuda estafa… Dame un cartón».

Tras lo cual, pasa la tarjeta, firmo, me da mi cartón y me voy sin decir una sola palabra más, ni “Adiós” ni “Buenos días”, faltaría más…

Total, que me monto en el coche, abro el cartón, abro un paquete, se me caen todos por el coche (menuda mierda de plastiquito que les ponen para agarrarlos ‘¬¬), me enciendo indignado un cigarro y reanudo la marcha.

Ojalá pudiera decir que el trayecto del estanco al trabajo ha transcurrido sin más novedad, pero estaría mintiendo. A la altura del principio de la avenida Carlos III, tras un paso inferior que hay antes de una ligera curva a la derecha con semáforo al final de ella que siempre está en rojo, se me para delante, de un considerable frenazo controlado en unos diez metros, una moto de gran cilindrada que circulaba, delante de mí y yo tras ella, a una gran velocidad (dejémoslo ahí) porque el semáforo se nos ponía en ámbar.

Como espero que comprendáis (y si no, pues nada), el peso de una moto y el de un coche nada tienen que ver a esa velocidad, por lo que yo, en diez metros, no paro ni de coña. No me preguntéis cómo, porque no tengo ni puta idea, consigo sortear la moto a una distancia digamos ‘peligrosa’ (si alguien tiene cojones de medir más de tres centímetros entre mi coche y la moto en ese instante, le pongo un monumento en medio de la Plaza del Triunfo). Me salto el semáforo, ya en rojo, y menos mal que iba ‘rápido’ que si no, habría tenido luego que esquivar los vehículos que cruzaran. Aunque, sinceramente, creo que alguno de ellos ha podido llegar a pensar “¿Qué coño era eso?”.

No sin temblar, sigo conduciendo con la inercia del punto muerto hasta el siguiente semáforo que estaba en rojo a medio kilómetro, aproximadamente. Suelto el volante, retiro los pies de los pedales, respiro profundamente e inexplicablemente pienso: ‘¿Dónde está el cigarro que tenía en la mano?’.

Me sobresaltan unos golpes en mi ventanilla. Miro y veo unas gafas minúsculas tras la visera abierta de un casco oscuro enorme. Bajo la ventanilla y oigo una vocecilla chirriante, que no concuerda con semejante tamaño de cuerpo, decir:

• “¡Tío, que casi me matas!”.

Como si no me hubiera dado cuenta, vamos (‘¬¬).

Sin embargo, y para mi propia sorpresa, exploto (y debo reconocer que) irracionalmente, supongo que ‘culpa’ de mi encuentro con “El Estanquero” y le grito enérgicamente:

• “¿Pero tú te crees que se puede frenar en menos de diez metros yendo a la velocidad que íbamos los dos? ¡Gilipollas!”.

Viendo la, también, cara de sorpresa del motero cabezón ante mi inesperada respuesta, aprovecho el semáforo ya en verde para arrancar lo más rápido posible que mis temblorosas manos y pies me dejan, y desaparecer tras la curva que debo tomar para llegar al aparcamiento de mi trabajo.

Tembloroso y, repito, irracionalmente mosqueado, aparco y me voy al trabajo lo más rápido posible, para ‘disfrutar’ de uno de los lunes más estresantes de mi vida (como tenía que ser, claro está ‘¬¬).

Os contaría este lunes, uno de los peores que he tenido tras haber dormido cuatro horas y media y habiendo pasado lo que me ha pasado en menos de treinta minutos, pero en realidad, eso es otra historia…

 

 

PD: Pido, sinceramente, mil y una disculpas por mi comportamiento totalmente injustificado ante aquel motero.
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