La santa del pueblo

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conventoDevotos de toda España abarrotaron ayer la Casa Madre de Santa Ángela. Ya lo certifica el dicho: la fe mueve montañas. Y debe ser cierto, al menos, para las miles de personas procedentes de diferentes puntos de la geografía española que acudieron ayer para visitar el habitáculo donde Santa Ángela de la Cruz falleció hace ya 79 años.Cada 2 de marzo, los tranquilos muros del convento de clausura de las Hermanas de la Cruz, en la calle Santa Ángela, se ven alterados por el constante trasiego de fieles que aguardan su turno para visitar la habitación donde falleció la fundadora. «Venimos 55 personas de Cádiz y Chiclana. Desde que la beatificaron no hemos faltado ningún año», comentaba Inmaculada López a las puertas del convento, donde la cola y la bulla parecían más propia de la Semana Santa.

A pies quietos, los devotos soportaron horas de cola. Sin embargo, no se escuchaba ninguna queja. Todo lo contrario. Carmen Muñoz y Antonia Ureña son madre e hija. Cada una portaba un ramo de flores. «Vivimos en frente del convento de las Hermanas de la Cruz en Osuna. Creemos mucho en ella. No nos importa esperar en la cola», explicaban emocionadas.Apoyado en la valla, casi llegando a la puerta de entrada, Francisco Sánchez aguardaba su turno. «Vengo solo. No venía desde mi primera visita, hace 40 años. He estado 45 días en la UCI y necesito darle las gracias por estar vivo», relataba este vecino de la localidad sevillana de Peñaflor.Santa Marta, Aldea de Retamar, Cortegana, Cortés de Pelea y Entrín Bajo son las localidades de un grupo de 57 fieles que llegaron a Sevilla vía autocar. Otilia Zarallo es la organizadora. «Soy muy devota. A veces, cuando venimos, traemos al cura del pueblo para que dé la misa en la capilla del convento». Su sobrina, Adela García, dijo sentirse especialmente conmovida. «He tenido un tumor. Me encomendé a ella y ahora estoy curada. He venido otras veces por gusto, pero hoy vengo a darle las gracias».En la puerta, gestionando la entrada, está Ángela de la Cruz, de 25 años. Es una de las treinta jóvenes que forman parte del grupo de voluntarias que ayudan en la organización. «Mi madre me puso Ángela y en cuanto pude me puse de la Cruz por ella. Creo fehacientemente en Santa Ángela. Salvó a mi hermano.Cuando nació, los médicos no nos daban esperanzas de que viviese. Una amiga de mi madre lo encomendó a Santa Ángela y a los pocos días sanó. Fue uno de los niños milagro, uno de los casos que llevaron al Vaticano para su canonización».En la habitación donde murió, se pueden ver los objetos personales de Santa Ángela, como sus utensilios de aseo, su hábito, su mesa y su silla. En la estancia, el recogimiento es absoluto. Una de las hermanas explicaba que «en un tiempo en el que sólo vale lo material, mostrar lo austeramente que ella vivió quizás despierte en la gente algún sentimiento». En la salida, María Luisa Martín, de 85 años, se toma un respiro: «El aceite que dan las hermanitas es milagroso. Lo hacen con la cera que gotea de las velas. Me lo pongo, rezo y se me quita el dolor. Aquí hay misterio».Las voluntarias entregan al término del recorrido ramitos de violetas que luego los devotos pasan por la tarima de madera donde murió Santa Ángela. Cuando ésta falleció fue recubierta de violetas, su flor preferida, símbolo de la humildad que tan a gala llevó a lo largo de su vida.

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