Dicen que las mejores esencias se guardan en frascos pequeños, y esta afirmación le viene como anillo al dedo al Jardin de la Caridad, ya que, pese a tener unas dimensiones muy modestas, consigue embelesar a todo el mundo. Para el que ande despistado, hablamos de un jardín con más de cien años de historia que está situado junto al Teatro de la Maestranza. Fue el Hermano de la Mayor de la Hermandad de la Caridad quien, a finales del siglo XIX, solicitó dichos terrenos al Cabildo Catedralicio para que el hospital que lleva el mismo nombre tuviese una zona verde.
A lo largo de su existencia, el Jardín de la Caridad ha pasado por momentos buenos y otros no tan buenos. Sin ir más lejos, tras la Expo de 1992 quedó clausurado, pero los indigentes encontraron la manera de entrar en el recinto y apropiarse de él. Se convirtió, pues, en el jardín olvidado, como el título de la famosa novela de Kate Morton. Afortunadamente, en 2004 la Diputación de Sevilla cedió su uso al Ayuntamiento y éste llevó a cabo una profunda renovación antes de reabrirlo.
Si los edificios evolucionan, qué decir de un jardín, que está compuesto por seres vivos. Por eso, más que recordar lo que un día tuvo, conviene enumerar lo que hoy se puede hallar en él. Para empezar, hay que resaltar que cuenta con una superficie de 2.800 metros cuadrados, rodeada por una verja romántica que fue elaborada con zócalo de ladrillo. En su interior, los caminos de albero nos sirven de guía y los setos delimitan los diferentes parterres, que cuentan con una treintena de especies: jacarandás, árboles del coral, algarrobos, naranjos, robles sedosos, ciruelos, ceibos, etcétera.
Asimismo, en el jardín también hay espacio para una escultura de gran valor. Se trata de la obra póstuma de Antonio Susillo, que representa a Miguel Mañara (el gran precursor de la Santa Caridad en Sevilla) con un enfermo en los brazos. Susillo, que se suicidó en 1896, dejó terminado el molde en barro y posteriormente la figura fue fundida en bronce.