El 6 de abril de 1926, el rey Alfonso XIII ‘bautizó’ en Sevilla un puente con su nombre, aunque popularmente siempre se le conoció como Puente de Hierro. Había sido diseñado por el ingeniero José Delgado Brackenbury con motivo de la celebración de la Exposición Iberoamericana de 1929 y pretendía ofrecer una segunda opción para atravesar el río Guadalquivir, ya que por aquel entonces sólo podía hacerse (de manera ‘ordenada’) a través del Puente de Triana. El emplazamiento elegido fue el tramo que conectaba la Avenida de La Raza (hoy Las Razas) con Tablada.
Con más de 200 toneladas de acero dulce, se edificó un puente móvil con un carril para cada sentido, válido tanto para vehículos como para la vía férrea. Eso sí, cuando algún tren se disponía a cruzarlo, el tráfico de coches debía cortarse. De igual modo, si un buque llegaba al puerto de Sevilla, su estructura se abría para dejarle paso. El puente gozó de buena salud hasta los años 80, cuando tuvo lugar un accidente que dejó a las claras su situación de semiabandono. No en vano, el ginecólogo Rafael López no pudo ver las señales luminosas de un semáforo que estaba oculto entre unos bidones y su coche cayó al río cuando el puente se abrió de forma inesperada para él.
Su muerte levantó muchísima polémica, abrió un largo proceso judicial y aceleró la construcción del Puente de Las Delicias, que tomó el testigo en 1992. Desde entonces a esta parte, el Puente de Hierro ha estado varias veces a punto de ser demolido, pero la oposición ciudadana lo ha impedido. Sin embargo, lo que no ha conseguido evitar es el expolio que viene sufriendo en los últimos años. Sin ir más lejos, hace aproximadamente un mes fueron arrancadas y robadas las bolas decorativas y una buena parte de la barandilla de hierro (20 metros). Un triste final para un puente con mucha historia.