La eternidad de la Puerta de la Carne

Puerta de la carne Sevilla
A lo largo de la longeva historia de Sevilla pocos lugares pueden presumir de haber tenido más vitalidad que la Puerta de la Carne. Junto a la Puerta de Carmona, fue la única entrada a la ciudad construida por los romanos que sobrevivió a la ampliación del sistema de amurallamiento que llevaron a cabo posteriormente los almorávides para defenderse de los cristianos. Eso sí, los musulmanes la remodelaron por completo, le impusieron su preciosista sello arquitectónico y la llamaron Vib-Ahogar en honor al maestro alarife que la diseñó, aunque también hubo un periodo en el que se la conoció como Puerta de las Perlas.

Ya en el siglo XIII, las ofensivas de Fernando III el Santo terminaron dando sus frutos y la ciudad pasó a manos cristianas. Sin embargo, con la reordenación del territorio y de sus gentes, la Puerta de la carne SevillaPuerta de la Carne quedó encuadrada en el barrio de los judíos, a los que inicialmente se les permitió permanecer en la ciudad. Ellos la conocían como Minjoar, un nombre que hace referencia a un respetado hebreo de la época, y era el único acceso que tenían para comunicarse con el exterior. Por ello, era muy transitada y servía como punto de encuentro para todos los que profesaban esta religión. Muy cerca de allí se encontraba la sinagoga, justo donde hoy se halla la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves.

Pero para los judíos todo cambió en 1391, cuando empezaron a ser perseguidos, asesinados y expulsados de Sevilla. Lejos de marginar la zona en la que vivieron sus enemigos, los cristianos la aprovecharon como centro comercial. ¿Cómo? Edificando a sus afueras un gran matadero, cuya carne tendría que entrar inexorablemente en la ciudad por esa puerta hasta llegar a la Plaza de la Alfalfa, que es donde estaban situadas las Carnicerías Reales. Cuentan los libros que era la única puerta de la ciudad que se mantenía abierta las 24 horas del día para favorecer todo el flujo de mercancías, un dato que sin duda pone de manifiesto su relevancia económica y por ende, su popularidad. Además, ya por aquel entonces se valoraba su valor histórico. De hecho, en su fachada principal se podían leer los siguientes versos: ‘Hércules me construyó, Julio Cesar la reparó y el héroe Fernando III la conquisto para Cristo’.

Con el paso de los años y como consecuencia de los episodios bélicos que se vivieron a sus pies, tales como la invasión napoleónica o la revolución cantonal, la estructura de la Puerta de la Carne fue deteriorándose y tuvo que ser restaurada varias veces. Por desgracia, hubo un momento en el que las autoridades de la ciudad creyeron que ya no merecía la pena mantenerla en pie y decretaron su derribo. Así pues, en marzo de 1864 la Puerta de la Carne dejó de existir físicamente para siempre.

En cualquier caso, el hecho de que fuese un lugar importante para romanos, musulmanes, judíos y cristianos le hará pasar a la eternidad. La prueba que lo demuestra es que el cruce de las calles Santa María la Blanca y Cano Cueto se sigue conociendo como la Puerta de la Carne pese a no conservarse ni un solo vestigio de lo que fue.

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