La primera pregunta que se hacen los no iniciados en la Semana Santa de Sevilla al escuchar el nombre de ‘Cristo de Burgos’ es por qué hace referencia a la ciudad castellano-leonesa. La respuesta se halla en 1574, año en el que el escultor Juan Bautista Vázquez ‘El Viejo’ lo talló a imagen y semejanza del que se venera en la Catedral de Burgos, por encargo de Juan de Castañeda. No obstante, también se tomó como referencia otra imagen de Sevilla, tal y como quedó reflejado en un documento escrito en el que el autor se comprometía a incorporar “una corona de espinas y sus cabellos largos y un paño en el cuerpo, según y en la forma que está y lo tiene el Santo Crucifijo de la Capilla de San Agustín de esta ciudad”, imagen que presidía los primitivos Viacrucis de la capital hispalense.
Inicialmente, el Cristo de Burgos fue ubicado en la capilla funeraria de la iglesia de San Pedro, pero ya en 1830 se habilitaron unos cuartos que se encontraban bajo la torre para que la imagen fuese venerada convenientemente. Décadas más tarde, José Ordóñez llevó a cabo una profunda restauración de la imagen, cambiando muchos aspectos de su fisonomía original. Por ejemplo, la cabellera natural fue sustituida por una de pasta, le colocó una corona de espinas superpuesta y le esculpió un sudario con maderas encoladas, cuyo nudo se encuentra en su cadera derecha.
El Crucificado, que mide 1,67 metros de estatura y es el segundo más antiguo de Sevilla, sólo superado por el Cristo de la Vera Cruz, procesiona cada Miércoles Santo seguido por Madre de Dios de la Palma, de la que hablaremos en otra ocasión. El paso, sobrio, oscuro e iluminado tenuemente por cuatro hachones de color tiniebla, concuerda perfectamente con la imponente imagen de Jesucristo ya muerto y el silencio que le acompaña, el cual sólo es cortado por los solemnes sonidos del oboe, el clarinete y el fagot. En resumen, el Cristo de Burgos es una imagen que nunca se olvida.