No queda ningún vestigio de ella, pero seguimos hablando de la Puerta Osario como si siguiera en pie. Y eso que hace mucho tiempo que dejó de existir, concretamente, desde el 22 de septiembre 1868, día en el que se procedió a su derribo. Previamente había sido una de las entradas de la ciudad; ni la más antigua, ni la más hermosa (de ahí que haya pocas representaciones gráficas), pero sí de las más importantes por su posición estratégica (se hallaba en el cruce de las calles Valle y Puñonrostro).
¿Cómo era? Muy simplista. Su estructura se basaba en un arco de medio punto, sobre el que se instaló un placa para recordar su fecha de construcción, y un torreón a cada lado para las labores de guardia, a los cuales se ascendía por una escalara de caracol. Ahí acababan los detalles, por lo que su ornamentación difería mucho de las otras puertas de la ciudad. El origen de la Puerta Osario se remonta al siglo XII, cuando los almorávides decidieron expandir Isbilya más allá de las fronteras conocidas. Más adelante fue reformada en numerosas ocasiones, unas veces por las crecidas del Tagarete, otras por los gustos estéticos de los cristianos y, finalmente, por el impacto que dejaron en ella las Guerras Carlistas.
¿Y de dónde viene el nombre de ‘Osario’? Esa es una pregunta para la que no hay una respuesta consensuada. Los musulmanes la llamaban ‘Bib Alfat’ (Puerta de la Victoria) porque sus tropas entraron por ahí tras ganar la batalla de Alarcos, pero la denominación cristiana arroja más dudas. Una teoría sostiene que el topónimo procede de un cementerio musulmán que se encontraba fuera de las murallas, y otra, la del historiador Rodrigo Caro, lo atribuye al antiguo ‘unzario’ (lugar en el que se pesaba la harina).
Ahora la Puerta Osario vuelve a ser motivo de actualidad por el descubrimiento de una parte de su muralla, hallada de manera accidental durante el derribo de un inmueble.