La ofensa al Marqués de Pickman

El 11 de febrero de 1873, el rey Amadeo I concedió un título nobiliario a Carlos Pickman Jones por su gran labor industrial al frente de la fábrica de cerámica de La Cartuja (Sevilla). De este modo, este comerciante británico, aunque afincado en Sevilla desde muy joven, pasó a ser el Marqués de Pickman, tratamiento que recibió hasta el día de su muerte. Dado que sólo tuvo una hija, Enriqueta, el título pasó a su yerno, Rafael de León y Primo de Rivera, un cordobés criado en una familia aristocrática venida a menos. Su agitada vida estuvo repleta de anécdotas, si bien hoy nos detendremos en el episodio de su fallecimiento.

Y es que no murió en circunstancias naturales, sino tras un duelo, práctica que ya estaba en desuso. Pero vayamos por partes. El marqués era una persona bastante peculiar. No en vano, pasaba más tiempo en la calle que en su mansión, acudía a todas las fiestas, frecuentaba tugurios y prestaba dinero a sus amigos, aunque éstos no fueran de fiar. No debe sorprender, por tanto, que pese a su privilegiada posición económica, llegara un momento en el que su bolsillo empezó a flaquear. Y fue entonces cuando le pidió prestado una importante cantidad de dinero a un capitán de la guardia civil, llamado Vicente García de Paredes.

Este hombre no era precisamente discreto, de ahí que se jactara de estar cobrándose la deuda de una manera muy particular: manteniendo un romance con la marquesa. Cuando las habladurías llegaron a oídos del marqués, los acontecimientos se precipitaron, hubo alguna que otra bofetada en plena calle y se retaron en un duelo a vida o muerte. El encuentro tuvo lugar el 10 de octubre de 1904 en la Hacienda del Rosario, a las afueras de Sevilla. El horario (5 de la tarde) sorprendió a propios y extraños, ya que los duelos estaban prohibidos y sólo se celebran esporádicamente al alba para evitar la intervención de las autoridades.

Sin embargo, el marqués de Pickman quería que fuese algo sonado. Por eso desoyó las presiones políticas y los consejos de sus familiares. Así las cosas, ambos contenientes cumplieron su palabra y llegaron al lugar y a la hora acordada, con sus correspondientes padrinos. Cada uno cogió su pistola y dieron quince pasos en direcciones opuestas, justo antes de darse la vuelta y apuntar al enemigo. Los testigos contaron tres disparos, y fue Rafael de León, el marqués, quien cayó desplomado y muerto. El sepelio fue fastuoso, si bien el capellán se mostró reacio a darle sepultura en un recinto sagrado, pues la Iglesia rechazaba frontalmente los duelos. Con todo, los allegados y empleados del marqués, que se contaban por centenas, enterraron al fallecido por la fuerza en el panteón familiar, lo cual no impidió que, solo un día después, la Guardia Municipal exhumara el cadáver y lo trasladara al cementerio de disidentes.  

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