En el siglo XV, en España sólo era posible cursar estudios avanzados en Salamanca (la gran capital del conocimiento), Valladolid, Lérida y Barcelona, pero a raíz del descubrimiento de América se desató una fiebre por fundar universidades en todo el territorio español. La de Sevilla fue una de las 27 que se instituyeron durante la siguiente centuria, aunque no se puede decir que empezara de cero, ya que otras academias le habían allanado el camino. De hecho, en 1254 el rey Alfonso X había otorgado a la ciudad un privilegio para poner en marcha un centro de enseñanza de Latín y Árabe y posteriormente echó a andar la escuela catedralicia de San Miguel, donde los clérigos
instruían gramática y teología.
Con todo, las autoridades civiles y eclesiásticas eran conscientes de que Sevilla necesitaba una universidad en toda regla y por eso removieron cielo y tierra para conseguir el apoyo de las altas instancias. Tanto es así que Maese Rodrigo Fernández de Santaella, a la sazón arcediano de la Catedral de Sevilla y considerado por todos como el gran precursor, convenció a Isabel la Católica para que intercediera en favor de la capital hispalense. “Muy Santo Padre […] me encomiendo en vuestra santidad, a la qual plegue saber que yo escribo a Lorenzo Suares de Figueroa, mi embaxador, que reside en su corte, para que de mi parte le suplique algunas cosas tocantes a la fundación e dotación de un colegio quel protonotario mº Rodrigo, canónigo de la Santa Yglesia de Seuilla, que lo quiere fundar e dotar […] Escripta en Sevilla a XX de marzo de MD años, de v. s. muy umilde devota fija que sus santos pies e manos besa”, escribió la reina al Papa, según el texto original (en castellano antiguo) reproducido por Ollero Pina.
Antes de que la misiva pudiera surtir efecto, en 1502 los Reyes Católicos concedieron al Ayuntamiento de Sevilla una Real Cédula para la fundación de una nueva universidad. Aquel gesto de la monarquía levantó ampollas en Salamanca, donde se redactó una queja formal por este trato de favor, temiendo que Sevilla pudiera acabar con su hegemonía académica. Tres años más tarde, el papa Julio II decretó también la ansiada bula que daba luz verde a la enseñanza de Artes, Lógica, Filosofía, Teología, Derecho Canónico y Derecho Civil en nuestra ciudad. Así las cosas, llegados a este punto, Sevilla reunía todo lo necesario para construir su facultad. De sus primeros pasos hablaremos en el siguiente artículo.