Dejando a Itálica al margen, en Sevilla no hay demasiados vestigios de la época romana. Al menos, no todos los que nos gustarían, aunque hay honrosas excepciones, como es el caso de las columnas de la calle Mármoles. Si bien no puede asegurarse con absoluta certeza, todo hace indicar que en su día pertenecieron al pórtico de un templo que se encontraba en el mismo emplazamiento. Por las dimensiones, debió tratarse de un edificio público de bastante importancia, aunque de momento ha sido imposible concretar su función.
Las tres columnas miden aproximadamente ocho metros, de los cuales, cinco se encuentran por debajo del nivel actual de la calle y tres sobre la superficie. Dado que no son especialmente llamativas y está rodeadas de casas, en pleno barrio de San Bartolomé, pueden pasar desapercibidas para los viandantes más apresurados o despistados, quienes no verán en ellas un pequeño pero valioso trozo de la historia de la ciudad… y del imperio. Tanto es así que sólo hay capiteles similares en la Villa Adriana (Tívoli).
Conviene reseñar que en el año 1574 fueron descubiertas otras tres columnas idénticas, aunque ya no residen en la calle Mármoles. Dos de ellas fueron trasladadas a la Alameda de Hércules, donde hacen las veces de pedestal para esculturas del fundador de Sevilla, mientras que la otra se rompió mientras la trasladaban al Real Alcázar. Había sido el rey Pedro I de Castilla quien había ordenado que la llevaran a su residencia, un lugar mucho más refinado, tras haberse encaprichado de ella, pero una pifia de sus siervos en la calle Borceguinería (actual Mateos Gago) dio al traste con sus planes.