Es mentira que el tiempo lo cure todo. Hay pérdidas irreparables, tragedias que no se pueden olvidar, vacíos que no se vuelven a ocupar y lágrimas que no se llegan a secar. Han pasado tres años desde la desaparición de Marta del Castillo y el dolor que sienten sus padres sigue y seguirá perenne siempre.
El único error que cometió esta sevillana de 17 años fue no saber elegir bien sus amistades, aunque eso es algo que nos ha pasado a todos alguna vez. La diferencia es que ella lo pagó con la vida y el hecho de que esta semana haya comenzado por fin el juicio es un consuelo insuficiente pero necesario.
Ahora los medios de comunicación vuelven a darle más cobertura mediática al suceso y los ciudadanos de a pie volvemos a condenar lo que pasó en nuestras conversaciones cotidianas. No obstante, lo verdaderamente triste es que llegará un momento en el que este drama dejará de ser relevante para todos menos para los que conocían y querían a Marta. Eso sí, nadie en su sano juicio lo olvidará ni lo perdonará.
Mientras tanto, toca exigir justicia, una palabra para la que cada persona tiene un significado diferente. Justicia no sólo por lo que los asesinos y encubridores hicieron, sino también por lo que siguen haciendo. Justicia por reírse de la Policía, de los seres queridos de Marta y de la propia Justicia ocultando el cuerpo. Justicia por romper corazones que nunca volverán a latir con la misma fuerza.
El sistema judicial, el mismo que a veces parece velar más por los derechos de los presuntos culpables que por el de las víctimas, dictará sentencia en unos meses. Que no ganen los malos. Aunque no sirva para solucionar nada, que no ganen los malos.