Los buenos días de Manuela.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos días, de recuerdos.

Estuve ayer en el recinto de la Feria.
Los operarios corrían, volaban, como un cohete.
Lo entiendo. Quedan pocos días, y por lo que he visto, mucho por hacer.
Como allí no pintaba nada. Nunca mejor dicho, porque estaban pintando por todas partes, decidí ir al Parque.
Cuando en Sevilla decimos Parque, nos referimos al de María Luisa.

Y allí, empecé a recordar otras Ferias, las de mi infancia, mi adolescencia, mi juventud.
¡Me entró una morriña!
Y paseando, recordando y soñando, llegué hasta el Prado.

Para los más jóvenes, para los menos conocedores de Sevilla, el Prado de San Sebastián, era el lugar donde estaba ubicada la feria.

¡Hace mucho tiempo de esto! No sé si treinta y ocho o treinta y nueve años.
Me pierdo con las fechas porque yo ya tengo treinta años en cualquier rincón.
Me quedé un buen rato, mirando la glorieta del Cid. Así se la conocía en esos años.
Ahora no la conoce ni el Cid.

Cuando quedábamos con amigos para entrar en la Feria, nos citábamos en el Caballo, otra forma de llamarla.
De pronto me puse reír como una loca.
No sé si la gente me estaría mirando. Yo no veía nada, tenía los ojos llenos de lágrimas de tanto reírme.
No sé porqué cuando uno se ríe a gusto, se llora.
Algo debe estar conectado.

La gracia consiste, en que todos nos citábamos allí por considerar que era un lugar que no tenía pérdida.

¡La Glorieta estaba más llena que el Real!
Se oían voces, llamando a grito pelao: ¡Manoooloo!, ¡Juuaniiito!, ¡Isaaaabeee! ¿Dóooonde os habéeeeiiis metido?

¡Pues, allí! ¿No habíamos quedado allí?
Allí estábamos metidos. No había forma de encontrarse.
Pero como éramos jóvenes y teníamos la noche por delante, nos daba por reírnos.
Y mientras aparecía el amigo o el noviete de turno, se formaban corros y se cantaba y se bailaba.
No se perdía puntá.

Recuerdo que un año, como no encontré a mi pandilla, me fui con otro grupo.
Lo pasé estupendamente. Conocí gente nueva y amplié mi círculo de amistades.

¡La Feria es así! ¡La Feria era así!

La mayoría de los jóvenes de mi entorno no teníamos caseta.
Había pocas, y eran, no privadas, privativas.
Algunos, los menos, tenían acceso al Circulo Mercantil.
Uno o dos privilegiados entraban en el Labradores.

Para la gran mayoría nuestra caseta era la calle.
Y allí, en el puritito albero, bailábamos y cantábamos hasta reventar.
Ni siquiera teníamos dinero para comprar algo.
Cuando azuzaba el hambre, sacábamos el bocadillo, que llevábamos en el entresijo de los volantes.
Se compartía lo que hubiera, reponíamos fuerzas y a seguir.
Volvíamos a casa con los pies llenitos de ampollas, con la garganta rota, pero con la alegría de haber vivido la feria.

¡Qué recuerdos!
Espero que los jóvenes de hoy lo pasen igual o mejor.

¡Claro que sí!
La Feria es para pasarlo bien y disfrutar a tope.
Y al que no le guste, que se quede en casa.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos y de recuerdos.

 

Manuela Sosa Martin.

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