Los buenos días de Manuela.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos días, de Martes Santo.

Todos los días de Semana Santa son especiales en Sevilla.
Cada uno de ellos es doblemente especial para los nazarenos, si es el día que procesionan con su hermandad.

Es un día de nervios, de expectación por el clima, de regocijo devoto, de ilusión cofrade.
Es: Un día especial.
Para mí lo es el martes. Soy hermana de la Candelaria y he salido, muchos años, desde que admitieron mujeres.

Fue una decisión muy controvertida. No todas las hermandades querían admitirnos e incluso dentro de la propia hermandad los había a favor y en contra.
Recuerdo mi primera estación de penitencia con tanta emoción que aún, hoy, me dura.

Al quitarme el capirote dentro de la iglesia, algunos hermanos mi miraban con recelo, algunos con estupor, algunos con descontento, algunos me miraban sin verme. Tanta era su expresión de desprecio, que chocaba con la devoción, y con el respeto al derecho de la mujer.
Algunos aún siguen haciéndolo.

Afortunadamente para el colectivo hombre, la mayoría se sentía nuestros hermanos.
Yo había cumplido un sueño que anhelaba desde que era niña y no me importaba lo que pensaran.
¡Yo iba a salir de nazarena!

Empecé mi andadura como debe ser. Primer tramo de Cristo.
Era la primera pareja detrás de la cruz de guía.
Deciros lo que sentí, y cómo lo disfruté, me sería difícil. Coparía la página entera y eso no es.

Desde mi casa, como mandan las normas, salí vestida e investida de nazarena.
Fui por el camino más corto y haciendo honor a mis titulares, sin llamar la atención. Llevando con dignidad, con humildad y con recogimiento mi túnica nazarena.

Siempre he salido con el Paso de Cristo, Nuestro Padre de la Salud.
Y siempre me la concedió para poder acompañarlo.

Los últimos años iba delante de Él.
Oyendo su respiración, escuchando las saetas que le cantaban con esa oración honda, hecha cante, con la que canta el pueblo de Sevilla.
Y, como soy humana, luciendo con orgullo, mi cirio con contera.
Es el honor que recibimos los que llevamos años procesionando.

Ya hace unos años que no salgo.

Sigo sintiendo el mismo cosquilleo que el primer día y el Martes Santo es para mí especial.

Un día, o a lo mejor esta tarde os contaré algunas anécdotas que me pasaron.

Doy gracias a la vida por haberme permitido vestir la túnica de la Candelaria.
¡Ay, esos Jardines de Murillo!
El silencio, la oscuridad. Las dos filas de nazarenos con el cirio, en la cadera, como si fueran las antorchas que guiaran los pasos de los costaleros. Como luciérnagas en la noche de Sevilla. Como estrellas sostenidas con nuestras manos. Como un adelanto de cielo.

Y la paciencia de toda esa gente que esperaba horas hasta que pasábamos.

Hay que vivirlo. No se puede contar.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos y de Martes Santo.

 

Manuela Sosa Martin.

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