Los buenos días de Manuela.

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos días, de prepaseo.

Después de tanto hablar del barrio del Arenal, ayer no pude contener las ganas y bajé a dar un paseo.
Digo bajar porque ahora vivo en el Aljarafe y Sevilla está más baja. Está a orillas de su río.

Ese río atrajo a muchas civilizaciones.
Es el único navegable hasta el mar y además sus vegas son ricas en productividad agrícola. Al menos lo eran hace miles de años.

Las civilizaciones primitivas se asentaban siempre a orillas de un río.
El agua es necesaria para vivir. Es más, sin agua no hay vida.

Y los habitantes primitivos sabían muy bien cómo buscar sus sustento en la tierra fértil de los ríos.

Entré por la calle Betis para ver al frente la orilla del Arenal. Llegué hasta el puente de Triana y desde allí emprendí el Paseo de Colón abajo.
Miraba los rostros de las personas con las que me cruzaba por si encontraba en ellos vestigios celtas, íberos, fenicios, tartessos, romanos, árabes…

Son tantas las civilizaciones que se han aposentado aquí que estoy segura que algo se ha quedado en nosotros y no sólo en los monumentos o en las construcciones.

Con la imaginación me trasladé a la vida de estos habitantes primitivos y soñé con dólmenes y menhires, con cabellos rubios como el sol al alba de los celtas, con la corpulencia del hombre íbero, con las naves fenicias de proa alargada mirando al horizonte.

Me entretuve viendo el tesoro y las monedas de los Tartessos, bebí agua del acueducto romano y hasta empapé mi tostada en el oleoducto que llegaba hasta Extremadura.
Me senté al lado de la Torre del Oro en postura árabe y esperé que me llegaran los poemas de Al-Mutamid.

Y esa fue mi perdición.
Me embelesé con su poesía, perdí la noción del tiempo y si me descuido me coge allí la noche.

Un ruido de bocinas, un tronar de motores, me volvieron a la realidad.
Me trasladaron de golpe a nuestra civilización.

Confieso que el cambio fue brutal.
Desde la calma a las prisas.
Desde la paz del alma a preguntarme qué hora era, y ser consciente de tener que regresar de mi ensoñación.
Desde el sueño a la vigilia.
De lo poético a lo prosaico.
De la idealidad a la realidad.

Tuve que salir de ese estado de bienestar y regresar a casa.

Pero, ¡qué me quiten lo bailao!

Buenos días, amigos de Sevilla.
Buenos y de prepaseo.

 

Manuela Sosa Martin.

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