Los buenos días de Manuela.

Buenos días, amigos de Sevilla.

Buenos días de picaresca sevillana.

El dueño de un cortijo de Coria del Río, le debía un favor al señor arzobispo de Sevilla.

Decidió mandarle para Navidad doce pavos vivos.

Escogió a unos de sus trabajadores del campo y le dijo: “Fulanito, mañana coges los doce mejore pavos del corral y se los llevas al arzobispo de Sevilla.

Aquí tienes la tarjeta con la felicitación y el número de pavos que le mando.

Mañana sales al alba y te plantas allí antes del mediodía.”

Coge la tarjeta y dicho y hecho.

A la mañana siguiente escoge entre los pavos los doce mejores, coge la vara y se encamina a Sevilla.

De Coria del Río a Sevilla hay doce kilómetros. En esa época los trabajadores del muelle o de la tabacalera lo recorrían como si fuera un paseo entre nubes.

Pero, claro, con los pavos hay que ir a otro ritmo y guiándoles con la vara.

A la altura de Gelves, el hombre, cansado ya de apavear. Piensa:” Hay que ver, mis chiquillos pasando hambre y el señor arzobispo con doce pavos.”

Y así dándole y dándole vueltas a la cabeza se le ocurrió la idea.

Le retuerce el cuello a un pavo, el más gordo, y lo esconde en una alcantarilla de la carretera.

Aliviado, sabiendo que sus hijos cenarían bien esa Noche Buena, canturreando por lo bajinis, llega el hombre al palacio arzobispal

Lo recibe un palaciego, le entrega la tarjeta y los once pavos.

Se iba tan feliz el hombre cuando el arzobispo en persona le hace gente;

“¡Oiga, oiga, pavero!

Mande usted, ¿ qué se le ofrece?

Pues mire que la tarjeta dice: Aquí le mando doce pavos y los cuento y solo hay once.

¡Ah, once!

Si, buen hombre once y la tarjeta dice doce.

¡Ah, doce!

Sí, y los cuento y solo hay once.

¡Ah, once!

Pero la tarjeta dice doce

¡Ah, doce!

Y así, una y otra vez.

Cansado el arzobispo le dice. Oiga, ¿no había en su pueblo otro más tonto que usted?

No señor, soy el más tonto por eso me han mandado, sirvo para pocas cosas y para no parar a los otros el amo me ha dicho que viniera yo.

Pues vaya usted, alma de Dios, y dígale a su amo que me ha mandado once pavos,

¡Ah, once!

Sí pero la tarjeta dice ahí le mando doce pavos.

¡Ah, doce!

Ande, ande váyase que no hay forma de que entienda usted nada.

No señor nada. Quede con Dios.

Vaya usted con él.”

Cuando el hombre se vio libre del arzobispo, las alpargatas echaban humo y le daban en el culo de tanto como corría.

Sacó el pavo de la alcantarilla, llegó corriendo a su casa y le dijo a su mujer:

“Esta noche los chiquillos cenan como el arzobispo, toma esta pava.

Pero, marido, este pavo,¿ por qué? Porque no sé contar y porque soy tonto

Por eso hoy cenaremos como el arzobispo”

Ni a su mujer le dijo la verdad. Lo que nace con uno, debe morir con uno

No hace falta añadir moraleja.

En cortijo grande el que es tonto se muere de hambre.

El pavero se hizo pasar por tonto y comió a cuerpo de rey,

de rey arzobispal.

¡Cuántos paveros han tenido que espabilar en nuestra tierra!

Me quedo con ellos, así comeré caliente,

Buenos días, amigos de Sevilla.

Buenos y de picaresca sevillana.

 

Manuela Sosa Martin.

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