Manuel Molina: el último rasgueo

“Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera; es más hermoso cantar, aunque se cante con pena”. El mundo del flamenco no ha podido cumplir el deseo de Manuel Molina, que falleció el pasado martes 19 de mayo casi sin tiempo para despedirse, pues se había negado a recibir tratamiento para la enfermedad que le diagnosticaron hace tan sólo unos meses.

Hablar de Manuel Molina es hablar de un artista de los pies a la cabeza. Nació hace 67 años en Ceuta, se crio en Algeciras, donde labró una amistad con Paco de Lucía, y terminó haciéndose hombre en Triana, el lugar que más le marcó. Fue su padre quien le enseñó a tocar la guitarra y ya en la adolescencia comenzó a hacer sus primeros pinitos en la música, formando parte de grupos tan variopintos como ‘Los Gitanillos del Tardón’, en el que coincidió con Chiquetete, o ‘Smash’, claramente influenciado por el rock progresivo. De semejante cóctel salió el germen del denominado rock andaluz, aunque la patente de este estilo es compartida con Jesús de la Rosa.

 

Cuando conoció a Lole Montoya, su vida dio un giro tanto en el plano personal como en el profesional. No en vano, se convirtieron en pareja sentimental y musical, formando el exitoso grupo ‘Lole y Manuel’. Generalmente, ella ponía la voz y él los rasgueos de guitarra, aunque con el tiempo Molina también se fue animando a cantar. ‘Nuevo día’ (1975) fue el primero de sus sietes discos y obtuvo una buena acogida, si bien la consagración llegó con el siguiente trabajo: ‘Pasaje del agua’ (1976). Aunque lo que hacían era claramente flamenco, la introducción de tintes árabes en los ritmos y hippies en las letras les hizo llegar a un público más amplio y heterogéneo. Tanto el matrimonio como el dúo musical terminó separándose, aunque dejó como legado una hija: la también artista Alba Molina. 

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