Pedro inició ayer su jornada laboral a las siete y media de la mañana, a la misma hora en que se abrían las puertas de la basílica de San Lorenzo. «Lo único que me han dicho es que me quede aquí y que esté atento». Ayer le tocaba prestar un servicio especial dentro de su largo curriculum como
vigilante jurado: custodiar al Señor de Sevilla en el primer día en que el camarín del Nazareno se abría de nuevo a la visita de los fieles después de la brutal agresión de la que fue objeto la imagen el pasado 21 de junio por parte de un perturbado mental. Había sed de Gran Poder después de casi quince días sin besar su talón, y eso que hacía solo una semana que el Nazareno reapareció entre los suyos en el presbiterio del templo ofreciendo a ras de suelo su mano izquierda a los besos reparadores de miles de sevillanos.
La decisión de la hermandad de clausurar el acceso de los fieles al camarín del Señor, a excepción de los viernes, mientras se buscan otras medidas más definitvas que garanticen la seguridad de la talla originó que ayer el trajín de devotos acudiendo a su encuentro fuera continuo desde primera hora de la mañana. De nuevo se vieron las camisas moradas de promesa y el cordón amarillo al cuello de sus devotos. Y de nuevo, las manos arrugadas de las abuelas empuñando ramilletes de claveles rojos en ofrenda al Nazareno. La estampa novedosa del día es la presencia de un uniforme tras la mampara de cristal que deja al aire el talón del Señor. A medio metro de la imagen, como si fuera una prolongación del brazo largo de su cruz, se encuentra Pedro. «Hay gente que se extraña de verme, porque nunca han visto un vigilante aquí». «Oiga, ¿y cuál fue el brazo que le arrancaron?». Sin pretenderlo, el vigilante jurado se ha convertido en la diana de la curiosidad de muchos devotos y se ve forzado a ejercer de improvisado guía. Las explicaciones que da en voz baja en torno a los pormenores y detalles del ataque del que fue objeto el Señor del Gran Poder son casi una atracción turística para los fieles más fisgones. «Ahí puso el pie y de un salto se encaramó al pedestal…», cuenta con toda su buena voluntad el nuevo compañero del Señor mientras la cola de devotos que aguardan el beso llega por momentos a la puerta de la sacristía. «Yo estaría siempre aquí, lo que pasa es que con la edad que tengo es imposible estar tantas horas de pie», dice el vigilante de la empresa Emsevipro sin perder el más mínimo detalle de los movimientos de los fieles y de esas manos que a veces se alzan para tocar su cruz.»La verdad es que siento una emoción grandísima estando aquí. Soy muy devoto del Gran Poder por mi padre, que me hizo hermano, pero a su muerte, causé baja», relata Pedro. Seis horas custodiando al Gran Poder en la siempre poblada intimidad de su camarín le han bastado para convencerse de una necesidad: la de que su nombre vuelta a integrar la nómina de hermanos del Señor.