El origen de los belenes se puede situar en la Nochebuena de 1233, día en el que a San Francisco de Asís se le ocurrió representar un pesebre viviente en una cueva de Greccio (Italia) después de haber peregrinado a los lugares sagrados del cristianismo. A partir de entonces, la idea fue extendiéndose por todo el país transalpino y llegó a España en el siglo XVI. En un principio sólo se ilustraba el nacimiento del Niño Jesús, pero poco a poco se fueron cambiando las personas por figuras e introduciendo todos y cada uno de los detalles de la historia, por muy superficiales que pudieran parecer a simple vista. Es precisamente esa minuciosidad a la hora de concebirlos lo que ha convertido a Sevilla en un referente del belenismo.
Es más, los libros dicen que la Catedral de Sevilla fue el lugar en el que se reprodujo por primera vez la iconografía completa, un dato que nos lleva a entender por qué la tradición de visitar belenes está tan arraigada en nuestra ciudad. La costumbre se transmite de generación,y los niños que hoy se deleitan al contemplarlos son los mismos que dentro de unas décadas llevarán a sus hijos a hacer lo propio. Y así, mientras entonan villancicos, les conducirán por las calles del centro de Sevilla para explicarles cómo y dónde se produjo el alumbramiento, enumerarles los
regalos que le hicieron los Reyes Magos, mostrarles la ubicación del clásico
caganer y transmitirles un sinfín de conocimientos navideños hasta que los pies digan basta.
La oferta ha sido, es y a buen seguro seguirá siendo bastante amplia. Hoy día se pueden visitar belenes de bella factura como el de la Catedral, el del Arquillo del Ayuntamiento, el napolitano de Cajasol, el del Ateneo, el de El Corte Inglés, el de Círculo Mercantil (en la calle Sierpes), el de la Plaza Virgen de los Reyes, el del Convento de Santa Rosalía (calle Cardenal Espínola)… Y todo ello, sin contar los de muchas hermandades, los que se exponen en la provincia y los que se colocan en las propias casas, algunos de ellos elaborados artesanalmente con una escrupulosidad a la altura de los más populares.