A Manuel López-Quiroga Miquel dejaron de llamarle muy pronto por su nombre y durante toda su madurez fue conocido como el ‘Maestro Quiroga’. Nació en Sevilla el 30 de enero de 1899 y aunque aprendió el oficio de su padre, que era un artesano grabador, su verdadera pasión era la música. Un organista le introdujo en ella y al poco tiempo ya era el encargado de tocar el órgano de la Iglesia de los Jesuitas. No satisfecho con sus innegables cualidades innatas, quiso aprender de los mejores y por eso ingresó en el Conservatorio Municipal para estudiar solfeo y piano con Rafael González, composición con Eduardo Torres y armonía con Luis Mariani.
A los 24 años estrenó su primera obra, la zarzuela ‘Sevilla, ¡qué grande eres!”, título que refleja perfectamente su arraigo a la ciudad, y a renglón seguido presentó ‘El cortijo de las matas, Presagio rojo’, que cosechó un éxito rotundo. En 1929 hizo las maletas y se mudó a Madrid para progresar como artista y ampliar su agenda de contactos. En la capital de España instruyó a principiantes y se dedicó a componer sin pausa. Buena prueba de ello es que a más de 5.000 canciones llevan su firma y muchas de ellas causaron furor en la España de la posguerra.
Cabe destacar que el Maestro Quiroga se hacía cargo exclusivamente de la música, pero siempre estuvo rodeado de los mejores letristas (Antonio Quintero, Salvador Valverde, Rafael de León) y vocalistas (Juanita Reina, Estrellita Castro, Concha Piquer) para crear conjuntamente piezas excelentes, tales como ‘María de la O’, ‘Tatuaje’,’ La Zarzamora’, ‘La Parrala’, etcétera. En pleno auge de la copla, sus acordes también llegaron al cine, y más concretamente, a las películas folclóricas que proliferaron entre 1940 y 1960. Una década después fue nombrado Consejero de Honor de la Sociedad General de Autores de España y siguió recibiendo distinciones por sus méritos hasta que falleció en 1988.
No todo el mundo sabe que Marifé de Triana nació en Burguillos (1936), aunque si adoptó el nombre del barrio con más solera de Sevilla para su apellido artístico no fue por casualidad, sino porque vivió buena parte de su infancia allí. Y además, en su salsa, pues su carácter encajaba a la perfección en aquel arrabal, que encontraba motivos para la alegría incluso en plena posguerra. Su padre, que era contratista de obras públicas, murió cuando ella solo tenía 9 años y al poco tiempo decidió dejar los estudios para intentar labrarse un hueco en el mundo del espectáculo. Sin embargo, aún era demasiado pequeña para ganar dinero, los ingresos escaseaban en casa y su madre hasta se vio obligada a vender la máquina de coser. Y cuando ya no había nada más que vender, tomó la determinación de llevarse a sus cinco hijos a Madrid.
Sevilla y su provincia han sido cuna de grandes escritores desde tiempos inmemoriales y hoy hablaremos de dos ellos que compartían la misma sangre: los hermanos Álvarez Quintero. Serafín y Joaquín nacieron con apenas dos años de diferencia en Utrera a finales del siglo XIX y desde pequeños empezaron a interesarse por la literatura. De hecho, siendo adolescentes ya estrenaron su primera obra en el Teatro Cervantes de Sevilla, titulada ‘Esgrima y Amor’. El gran éxito obtenido invitó a su padre a trasladarlos a la capital hispalense, donde encontraron trabajo en el Ministerio de Hacienda. Allí, entre el trajín burocrático, surgieron nuevas ideas que fueron plasmadas en la tranquilidad del hogar.
XX. Nació en 1870 en el seno de una familia acomodada y desde muy temprana edad mostró interés por las letras: literatura, historia, filosofía, etcétera. Pese a que se dedicó en cuerpo y alma al mundo de la comunicación, estudió para ser maestro, profesión que nunca llevó a desempeñar. Y es que lo que verdaderamente le gustaba era narrar la actualidad y por eso pululó por distintos periódicos pequeños hasta que en 1902 ingresó el El Liberal.
La capital transalpina no la llegó a visitar por culpa del estallido de la I Guerra Mundial, pero en tierras galas sí se empapó de cultura. Tras hacer una intensa escala en Madrid, volvió a Sevilla para poner en práctica todo lo aprendido y decidió abrir un pequeño taller. Pronto le llegó el encargo que le cambió la vida: la construcción de las imágenes del Misterio de Cristo ante Anás, de la Hermandad de la Bofetá, que salieron a la calle por primera vez en 1923. Tanto los hermanos de la corporación como el público en general quedaron gratamente satisfechos con el resultado, de ahí que a partir de entonces le llovieran los pedidos.
“En esta su casa morada falleció el día 30 de septiembre de 1920 el Exmo. Sr. D. Luis Montoto y Rautenstrauch, poeta del hogar, cantor de los mártires del trabajo, insigne polígrafo, cronista de Sevilla a la cual consagró en su corazón y su pensamiento, espejo de caballero y dechado de humildad. La ciudad de Sevilla consagra este mármol a la grata memoria de su hijo predilecto. 1929”, reza la insignia.
y la tibieza que imperaba en la Corte. Sin embargo, la llama que no prendieron las autoridades fue prendida por los madrileños, quienes, hartos de soportar las vejaciones perpetradas por los soldados franceses, se rebelaron contra ellos con más corazón que cabeza. La situación se volvió insostenible y Joaquín Murat, que estaba al mando de las tropas galas, les dio manga ancha a sus hombres para que acabaran con el motín. Una de sus órdenes directas fue mandar un destacamento de 80 unidades al Parque de Artillería de Montelón para que no se fabricara más munición. Allí estaba Luis Daoíz y se armó el célebre 2 de mayo de 1808.
terminaron llegando a la capital hispalense fue gracias al amor que sintió su padre por la sevillana Francisca Torres Ponce de León. El matrimonio tuvo cuatro descendientes, siendo Luis el más ambicioso de todos. Buena prueba de ello es que con 25 años ya había alcanzado el grado de teniente de artillería, después de haber destacado tanto en el arte de la esgrima en la defensa de Ceuta como en la compañía de minadores en Orán (Argelia). Pero sus méritos no habían hecho sino comenzar. En 1794 participó en la Guerra del Rosellón y terminó siendo capturado por los franceses, quienes, a sabiendas de que era valioso por su poliglotía y sus conocimientos matemáticos, le ofrecieron cambiarse de bando, pero Daoíz lo rechazó de plano. Por suerte, tras la rúbrica de la Paz de Basilea, fue liberado y volvió a Andalucía.
primera mitad del siglo XX, para progresar en el mundo de las artes escénicas era obligatorio trasladarse a Madrid y eso fue lo que hizo siendo aún muy joven. En la capital de España recibió la formación que le permitió debutar en el Teatro Eslava y conseguir grandes papeles en el cine, en cintas como ‘El hombre que se reía del amor’, ‘La señorita de Trevélez’, ‘La rueda de la vida’, etc. Alcanzó tal grado de éxito que los directores más importantes del momento, como Florián Rey, Benito Perojo, Edgar Neville, se ‘peleaban’ entre ellos para contar con ella en sus proyectos.