Plenitud imperfecta

La lluvia no hizo acto de presencia y Sevilla pudo disfrutar de todas sus cofradías sin excepción. El pleno, que no se producía desde 2009, estuvo aderezado por la primera visita de Felipe VI en su flamante condición de rey de España, y, como no podía ser de otro modo, por los incontables momentos emotivos que se vivieron en las distintas procesiones. Sin embargo, no podemos decir que fue una Semana Santa perfecta, pues algunos hechos puntuales pusieron de manifiesto que sigue habiendo bastante margen de mejora en términos de organización, comportamiento cívico, solidaridad entre hermandades, etc.

La Cuaresma ya había estado ensombrecida por la falta de acuerdo entre las corporaciones de la Madrugada para intentar paliar, de una vez por todas, los problemas de masificación en el centro. A corto plazo, la solución más efectiva será la de cambiar algunos itinerarios, aunque hay quien piensa que a largo plazo también será inevitable limitar el número de nazarenos. Este año volvieron a verse aglomeraciones de túnicas y capirotes, como por ejemplo al paso de la Macarena por la calle Cuna. De igual modo, la falta de saber estar de un puñado de individuos también torpedeó el caminar de los nazarenos. Algunos de los de El Silencio, incluso, terminaron en el suelo tras ser arrollados por quienes huían de una reyerta.  

Bien por la consabida falta de espacio para avanzar, por contratiempos inesperados con los enseres o por el excesivo regodeo de algunas cofradías, los retrasos también fueron una constante, sobre todo el Martes y el Miércoles Santo. Sin ir más lejos, algunos cortejos de estos días tuvieron que permanecer parados durante más de una hora en la Plaza del Duque, y otros se recogieron pasadas las cuatro de la madrugada. Por su parte, las sillitas de los chinos y las vallas del Cecop generaron controversia nuevamente, aunque la gente ya parece estar acostumbrándose a ellas. Otras estampas fuera de lugar, como la de la mujer que lanzó las cenizas de su marido al Cachorro, la de los nazarenos que abandonaron sus tramos para tomarse una copa en el bar, o la de las botellonas que se celebraron en zonas muy cercanas a las pasos, deben erradicarse de raíz para preservar la buena imagen de una fiesta religiosa con muchos siglos de historia. 

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