Aniversario Exposición Iberoamericana

Expo Iberoamericana

Expo IberoamericanaSe cumplen 80 años del fin de la Exposición Iberoamericana de 1929. El 21 de junio de 1930 cerraba sus puertas la muestra destinada a consagrar la hermandad de los pueblos americanos con la Madre Patria.Para Sevilla, aquella muestra supuso un rediseño urbano, una ruina económica para el consistorio que se arrastró durante 75 años y el germen de la conflictividad social que sólo acallará la brutal represión de Queipo de Llano en los albores de la Guerra Civil.No hay ningún otro acontecimiento del siglo XX que haya marcado tanto a Sevilla como la Exposición Iberoamericana clausurada el 21 de junio de 1930 por el Príncipe de Asturias. Ni siquiera la Guerra Civil.La Sevilla que conocemos es, en buena parte, heredera de la Exposición hasta el punto de que la imagen de la ciudad quedó fijada para siempre con el certamen: el barrio de Santa Cruz, la zona más reconocible de la capital andaluza es apenas una invención turística de aquellos años.

 

Y la Plaza de España se convirtió por derecho propio en el monumento más significativo del siglo XX moldeando el gusto ciudadano por el regionalismo arquitectónico que se impondrá como estilo genuino de Sevilla en el imaginario colectivo.Sin embargo, la herencia de más valor que dejó la Exposición del 29 fue la radical transformación urbana con la apertura del eje N-S de la avenida de la Palmera, permitiendo la expansión de la ciudad hacia el sur ganando terrenos que hasta entonces habían carecido de valor. Sevilla ganó el sur y avanzó su urbanización hasta el barrio de Heliópolis, los hotelitos del Guadalquivir, construidos para la ocasión como alojamiento de visitantes.La Exposición Iberoamericana supuso también una ruina económica para el Ayuntamiento de Sevilla hasta el punto de que la última factura del empréstito solicitado para su ejecución la tuvo que pagar la primera corporación tras el restablecimiento de la democracia local con Luis Uruñuela como alcalde.Ahogados por la deudaLa corporación se vio obligada a suscribir con el Banco de Crédito Local un crédito de 40 millones de pesetas para las obras conexas y el servicio de esta deuda drenaba un tercio del total del presupuesto municipal en los primeros años republicanos.La situación llegó a ser tan comprometida que la entidad de crédito llegó a embargar judicialmente al Ayuntamiento, al que Telefónica le cortó las líneas por impago en 1935. Esta penuria y el recuerdo de la grave losa financiera estaba muy presente en el ánimo de los políticos cuando Sevilla se embarcó en la Exposición Universal de 1992, costeada a expensas de los Presupuestos Generales del Estado para corregir el error garrafal de seis décadas atrás.Con todo, lo peor no fue la ruina económica, sino la social. Sevilla se despertó del sueño de su Exposición sumida en la miseria, rodeada de un cinturón de chabolas en la que se incubaba el germen del extremismo y la radicalidad que daría lugar al importante foco comunista de la época en torno al barrio de la Macarena, conocido como el Moscú sevillano.El desempleo se cebó con los miles de obreros llegados para construir el certamen (Sevilla había ganado un 54% en dos décadas pasando de 148.000 vecinos a 228.000) y las tensiones sociales afloraron nada más apagarse el último bombillo de la fiesta para convertir Sevilla en una de las ciudades más conflictivas de España durante todo el periodo republicano.Dos décadas del siglo XXLa Exposición Iberoamericana abarca en realidad dos décadas de la vida política y económica de Sevilla desde que el 25 de junio de 1909 el comandante de Artillería Luis Rodríguez-Caso lanzara la idea de celebrar una «Exposición Internacional Hispano-Ultramarina, Exposición Internacional España en Sevilla o Exposición Internacional Hispanoamericana» en 1911. Aquella propuesta, que muchos políticos locales consideraban descabellada, se vio arropada desde las páginas de ‘El Liberal’ por la pluma de José Laguillo hasta que cuajó definitivamente.Sin embargo, la Exposición viviría todas las vicisitudes imaginables, incluidas una guerra mundial de por medio. Primero hubo que vencer resistencias gubernamentales, imponerse a los intentos de Bilbao y Madrid por celebrar certámenes de parecido tenor, convencer a los países americanos para que participaran y sobreponerse a los sucesivos aplazamientos.La muestra llegó a tener hasta seis fechas de apertura: 1 de octubre de 1914, 1 de enero de 1916, 17 de abril de 1927 y 15 de marzo, 7 de mayo y 9 de mayo de 1929. La clausura no se fijó hasta bien empezada la muestra, en diciembre de 1929, lo que da idea del desconcierto y la precipitación con que se trabajó.La Exposición Iberoamericana del 29 miraba hacia atrás -de ahí su característica arquitectura regionalista, con esa curiosa reintepretación un tanto kitsch de los estilos antiguos-, pero también miraba hacia delante. Del Pabellón de Estados Unidos llegaba la música de la Victor Talking Machine instalada como gran reclamo. Sonaba el jazz y un proyector mostraba los hallazgos del cinematógrafo.Esta ciudad de los prodigios y de la modernidad cosmopolita, donde bailan el charlestón las sevillanas más atrevidas con sombrero de casco y pelo a lo ‘garçonne’, es también la ciudad que sigue durmiendo el sueño profundo de las noches tibias de corralones con olor a jazmín y a sopas de miseria. El moderno Zeppelin atraviesa los cielos, pero las reatas de mulas con alforjas de pan de Alcalá continúan pasando por las viejas calles que se desprenden el polvo de los siglos para abrirse en grandes avenidas.Así que ¿entramos en la ciudad de los prodigios? En la Plaza de España se puede visitar una exposición histórica y cartográfica del Descubrimiento y la colonización de América. En una vitrina se muestran documentos como las Capitulaciones de Santa Fe, las de la rendición de Granada y el ‘Diario de a bordo’ de Colón.Si seguimos el medio círculo de la sorprendente Plaza de España, nos toparemos con la Casa de Sevilla. Dentro se reproduce una casa típica de Sevilla del siglo XIX con grabados de la ciudad decimonónica y muebles isabelinos. El visitante se interna entonces por un pasaje que recrea el Callejón del Agua. ¿Habremos llegado por un pasadizo extraño hasta el Barrio de Santa Cruz, esa recreación regionalista que parece otro pabellón más de la Exposición?Andando un poco más, llegamos al curioso Museo del Libro donde existe una réplica de un scriptorium monacal y una tipografía del XV. Y una sorpresa: desde una vitrina asombran los ‘Códices Mozárabes’ de Santo Domingo de Silos o las ‘Cantigas de Santa María’, de Alfonso X.Vamos camino de la Plaza de América y llega un fragante aroma del parque de María Luisa. Cerca pasa un ferrocarril a tamaño reducido que lleva sólo a unos pocos viajeros. El escritor británico Ewelyn Waugh visitó la muestra y afirmaba que la minúscula locomotora daba vueltas una y otra vez al recinto con los vagones vacíos. Y añadía que en el parque de atracciones giraba una gran noria «sin nadie en las góndolas».¿Tendrá razón el autor de Retorno a Brideshead? De momento, vemos a numeroso público junto al Pabellón Real y el Palacio de Bellas Artes, dos de los edificios que más han gustado a los visitantes de la muestra. Pero será mejor descubrir qué había en los pabellones desaparecidos, esos que quedaron arrasados tras la muestra.Por ejemplo, el Pabellón de Córdoba, que reproduce detalles de la mezquita y de la torre de San Nicolás, es una atracción curiosa por los olores que desprende, ya que dentro exhibe las colecciones de cueros del marqués de Viana. Y, sobre todo, lo que hechiza a los visitantes del pabellón es el olor a pintura de los cuadros recién terminados de Julio Romero de Torres. Los colores sensuales, brillantes y oscuros dejan en el edificio un vago aroma a estudio, a lienzos estrenados.Al salir del pabellón no sería mala idea probar uno de los vinos que se ofrecen en la bodega recreada del Pabellón de Jerez. Con un sabor a uvas, sol y salitre continuamos el camino hasta llegar a algunos de los pabellones extranjeros. Del de Argentina se escapa un olor a carne a la parrilla, que también prueba el público. Pero la gran atracción es un enorme frigorífico que conserva la carne congelada traída de Argentina.A salitre y yodo huele el pabellón de Chile, a cacao y café el de Brasil y a madera el de Cuba. Éste era uno de los más visitados, porque en una sala dedicada al tabaco exhibía un enorme puro de 2,60 metros de longitud y 55 kilos de peso. Joaquín Romero Murube, uno de los escritores que formarían parte de la llamada Generación de la Exposición y que se reunieron en torno a la revista poética Mediodía, recordaba en uno de sus textos que el olor de aquel pabellón evocaba en los sevillanos los aromas de la colonia perdida. Los ultramarinos y coloniales y el olor de los arcones en los que los abuelos aún guardaban los uniformes de rayadillo de la Guerra del 98. Las lejanas guerras perdidas.Otros pabellones sudamericanos también servían para evocar los tiempos gloriosos de las tierras que poco a poco había ido perdiendo el imperio. Por ejemplo, en el Pabellón de Colombia hay un Salón de El Dorado con un templo indígena que incluye el Tesoro de los Quimbayas. En el de Perú se exhiben momias imperiales con máscaras de oro de Paracas y cerámica de Nazca y en un apartado se descubren disecadas aves guaneras, vicuñas y alpacas como en un curioso gabinete de curiosades.Ahora sería curioso descubrir los pabellones industriales, de aeronáutica –con sus sorprendentes opbjetos de precisión aérea– y de la agricultura. Es hermoso el Pabellón del Aceite, obra de Juan Talavarea y Heredia. Recuerda un cortijo andaluz congelado en el tiempo. Este pabellón es un símbolo de lo que habría de ocurrir después de esta exposición y de los felices años veinte. El Pabellón del Aceite se convirtió en un polvorín durante la Guerra Civil y explotó. Nada queda de él. Desapareció como aquellos mágicos años de la ciudad de los prodigios.

 

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2010/06/19/andalucia_sevilla/1276956241.html

           http://www.elmundo.es/elmundo/2010/06/16/andalucia_sevilla/1276684414.html

 

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