Protección para el Cid

La leyenda del Cid Campeador narra las andanzas de un caballero castellano que llegó a dominar casi todo el Levante español en el siglo XI. Se llamaba Rodrigo Díaz de Vivar y su nombre evoca tenacidad, valentía, constancia y vigorosidad. Todos esas cualidades ya quedaron de manifiesto en el célebre cantar que popularizó la frase de “Sangre, sudor y lágrimas, el Cid cabalga” y trataron de materializarse en distintas estatuas repartidas por todo el mundo (Nueva York, San Diego, Buenos Aires, Valencia, Burgos, Sevilla…).

La de nuestra ciudad descansa en la avenida que lleva su mismo nombre y está ubicada justamente entre la antigua Fábrica de Tabacos y los Jardines del Prado de San Sebastián. Fue fabricada en bronce y donada por la escultora estadounidense Anna Huntington con motivo de la celebración de la Exposición Universal de 1929. Aquí se le conoce coloquialmente como ‘El Caballo’ y en una de las partes de su pedestal se puede leer una cita del historiador musulmán Ben Bassam que dice así: “El Campeador, firme calamidad para el Islam, fue por la viril firmeza de su carácter y por su heroica energía uno de los grandes milagros del creador”.

Lamentablemente, el respeto que le profesaban al Cid hasta sus propios enemigos no ha servido como ejemplo para algunos de nuestros coetáneos. Tanto es así que la estatua de Sevilla ha acaparado páginas de periódicos en los últimos días debido a la restauración a la que será sometida, la cual incluirá un tratamiento ‘antigraffitis’. Así las cosas, se espera que cuando concluyan las tareas de reparación, que tendrán un presupuesto de 40.000 euros, el Cid Campeador estará bien protegido y los ‘artistas’ que ensucian las obras de los demás con botes de spray y otro tipo de sustancias indecorosas lo tendrán más difícil para entretenerse.

El legado de Aníbal González

Aunque le hayamos nombrado en más de un artículo, puede que el nombre de Aníbal González le siga resultando un tanto desconocido a gran parte de los sevillanos. Y es una lástima, pues hablamos de uno de los urbanistas que más ha influido en la fisonomía de la ciudad, dejando como legado no sólo monumentos emblemáticos, sino también una manera de concebir las calles de Sevilla con los ya tradicionales naranjos y jardines.

Nació en 1876 en la capital hispalense y a los 18 años logró el título de arquitecto como número uno de su promoción. Gracias a su innegable talento y también a los buenos contactos que poseía (Torcuato Luca de Tena, fundador de ABC, era su primo), consiguió hacerse un nombre rápidamente, tal y como quedó patente en 1910 con su nombramiento como director de las obras de la Exposición Universal Iberoamericana de Sevilla. Antes de esa designación se había inclinado por el estilo modernista, con trabajos muy vistosos como el desaparecido Café de París de la esquina de Campa con O’Donell, en el espacio que hoy ocupa el Burger King. Sin embargo, poco a poco fue dejando a un lado sus ideas vanguardistas y desarrollando un estilo propio, autóctono, muy del sur: el denominado regionalismo andaluz.

En su cabeza se forjaron bocetos tan preciosistas y dispares como los de la Plaza de España, la Capilla del Carmen, el Pabellón Real del Parque de María Luisa, la antigua Audiencia de Sevilla (hoy sede de Cajasol), el Museo Arqueológico Provincial, etc. Y todo ello, sin contar los encargos que recibió de particulares, entre los que se incluyen panteones, casas, mansiones, edificios de uso administrativo, fincas, restaurantes y hoteles, entre otros.

Ahora, más de 80 años después de su muerte, Aníbal González vuelve a ser motivo de actualidad. La razón no es otra que la puesta en marcha de un museo que llevará su nombre y estará emplazado en su obra más universal, la Plaza de España. Allí ya se levantó una estatua dedicada a él y pronto se podrán contemplar también sus planos, herramientas, fotografías y enseres personales. En definitiva, todo lo necesario para conocer mejor al arquitecto más prolífico que ha dado Sevilla.

La Plaza de España recupera su esencia

El pasado, cuando es bello y esplendoroso, siempre termina imponiéndose a cualquier presente e incluso a cualquier futuro. Algo así es lo que ha sucedido con la Plaza de España, uno de los lugares más emblemáticos de Sevilla sin ningún tipo de discusión. Fue diseñada por Aníbal González para la Exposición Iberoamericana de 1929 y se estima que más de mil hombres participaron en su construcción simultáneamente. El resultado fue un precioso conjunto arquitectónico de forma semicircular que simbolizaba el abrazo de España a sus antiguas colonias. Tanto los turistas que visitaron la ciudad por aquellos tiempos como los propios sevillanos no tardaron en quedar embelesados con aquel despliegue de arte regionalista, y su popularidad creció Plaza de Españaexponencialmente con el paso de los años hasta convertirse en un emplazamiento histórico, ideal para el recreo, para inmortalizar bodas y en definitiva, para deleitar los cinco sentidos.

Desgraciadamente, buena parte de aquel ambiente familiar y mágico se fue disipando progresivamente en las últimas décadas, puede que por la dejadez de los organismos públicos, por el deterioro material, por la indiferencia de todos y cada uno de nosotros o por un cúmulo de circunstancias. El caso es que la Plaza de España estaba perdiendo su esencia, pero con la restauración a la que ha sido sometida recientemente podemos decir sin miedo al error que la ha recuperado totalmente. Primero, desde un punto de vista físico, ya que se ha rehabilitado la balaustrada tradicional, los azulejos trianeros, la solería, los bancos, la jardinería, el Monumento a las Razas… sin olvidar la peatonalización de la avenida de Isabel la Católica para unir este espacio con el Parque de María Luisa. Y segundo, desde un enfoque sentimental y La Plaza de Españaemotivo, puesto que el agua y las barcas han regresado a la ría para devolverle la vida que tenía antaño gracias a la instalación una nueva estación de saneamiento y de 900 metros de tuberías. Además, por volver ha vuelto hasta el genuino burro que paseaba a los niños durante las tardes de domingo mientras sus padres escuchaban los partidos del Betis y del Sevilla a través de los clásicos transistores, consiguiendo que sintamos una especie de déjà vu al verle de nuevo dando vueltas.

Fueron necesarios nueve millones de euros y dos años de obras para que esto fuera posible, pero ha merecido la pena, ya que la Plaza de España ha vuelto a ser la que nunca debió dejar de ser, la que imaginó Aníbal González en su cabeza, la que nos encanta a todos.