Es muy difícil, por no decir imposible, resumir la historia de la Plaza de la Alfalfa en un texto conciso sin obviar detalles importantes, pero partiendo de esta premisa inicial, podemos establecer como fecha clave el año 1820, que es cuando fue derribado el edificio de las Carnicerías de Sevilla, lugar en el que se realizaban las matanzas y se almacenaba la carne. Su desaparición provocó que una pequeña plaza que estaba en sus cercanías se extendiera hacia su terreno y el Ayuntamiento decidió aprovechar ese espacio para instalar allí el mercado de compra-venta de animales vivos. Anteriormente estaba ubicado en el barrio de Triana, pero las autoridades consideraron que era demasiado peligroso que tanta gente cruzara el puente de barcas para acudir a él.
De esta forma, desde 1852 hasta hace tan solo unos años, la Plaza de la Alfalfa se convirtió en el mejor sitio de Sevilla para adquirir mascotas. Originalmente predominaban los pájaros (palomas, canarios, jilgueros…) y las aves de corral, pero ya en las últimas décadas la oferta se fue ampliando hasta los perros, gatos, peces, tortugas, etc. Las transacciones se realizaban siempre siguiendo un mismo patrón: el vendedor fijaba un precio, el comprador intentaba regatearle ofreciendo una cantidad menor y finalmente llegaban a un acuerdo tras ceder ambas partes en sus pretensiones. Su popularidad fue claramente en aumento y conseguía reunir a personas de todas las clases sociales, desde los más adinerados hasta los más humildes pasando por los burgueses.
Hay que reseñar que el mercado siempre fue ambulante y nunca permanente, es decir, aparecía con las primeras luces del domingo y el lunes ya no había ni rastro de él. De no haber aparecido brotes de gripe aviar, es muy posible que siguiera operando en el mismo sitio, pero en el año 2005 la Unión Europea prohibió la concentración de aves en espacios públicos con la idea de evitar una pandemia. En un principio iba a ser un cierre temporal, pero hay quien piensa que el Ayuntamiento encontró la excusa perfecta para extinguirlo definitivamente tras las quejas de los vecinos por el ruido que ocasionaba. Hubo un intento infructuoso de trasladarlo a La Cartuja, pero lo que los melancólicos desean es que aquella inconfundible fauna dominical regrese a su sitio, a la Plaza de la Alfalfa.