Una piedra como paño de lágrimas

Si caminamos por la calle Alfonso XII en dirección a Plaza de Armas por la acera de la derecha, justo antes de llegar al cruce con Marqués de Paradas nos toparemos con una pequeña y solitaria piedra que no se caracteriza precisamente por belleza. Sin embargo, a su espalda se encuentra insertada en la pared una placa que resume su intensa historia y nos hace ver que no estamos ante un peñasco cualquiera. Su origen data de mediados del siglo XIX, época en la que Isabel II reinaba en España, aunque quien gobernaba de facto era el general Narváez. En un ambiente de descontento generalizado por los estragos de las guerras carlistas, un grupo de jóvenes sevillanos decidió levantarse en armas con más corazón que cabeza.

Tenían ideas liberales, quizás excesivamente románticas para aquellos tiempos, pero creían firmemente en ellas. Tanto es así que rápidamente pusieron rumbo a Ronda a las órdenes de un coronel retirado llamado Joaquín Serra con la idea de expandir la rebelión. El ímpetu y la animosidad les condujeron a realizar alguna que otra demostración de fuerza por el camino, aunque en ningún momento llegaron a infundir pavor. De hecho, las tropas isabelinas consiguieron detenerles con suma facilidad a la altura de Benaoján (Málaga), donde murieron 25 insurgentes. Los demás fueron devueltos a Sevilla y encarcelados en el cuartel de San Laureano a la espera de ser juzgados.

No hubo perdón ni piedad, ya que el comisionado Manuel Lassala dictaminó el fusilamiento de los 82 supervivientes en el Campo de Marte, que era un espacio vacío situado entre la Puerta de Triana y la de Goles. Allí se concentraron cientos de personas para presenciar el fin de sus vidas, pero solo una de ellas trató de frenar la ejecución: el alcalde García de Vinuesa. En un intento a la desesperada, acudió con dos alguaciles para pedir clemencia, pero sus palabras quedaron en saco roto. Para colmo, los disparos también alcanzaron fortuitamente a dos chavales que se habían subido a un árbol para contemplar la escena. Desolado y sumido en la impotencia, el alcalde se marchó del lugar con la cabeza gacha, pero al llegar a la Puerta Real, decidió parar y romper a llorar apoyándose sobre una piedra, la misma que mencionábamos al comienzo de este artículo.

La magia de El Costurero de la Reina

El Costurero de la Reina es uno de los edificios más singulares de Sevilla y tiene el don de generar preguntas en la mente de todos los que lo contemplan por vez primera. Más de uno, sorprendido por su ubicación y su estilo arquitectónico, seguro que se habrá cuestionado cómo ha llegado hasta allí, pues a simple vista parece extraído de una historia caballeresca o de un cuento de hadas, dando la sensación de que se hubiera teletransportado desde la época medieval hasta nuestros tiempos sin sufrir desperfectos. Pero no, este edificio no es tan antiguo.

Fue un encargo del Duque de Montpensier al arquitecto Juan Talavera, quien consiguió terminarlo allá por el año 1893. En aquel momento estaba muy de moda en Europa imitar estilos arquitectónicos anteriores como el románico, el gótico o el mudéjar, y el Costurero de la Reina, ese coqueto y  minúsculo castillo coronado por llamativas almenas y pintado con franjas horizontales de tonalidades crudas y rojizas que está situado en la Glorieta de los Marineros Voluntarios, es un buen ejemplo de ello.

Costurero de la Reina. Sevilla¿Pero por qué se llama así? En realidad, su nombre oficial es el de Pabellón de San Telmo, pero todo el mundo lo conoce por el Costurero de la Reina gracias a la leyenda, que asegura que la Reina María de las Mercedes, debido a su delicado estado de salud, acudía a este lugar para tomar el sol, coser durante horas junto a sus damas y leer las cartas de su amado Alfonso XII. Sin embargo, este relato no está ni mucho menos documentado, ya que la Reina murió de tifus a temprana edad unos quince años antes de que construyese este pequeño palacio, que hoy se utiliza como Oficina de Turismo. Por tanto, todo hace indicar que esta versión novelesca fue fruto de la imaginación de sus coetáneos. Pese a todo, en la ciudad se sigue transmitiendo de generación en generación, quizás porque el edificio en sí mismo evoca más a la fantasía que a la realidad.