La construcción de la Torre del Oro fue una medida desesperada de los almohades para reforzar su sistema defensivo ante los avances castellanos y permanecer en Sevilla. Estaba unida a las murallas que protegían el Alcázar y su cometido consistía básicamente en vigilar el río, alertar de la llegada de barcos enemigos e impedir sus movimientos gracias a la gruesa cadena sujetaba y cruzaba el Guadalquivir de lado a lado. Sin embargo, sólo 27 años después de que fuese levantada, es decir, en 1248, no pudo evitar que la ciudad fuese tomada definitivamente por Fernando III. Así pues, en términos estrictamente militares, no tuvo demasiado éxito, pero desde el punto de vista arquitectónico es una joya de incalculable valor.
La torre mide 36 metros y está formado por tres cuerpos, de los cuales sólo uno (el de mayor tamaño) fue obra de los musulmanes. ¿Por qué se la conoce como Torre del Oro? Existen dos teorías. La primera hace referencia a su nombre original ‘Borg-al-Azajal’, que ponía de manifiesto el brillo dorado que generaba su alicatado y terminaba reflejándose sobre el río, aunque estudios recientes han demostrado que esos destellos se debían a que estaba revestida con una mezcla de mortero cal y paja prensada. La segunda, posterior en el tiempo, atribuía esa denominación a su uso como depósito de lingotes de oro tras el descubrimiento de América.
Pero a lo largo de su dilatada historia no ha sido sólo una atalaya y un almacén, sino que también fue empleada como capilla dedicada a Santa Isidoro, prisión, oficinas… hasta llegar al museo naval que alberga actualmente. A todo ello habría que añadir una leyenda no contrastada según la cual, el Rey Pedro I el Cruel la aprovechaba para su disfrute personal, encontrándose allí con sus amantes. Incluso una de ellas, doña Aldonza, llegó a residir en la Torre del Oro durante algunas temporadas según cuenta este relato.
Hay algo en la historia de la Torre del Oro que es realmente curioso y paradójico: inicialmente fue concebida para proteger al pueblo, pero siglos después fue el pueblo quien la protegió a ella en dos momentos muy críticos. Uno de ellos fue el terremoto de Lisboa de 1755, que deterioró muchísimo su estructura, hasta tal punto que el Marqués de Monte Real propuso su demolición para ensanchar el paseo de coches de caballos, pero se encontró con la implacable oposición de los sevillanos, quienes acudieron al Rey para que interviniera. Y el otro, la Revolución de 1868 que supuso el destronamiento de la reina Isabel II, durante la cual se destruyeron los lienzos de las murallas y se pusieron en venta. Por suerte, la ciudadanía volvió a pasar a la acción para que la torre no fuese arrasada. Y así, después de varias restauraciones e incontables esfuerzos por conservarlo, este monumento sigue en pie y hoy es un firme candidato a convertirse en Patrimonio de la Humanidad.