La joya de La Cartuja (I)

El Monasterio de Santa María de las Cuevas, conocido popularmente como el Monasterio de La Cartuja, es una de las joyas menos conocidas de Sevilla. Quizás por estar situado lejos del casco antiguo y rodeado de edificios modernos, su valor histórico ha pasado un tanto desapercibido, aunque ni mucho menos ha caído en el olvido. Es más, en los últimos tiempos ha ido recuperado progresivamente su vitalidad, y buena prueba de ello es que en 1997 se convirtió en sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y en el rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía.

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Los Baños de la Reina Mora

banos-reina-moraLos almohades dejaron una huella imborrable en Sevilla. No en vano, muchas de sus grandes obras (La Giralda, la Torre del Oro…) siguen dando lustre a la ciudad, si bien su arquitectura civil no corrió tanta suerte. De hecho, son pocos los edificios de este tipo que han sobrevivido a nuestros tiempos, aunque hay honrosas excepciones, como la que hoy nos ocupa. Hablamos de los Baños de la Reina Mora, que datan del siglo XII y se encuentran ubicados entre las calles Baños, Jesús de la Veracruz y Miguel Cid, es decir, en el corazón de la ciudad.

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La puerta que se transformó en plaza

Desde la época romana hasta el siglo XIX, Sevilla estuvo cercada por murallas. Las entradas y salidas se realizaban a través de dieciocho puertas, de las cuales sólo cuatro permanecen en pie: la de la Macarena, la de Córdoba, el postigo del Aceite y el del Alcázar. La que hoy abordamos en este artículo, la de Jerez, no logró subsistir. Adoptó este nombre porque servía como punto de partida para los que se dirigían a la ciudad gaditana y como punto de destino para los que hacían el camino a la inversa. El portón se encontraba exactamente en la confluencia de las calles San Gregorio y San Fernando, justo en frente del hotel Alfonso XIII.

 

De su fisonomía no se conocen demasiados detalles. El dato más significativo es que fue construida por los musulmanes entre dos torres y que su imponente reja se elevaba durante el día para dejar pasar a transeúntes y mercancías. También cabe destacar que el único reducto que se conserva es la famosa lápida que estaba insertada sobre su arco, tallada en 1578 y renovada en 1622, la cual reza así: ‘Hércules me edificó, Julio César me cercó, de muros y torres altas, el Rey Santo me ganó, con Garci Pérez de Vargas (…)’. En 1846 la puerta fue derribada y sustituida por otro, pero, ironías del destino, la nueva duró poquísimo, ya que apenas 20 años después fue demolida al mismo tiempo que la muralla y ya no se levantó ninguna más.

 

En su lugar se habilitó una plaza y por esta razón su denominación cambió a Plaza de Andalucía y posteriormente a Plaza de Calvo Sotelo. No obstante, dado que todo el mundo seguía llamando a esa zona Puerta de Jerez, finalmente recuperó su nombre original. La plaza se inauguró a la par que la Avenida de la Constitución con motivo de la celebración de la Exposición Universal de 1929 y en ella se instaló la ‘Fuente de Sevilla’, que representa a la ciudad y sus tres sectores económicos: el primario (la agricultura), el secundario (la industria) y el terciario (el comercio). Recientemente ha sido motivo de actualidad por la decapitación que sufrió su estatua durante la celebración del título de la Eurocopa de fútbol, suceso lamentable perpetrado por unos vándalos en mitad del holgorio.

La torre que nunca cayó

La construcción de la Torre del Oro fue una medida desesperada de los almohades para reforzar su sistema defensivo ante los avances castellanos y permanecer en Sevilla. Estaba unida a las murallas que protegían el Alcázar y su cometido consistía básicamente en vigilar el río, alertar de la llegada de barcos enemigos e impedir sus movimientos gracias a la gruesa cadena  sujetaba y cruzaba el Guadalquivir de lado a lado. Sin embargo, sólo 27 años después de que fuese levantada, es decir, en 1248, no pudo evitar que la ciudad fuese tomada definitivamente por Fernando III. Así pues, en términos estrictamente militares, no tuvo demasiado éxito, pero desde el punto de vista arquitectónico es una joya de incalculable valor.

La torre mide 36 metros y está formado por tres cuerpos, de los cuales sólo uno (el de mayor tamaño) fue obra de los musulmanes. ¿Por qué se la conoce como Torre del Oro? Existen dos teorías. La primera hace referencia a su nombre original ‘Borg-al-Azajal’, que ponía de manifiesto el brillo dorado que generaba su alicatado y terminaba reflejándose sobre el río, aunque estudios recientes han demostrado que esos destellos se debían a que estaba revestida con una mezcla de mortero cal y paja prensada. La segunda, posterior en el tiempo, atribuía esa denominación a su uso como depósito de lingotes de oro tras el descubrimiento de América.

La torre del OroPero a lo largo de su dilatada historia no ha sido sólo una atalaya y un almacén, sino que también fue empleada como capilla dedicada a Santa Isidoro, prisión, oficinas… hasta llegar al museo naval que alberga actualmente. A todo ello habría que añadir una leyenda no contrastada según la cual, el Rey Pedro I el Cruel la aprovechaba para su disfrute personal, encontrándose allí con sus amantes. Incluso una de ellas, doña Aldonza, llegó a residir en la Torre del Oro durante algunas temporadas según cuenta este relato.

Hay algo en la historia de la Torre del Oro que es realmente curioso y paradójico: inicialmente fue concebida para proteger al pueblo, pero siglos después fue el pueblo quien la protegió a ella en dos momentos muy críticos. Uno de ellos fue el terremoto de Lisboa de 1755, que deterioró muchísimo su estructura, hasta tal punto que el Marqués de Monte Real propuso su demolición para ensanchar el paseo de coches de caballos, pero se encontró con la implacable oposición de los sevillanos, quienes acudieron al Rey para que interviniera. Y el otro, la Revolución de 1868 que supuso el destronamiento de la reina Isabel II, durante la cual se destruyeron los lienzos de las murallas y se pusieron en venta. Por suerte, la ciudadanía volvió  a pasar a la acción para que la torre no fuese arrasada. Y así, después de varias restauraciones e incontables esfuerzos por conservarlo, este monumento sigue en pie y hoy es un firme candidato a convertirse en Patrimonio de la Humanidad.

Fernando III: Rey, Santo y Patrón

Todo el mundo sabe que San Fernando es el patrón de Sevilla, pero no todo el mundo conoce su historia y los motivos que propiciaron ese nombramiento. Antes de nada, hay que subrayar con tinta indeleble que estamos hablando de uno de los reyes más relevantes e influyentes de todos los tiempos en nuestro país. Y a decir verdad, su vida no fue precisamente un camino de rosas. De hecho, Fernando III (así se le conocía hasta ser canonizado en 1671) tuvo que superar adversidades prácticamente desde su nacimiento, pues existía la sospecha generalizada de que sus padres cometieron incesto y fue tratado como hijo bastardo muchos años. Sin embargo, gracias a su perseverancia y a su carácter conciliador, no sólo consiguió hacerse con el poder, sino también extenderlo durante su largo reinado.

San Fernando. SevillaLa responsabilidad de gobernar le llegó antes de alcanzar la mayoría de edad. Su madre, doña Berenguela, que tenía muy reciente la anulación de su matrimonio y la muerte de su hermano, le cedió el trono de Castilla en 1217. Obviamente, aquella sucesión generó bastante controversia y pronto tuvo que lidiar con una revuelta encabezada por la poderosa familia de los Lara y con la invasión de su propio padre, Alfonso IX, rey de León, que creía estar más legitimado que él para hacerse con la corona de su antigua esposa. De ambos envites salió victorioso y poco a poco fue poniendo fin a las fricciones internas. Tanto es así que, gracias a la mediación del Papa Inocencio III, llegó a hacer las paces con su progenitor. Sin embargo, éste no le incluyó en su testamento y dispuso que fueran sus hijas Sancha y Aldonza las que heredaran el reino a su muerte, algo que sucedió en 1230.

Lejos de desatar su ira, Fernando III usó la cabeza y buscó una solución pacífica para hacerse con esos territorios, consiguiendo finalmente la renuncia de sus hermanastras a cambio de una renta anual de 30.000 maravedíes. De esta forma, unificó los reinos de Castilla y León, y dadas sus fuertes convicciones católicas y nacionales, reanudó la cruzada contra los musulmanes que dominaban Andalucía. Sin pausa pero sin prisa, fue conquistando la zona occidental tanto a través de la fuerza como de la diplomacia y en 1245 ya sólo se le resistía la joya de los almohades: Sevilla.