María Santísima de la Amargura fue tallada a principios del siglo XVIII por un autor que, a día de hoy, sigue siendo anónimo, aunque algunas teorías sostienen que fue elaborada en el taller de Pedro Roldán. Sea como fuere, Benito Hita del Castillo le realizó un nuevo cuerpo en 1763 para que pudiera tener una posición dialogante con San Juan, figura que le acompaña en el paso de palio, en la que fue la primera de sus muchas restauraciones. No en vano, en fechas posteriores pasó por los estudios de Juan Bautista Petroni (1832), Manuel Rossi (1886), Antonio Susillo (1894, tras el incendio que sufrió en la Plaza de San Francisco), Manuel Gutiérrez Cano-Reyes (1902), Emilio Pizarro de la Cruz (1912), Sebastián Santos (1933 y 1941), Juan Miguel Sánchez (1949 y 1961), Francisco Buiza (1975) y Hermanos Cruz Solís e Isabel Poza (1996).
Como bien indica su nombre, representa el pasaje en el que la Virgen camina junto a San Juan Evangelista en la Calle de la Amargura, en dirección al monte Calvario, donde tuvo lugar la crucifixión de Jesucristo. Goza de una estatura de 170 centímetros, un rostro inconfundible y unas manos sutilmente policromadas. Como rasgos distintivos, cabe destacar que lleva un pañuelo en la derecha y que las pestañas de sus párpados superiores son postizas, mientras que las de los inferiores están pintadas.
María Santísima de la Amargura fue coronada canónicamente en 1954 por el cardenal Pedro Segura y Sáenz, distinción que no había recibido ninguna otra imagen de hermandades penitenciales hasta esa fecha. Es adorada durante todo el año en la iglesia de San Juan de la Palma y cada Domingo de Ramos desfila por las calles de Sevilla, donde escucha ‘Amarguras’, la marcha que le dedicó Manuel Font de Anta en 1919, catalogada como una de las mejores piezas musicales de la Semana Santa.