La originalidad de la Puerta del Perdón de la Catedral de Sevilla no reside precisamente en su nombre, pues tiene ‘tocayas’ en ciudades como Santiago de Compostela, Burgos, Toledo, Ciudad Real o Jaén, pero sí en otros rasgos que le hacen ser diferente a todas las demás. Si nos centramos en el templo hispalense, hablamos de la puerta más antigua y la única que perteneció a la vieja mezquita almohade. Fue construida a finales del siglo XII bajo el mandato del califa Abu Yusuf y ha llegado a nuestros tiempos en buenas condiciones, si bien las distintas remodelaciones han cambiado parte de su fisonomía.
La Puerta del Perdón es muy fácil de identificar porque hace las veces de acceso principal al Patio de los Naranjos desde la calle Alemanes. A diferencia de las otras puertas que tienen la misma denominación, nunca estuvo relacionada con indulgencias ni con actos de expiación de ningún tipo. Es más, según el catedrático Alfonso Jiménez, en un principio tuvo un uso militar, ya que los almohades quisieron separar la mezquita de la ciudad levantando unas murallas, proyecto que no terminó de cuajar y fue reemplazado por el célebre patio.
Está documentado que en la parte superior de la puerta sobresalía una azotea y que debajo de ella había dos habitaciones que se alquilaban con regularidad hasta la época de los Reyes Católicos. Dichos elementos se perdieron, pero otros perduran, como el arco túmido y el pórtico en sí, cuyas dos enormes hojas fueron elaboradas con madera de cedro, revestidas de bronce y decoradas con motivos de lacerías. Además, contiene inscripciones árabes que repiten versos del Corán, tales como “el poder pertenece a Alá” o “la eternidad es de Alá”, y unos aldabones de un valor incalculable, pues podrían ser las muestras más antiguas de la orfebrería sevillana. Quizás por ello, hace algunos años los originales se trasladaron al Museo de la Catedral y en su lugar fueron colocadas unas réplicas fidedignas.