María Isabel Salvat Romero nació el 20 de enero de 1926 en Madrid en el seno de una familia adinerada y distinguida. Pudo haber tenido una vida cómoda, pero prefirió salirse de la carretera asfaltada para escoger el camino pedregoso. Y por raro que parezca, a su familia no le sorprendió que tomara los hábitos a los 18 años, ya que desde niña siempre había mirado más por los demás que por sí misma. El caso es que si no hubiera variado su rumbo, hoy no estaríamos hablando de ella, pero su controvertida decisión y su posterior trayectoria como religiosa católica le han permitido pasar a la historia como una de las mujeres más caritativas de nuestro país.
Ingresó en la Compañía de la Cruz para atender a pobres, enfermos y niñas huérfanas y su espejo no podía ser otro que Santa Ángela de la Cruz, de la que siempre fue una fiel seguidora. Lejos de sentir dudas por la carrera que había iniciado, en 1952 hizo los votos perpetuos y seguía las reglas de su orden al pie de la letra. Su austeridad era extrema, su fe, inquebrantable, y su trabajo, incansable. Todas esas aptitudes le sirvieron para, primeramente, ganarse el cariño de Estepa y Villanueva del Río y Minas, donde fue madre superiora de sus casas y, posteriormente, para ser
nombrada Madre general de la compañía el 11 de febrero de 1977. Ya por aquel entonces todo el mundo la conocía como Madre María de la Purísima.
Allá donde fue dejó su huella y Sevilla no fue ninguna excepción. En la capital hispalense dirigió su organización con un liderazgo sin igual, mostró su ilimitada piedad y se entregó en cuerpo y alma a los más desfavorecidos obteniendo como recompensa la paz espiritual que se llevó a la tumba el 31 de octubre de 1998. Después de todo lo que había hecho de forma desinteresada, sin ahondar en los milagros que se le atribuyen, era lógico que tras su muerte se iniciara el proceso de canonización. De esta manera, en 2009 ya fue declarada ‘venerable’ por el Papa Benedicto XVI y un año más tarde fue beatificada en una multitudinaria misa celebrada en el Estadio de la Cartuja y presidida por la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena. Pero el reconocimiento a su labor no termino ahí, ya que hace unos días se tituló una calle de Sevilla con su nombre. Y es que en este mundo tan individualista en el que vivimos, el caso de Madre María de la Purísima es un ejemplo para la sociedad. Un ejemplo difícil de seguir y fácil de admirar.