La clase de San Lorenzo

Hay que saber distinguir entre los barrios de clases (altas) y los barrios con clase. San Lorenzo forma parte de este segundo grupo gracias a la perfecta armonía en la que conviven sus edificios y sus gentes. Tanto unos como otros hacen gala de señorío, personalidad y elegancia,  y se sienten orgullos de residir donde residen. Una vez que se vive allí durante un tiempo prudencial, nadie quiere irse de San Lorenzo. De hecho, la permanencia de sus vecinos, cediendo el testigo de generación en generación, es una de las razones que explican por qué el barrio sigue conservando intacta su esencia pese a los inevitables cambios que va introduciendo la modernidad.

El barrio, que pertenece formalmente al distrito Casco Antiguo y tiene aproximadamente unos 4.000 habitantes, se organiza en torno a la Plaza de San Lorenzo, la cual da cobijo a la Iglesia del mismo nombre y a la Basílica del Gran Poder, aunque de ella ya hablaremos con más detenimiento en otro momento. También tiene otros centros neurálgicos importantes como la Plaza de La Gavidia o la de El Museo, aunque hay que decir que cada callejuela tiene su encanto. Tanto es así que en ellas crecieron personajes tan ilustres y variados como Gustavo Adolfo Bécquer, el Conde de Barajas, el Cardenal Espínola, Ortega Bru, Francisco Buiza, Manuel Font de Anta, Manolo Caracol, etcétera.

En San Lorenzo hay obras de arte a raudales y a cada paso que damos podemos toparnos con una de ellas sin haber tenido tiempo material para saborear la anterior. Desde sus casas señoriales, pasando por sus palacios, hasta sus monumentos, sin olvidar sus iglesias, sus imponentes imágenes de la Semana Santa sevillana, sus conventos, sus monumentos, sus comercios y sus bodegas. Cambiando los nombres comunes por nombres propios, podríamos hablar del Museo de Bellas Artes, del Monasterio de San Clemente, de los Conventos de Santa Clara, Madre de Dios, Santa Ana, y La Asunción, de la Torre de Don Fadrique y deberíamos añadir muchos puntos suspensivos, ya que la lista es interminable y todo es de interés.

El Palacio de San Telmo y sus barreras invisibles

Pese a su gran valor artístico y patrimonial, el Palacio de San Telmo es un edificio un tanto desconocido para el público en general. Sí, es verdad que sabemos que existe, cuál es su ubicación, cómo es su fachada y que es sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía, pero debido a que tiene un uso exclusivamente político, todo lo que contiene de puertas para adentro está fuera del alcance de los ciudadanos de a pie. Y es una auténtica lástima, ya que tanto sus interiores como su propia historia no tienen ningún desperdicio. De hecho, para remontarnos a sus orígenes hay que retroceder en el tiempo más de tres siglos.

Los terrenos, que eran propiedad del Tribunal de la Santa Inquisición, fueron transferidos para la construcción del colegio-seminario de la Universidad de Mercaderes en 1682. Esta institución formaba a los huérfanos de marineros, posteriormente pasó a llamarse Colegio de la Marina y tuvo como alumno a Gustavo Adolfo Bécquer. Por suerte o por desgracia, la labor docente desapareció por completo del edificio cuando fue adquirido por los duques de Montpensier 1849, que lo convirtieron en su residencia oficial y lo aderezaron a las costumbres refinadas de su época. Pero el palacio no perteneció a la nobleza demasiado tiempo, ya que, unos cincuenta años después, la infanta y a la vez duquesa viuda María Luisa Fernanda falleció y legó los jardines (los que hoy forman el Parque de María Luisa) a la ciudad y el inmueble, a la Archidiócesis de Sevilla. Así, funcionó como seminario católico desde 1901 hasta 1989, momento en el que el cardenal Marcelo Espínola se lo cedió a la Junta de Andalucía.

Y la pregunta del millón: después de todos los usos que se le dio y por todas las manos que pasó, ¿qué hay dentro del Palacio de San Telmo? Al margen de un entramado de oficinas y recepciones solemnes, posee hermosos patios interiores, torres, jardines y una capilla presidida por la imagen de Nuestra Señora de Buen Aire. Todo ello, impregnado del mejor estilo barroco. Y qué decir de la portada, rematada por la figura de San Telmo, el patrón de los navegantes. También son llamativas las esculturas de doce sevillanos ilustres, entre ellos Miguel Mañara, Luis Daoíz y Bartolomé Esteban Murillo, que coronan la fachada que da a la calle Palos de la Frontera.

En los últimos días el Palacio de San Telmo ha sido noticia después de que el Partido Popular haya prometido en su programa electoral romper sus barreras invisibles y abrir sus puertas de par en par a la ciudadanía y al turismo, algo que ya sucede en las sedes de otras comunidades autónomas como la catalana, la valenciana o la murciana.

Las adversidades de Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los mejores poetas que ha dado nuestro país y probablemente el máximo exponente del Romanticismo tardío, nació y se crió en Sevilla. Concretamente, en el número 9 de la calle Ancha de San Lorenzo (actual Conde de Barajas), una casa que desgraciadamente no ha sobrevivido a nuestros tiempos. Sus antepasados eran nobles flamencos que llegaron a la capital hispalense en el siglo XVI para comerciar y consiguieron labrar una gran fortuna, aunque ésta no duró lo suficiente como para garantizar el porvenir de Gustavo Adolfo,  entre otras cosas, porque su padre, que quería que siguiese sus pasos como pintor, murió cuando él tenía cinco años. Por ello, ingresó en el Colegio de San Telmo, el más apropiado que había en aquella época para huérfanos de familias aburguesadas. Allí empezó a interesarse por la literatura, pero la vida le tenía reservado otro gran golpe. Así, en 1847, conoció la noticia de que su madre también había fallecido y que el colegio donde estudiaba iba a cerrar sus puertas para convertirse en el Palacio de los Duques de Montpensier. Tenía once años y quedó totalmente aturdido.

Su madrina se hizo cargo de él y de su hermano mayor (Valeriano). Por suerte, ella tenía en casa una biblioteca interesante y Bécquer salió tímidamente de su introspección leyendo muchos de sus libros y comentándolos con los demás. No contento únicamente con leer, empezó a escribir y a colaborar con diversas revistas sevillanas. De esta manera entabló amistad con otros autores coetáneos como Narciso Campillo o Julio Nombela, que a la postre fueron determinantes para dar a conocer su obra.  No obstante, debido a su escasa repercusión inicial, a los 18 años se armó de valor, hizo las maletas y se marchó a Madrid con el sueño de hacerse un nombre en el mundo de las letras.

En la capital de España no encontró lo que esperaba. De hecho, se sumió en la depresión, vivía bohemiamente y escribía por encargos bajo el seudónimo de Gustavo García. Para colmo, padeció un primer brote de tuberculosis, la enfermedad que terminaría por arrebatarle la vida. Aun así, de la primera embestida salió ileso… gracias al amor. En 1858 conoció a la bella cantante de ópera Julia Espí, de la que se enamoró perdidamente. Gracias a esos nuevos sentimientos recobró el optimismo y empezó a escribir sus famosas Rimas y Leyendas, pero la relación no cuajó porque ella buscaba un hombre más distinguido. Antes de que cayera en otra profunda tristeza, se interesó por la joven vallisoletana Elisa Guillén, pero ésta también le dio calabazas. Cansado de buscar el amor platónico, finalmente se casó inesperadamente con Casta Esteban, con la que tuvo tres hijos.

Para mantener a la familia, trabajó en varios periódicos y también como censor, aunque nunca dejó de escribir para agrandar su propia colección. No era feliz del todo, pero al menos había encontrado una estabilidad que ni mucho menos fue eterna. De hecho, en 1863 volvió a tener una recaída de tuberculosis y regresó transitoriamente a Sevilla. Una vez recuperado, se instaló de nuevo en Madrid y recibió una flecha tremendamente afilada: Casta le fue infiel. Incapaz de afrontar esta deshonra, huyó a Toledo y se refugió en su hermano Valeriano, quien también perecería a los pocos años. En la más terrible desolación y gravemente enfermo, Bécquer continuó utilizando la pluma hasta sus últimos días, aunque ya sin ninguna pretensión. Eso sí, antes de expulsar su último aliento, le pidió un favor a su amigo Augusto Ferrán. “Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo”. Y su predicción se cumplió al pie de la letra.

Movilidad estudiará la propuesta del Casco Antiguo para hacer salir el tráfico por Bécquer y Vib Arragel

 La Delegación de Movilidad del Ayuntamiento de Sevilla ya ha recibido la propuesta del Distrito Casco Antiguo de Sevilla, dirigido por el concejal de IU José Manuel García, para resolver la salida del tráfico del centro de la ciudad hacia la calle Torneo, consistente en el cambio de sentido de sendos tramos de las calles Bécquer y Vib Arragel, así como en la habilitación del giro a la izquierda en la segunda en dirección a la Alameda de Hércules (Calatrava), para que así se pueda acceder a Torneo por varias vías.

   Así lo indicaron a Europa Press fuentes municipales, que precisaron que ahora los técnicos del departamento procederán al estudio de la viabilidad del proyecto, con vistas a un futuro pronunciamiento

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