Sevilla tiene más conventos que ninguna otra ciudad española (19), pero hoy sólo vamos a hablar del primero que fue catalogado como Bien de Interés Cultural.
Nos referimos al Convento de Santa Paula, que recibió tal distinción durante la II República y cuyo origen más remoto se encuentra en 1473, año en el que el Papa Sixto IV concedió la bula fundacional de un monasterio a Ana de Santillán y Guzmán.
Esta noble mujer, que había ingresado en el convento de San Juan de la Palma tras la muerte de su marido, concibió la idea de crear un monumento de clausura para la orden jerónima y la plasmó en una de sus casas, perteneciente a la collación de San Román.
Con todo, fue su amiga Isabel Enríquez, viuda del condestable de Portugal, quien, una década después, tomó el testigo y le dio forma al edificio que ha llegado a nuestros días.
Clasificarlo es una categoría u otra es una empresa difícil, ya que mezcla varios estilos (gótico, mudéjar y renacentista), cuenta con elementos de gran interés arquitectónico y otros más mundanos, y ha sufrido varias reformas considerables a lo largo del tiempo.
Eso sí, tiene todo lo necesario para considerarse un convento: iglesia, compás, portería, claustros, enfermería, refectorio, cocinas, huertas… Ésta últimas llegaron a ocupar una vasta extensión, si bien fueron menguando progresivamente.
Visto desde fuera, lo que más llama la atención del convento es su original portada, obra del escultor Pedro Millán y del ceramista Francisco Niculoso Pisano.
Para describirla necesitaríamos más de mil palabras, por lo que sale más rentable verla con nuestros propios ojos, ya sea ‘in situ’ (se encuentra entre las calles Santa Paula, Enladrillada y Pasaje Mallol) o a través de fotografías como la que ilustra este artículo.
Eso sí, si quieren verla en su estado actual deben darse prisa, ya que recientemente se han autorizado unas obras para su conservación y éstas podrían durar algunos meses.