Un tributo a Machado

Antonio Machado nació el 26 de julio de 1875 en el Palacio de las Dueñas. Sus progenitores no eran tan ricos como para ser dueños de todo el recinto (su padre era abogado y la familia de su madre tenía una confitería), pero sí lo suficientemente pudiente como para residir en una de las viviendas de este privilegiado inmueble. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”, escribió el poeta ya en su madurez, refiriéndose a la plazuela de la calle Dueñas, donde se le recuerda desde hace tiempo a través de un azulejo.

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Sánchez Mejías: el torero más polifacético

Para definir a Ignacio Sánchez Mejías se necesita tener a mano un diccionario. No en vano, son muchas las palabras que servirían para describir la personalidad y las andanzas de este sevillano de pura cepa que nació en 1891 en el seno de una familia acomodada de quince hermanos. Con sus parientes compartía la sangre y el inevitable vínculo emocional, pero nada más, ya que sus inquietudes eran totalmente diferentes. Buena prueba de ello es que siendo un adolescente hizo las maletas y se escapó de casa a hurtadillas en busca de aventuras.

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Un genio apellidado Murillo (I)

Con el permiso de muchos otros pintores de gran talento, podría decirse que los dos mejores pinceles que ha dado Sevilla son los de Velázquez y Murillo. Del primero ya hablamos en profundidad hace algún tiempo, (pueden repasar los dos artículos que le dedicamos pulsando aquí y aquí), y ahora ahondaremos en la biografía del segundo. Bartolomé Esteban Murillo –así se llamaba- debió de nacer en las postrimerías de 1617, ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la Parroquia de la Magdalena. Su familia, como tantas otras de su tiempo, era muy numerosa, hasta el punto de que él era el menor de catorce hermanos. Su padre alternaba dos profesiones que hoy nos parecen diametralmente opuestas, pero que en su día estaban estrechamente relacionadas: las de cirujano y barbero. Lo mismo cortaba el pelo que practicaba una sangría o sacaba una muela. Por su parte, su madre procedía de una familia de plateros.

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El republicanismo de Diego Martínez Barrio (I)

martinez barrioEl hijo de un albañil y de una vendedora de mercado puede llegar a ser el Presidente del Gobierno de un país. Incluso habiendo nacido en España y en una fecha tan lejana como 1883. Lo demostró Diego Martínez Barrio, un sevillano de pura cepa al que la vida no se lo puso fácil. No en vano, a los once años perdió a su madre y se vio obligado a trabajar, primero como aprendiz de panadero y luego como tipógrafo en una imprenta, de donde absorbió su interés por la lectura. “Mi infancia no conoció otras alegrías que las inevitables de la edad, entreveradas con escaseces que, después de la muerte de mi madre, se convirtieron en miserias”, escribió en sus memorias.

Las injusticias sociales que veía pasar ante sus ojos acrecentaron su inconformismo, de ahí que decidiera meterse de lleno en mundo de la política para intentar cambiar las cosas. Así, al cumplir la mayoría de edad se afilió a la Juventud Republicana de Sevilla y al Partido Republicano Liberal que lideraba Alejandro Lerroux, al tiempo que empezaba a colaborar con algunos periódicos. Escribía con tanta valentía, que uno de sus artículos le mantuvo en la cárcel durante dos meses en 1907 por un presunto delito de opinión, aunque finalmente el caso fue sobreseído.

Un año más tarde ingresó en la masonería, a través de la cual conoció a personas muy influyentes antes de convertirse en uno de sus maestres, y seguidamente fundó el diario El Pueblo para difundir sus ideas republicanas. Su hiperactividad quedó más que probada en 1910, cuando, no saciado con todos los frentes en los que estaba inmerso,  fue elegido concejal del Ayuntamiento de Sevilla. Ya en la década de los veinte quiso dar un paso más en su carrera política, convirtiéndose en el adalid del Partido Republicano Liberal en Sevilla y presentándose como candidato para diputado en las Cortes. Y cuando Primo de Rivera dio el golpe de Estado (1923), se alineó claramente en su contra, por lo que no es de extrañar que terminara exiliado en Francia. De su regreso a España, su ascenso al poder central y su participación en la Guerra Civil hablaremos en el siguiente artículo. 

Antonio Machado: su vida

antonio-machado1El 26 de julio de 1875, en el Palacio de Dueñas (Sevilla), propiedad de la Casa de Alba, vio la luz uno de los mejores poetas que ha dado España: Antonio Machado. Fue el segundo de cinco hermanos y se crió en el seno de una familia de clase media que sólo pasó penurias económicas tras la muerte de su padre, ‘Demófilo’, un estudioso del folclore andaluz. Se formó en el instituto San Isidoro y más tarde pasó por las aulas del Cardenal Cisneros, donde empezó a interesarse por la literatura. No cabe duda de que la influencia de su hermano mayor, el también dramaturgo Miguel Machado, influyó notablemente en el desarrollo de su vocación, ya que estando aún en la capital hispalense le presentó a Valle-Inclán, y una vez que se trasladó a París, a Oscar Wilde y Pío Baroja.  

Cuando sus escritos aún no le daban para subsistir, trabajó como traductor para la Editorial Garnier y también como actor de teatro, antes de ganar las oposiciones para el puesto de catedrático de francés, siendo destinado a Soria. Allí conoció a Leonor Izquierdo, que terminaría convirtiéndose en su mujer, aunque por poco tiempo. Y es que la joven murió de tuberculosis  antes de cumplir los 20 años y Antonio Machado, sumido en una gran depresión, pidió el traslado a Baeza. Mientras ejercía la docencia en dicha localidad jiennense, su percepción de la realidad cambió. Así, el estilo intimista que imperaba en su obra ‘Soledades’, dio paso a unas inquietudes sociales y patrióticas, tal y como dejó patente en ‘Campos de Castilla’. Por esta razón, se le considera un miembro tardío de la Generación del 98.

De Baeza pasó a Segovia, ciudad en la que se enamoró ciegamente de una mujer casada, Pilar de Valderrama, a quien dedicaría una gran colección de versos. El estallido de la Guerra Civil le separó prácticamente de todo lo que amaba y propició su marcha a Valencia, donde no se esforzó en ocultar sus simpatías hacia el bando republicano. Tanto es así que en 1938 huyó a Barcelona y escribió muchos artículos para La Vanguardia, periódico afín al gobierno de Azaña. Poco antes de que las tropas sublevadas tomaran la Ciudad Condal, logró escapar del país y afincarse en Colliure (Francia), pueblo en el que falleció a los 63 años. En el bolsillo de su chaqueta se encontró un papel que incluía dos frases manuscritas: la primera, tomada prestada de Hamletad, rezaba ‘Ser o no ser’, mientras que la segunda fue la última de su cosecha, y decía ‘estos días azules y este sol de la infancia”. 

El contador de verdades (II)

chaves nogalesIILa trayectoria profesional de Manuel Chaves Nogales no siempre fue reconocida públicamente. De hecho, fue concluir la guerra civil y su nombre, como el de muchos otros republicanos, se convirtió en tabú en la España franquista. Pero la gran diferencia con respecto a otros exiliados es que su memoria tampoco volvió con la transición democrática, quizás porque ya llevaba demasiado tiempo muerto (1944). Ha sido en la última década cuando, verdaderamente, se ha realzado su figura con publicaciones de todo tipo (artículos, libros, documentales…) y, como suele decirse, más vale tarde que nunca.

Dicen sus biógrafos que tenía el don de la ubicuidad: siempre estaba en el lugar y en el momento preciso. Así, conoció la Francia ocupada por los nazis, la Rusia comunista, el desierto africano bajo influencia española y el Londres bombardeado. Escribía sin ambages y con un lenguaje que encandilaba a los más exigentes y al mismo tiempo era accesible para los menos apegados a la lectura. Era republicano, de izquierdas y de talante moderado, pero no se casaba con nadie. Si tenía que denunciar lo absurdo de una política del gobierno de Azaña o las injusticias que sufría el proletariado, lo hacía, de ahí que llegara a granjearse en las altas esferas el apodo de ‘el crítico insobornable’.

Tampoco le intimidaba el creciente poder de Hitler. Tanto es así que, tras entrevistar a su ministro de propaganda y mano derecha, Joseph Goebbels, no dudó en calificarle como “ridículo e impresentable”, palabras que le valieron para ser incluido en la lista negra de la Gestapo. Además, advirtió a la sociedad de la existencia de los campos de concentración cuando la razón humana aún no había digerido que aquello pudiese ser verdad. Antes, en plena guerra civil, se alineó firmemente del lado rojo, aunque terminó realmente asqueado de la contienda en general. Buena prueba es su libro  ‘A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España’, en el que culpó a “la peste del comunismo y del fascismo” de los males de España, apostillando con una frase memorable: “Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo».

Cuando los sublevados cercaron Madrid, Chaves Nogales huyó a Francia y poco después a Londres, donde falleció poco antes de que finalizara la II Guerra Mundial. Sus restos aún descansan en la capital inglesa, pero su historia sigue viva en su ciudad natal, Sevilla. No en vano, un documental sobre su persona, elaborado por una productora sevillana y titulado ‘El hombre que estuvo allí’, ha sido nominado recientemente para los Premios Goya. 

El contador de verdades (I)

Chaves-Nogales-sevillaHablar de Manuel Chaves Nogales es hablar de uno de los mejores periodistas que ha dado Sevilla. Nació en la capital hispalense el 7 de agosto de 1897, en el seno de una familia de clase media en términos económicos y de clase alta a nivel intelectual. Buena prueba de ello es que su abuelo fue un reputado pintor de temas taurinos; su padre, académico y cronista oficial de la ciudad; su madre, concertista de piano; y su tío, abogado, escritor y periodista. Esta última profesión fue la que eligió para su destino, pero, dado que no existían estudios específicos de comunicación, cursó la carrera que más relación guardaba con ella: Filosofía y Letras.

A los 20 años ya colaboraba con ‘El Noticiero Sevillano’ y poco después se atrevió a publicar su primer libro, cuyo título no era precisamente fácil de memorizar: ‘Narraciones Maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos’. Como todo español con ganas de prosperar en su campo, se marchó a Madrid poco después de contraer nupcias con Ana Pérez, el amor de su vida. Escalando en el organigrama de ‘El Heraldo’ y  participando en importantes tertulias literarias, Chaves Nogales se labró un nombre en el corazón del país y se convirtió en un periodista influyente.

Era un apasionado del mundo de la aviación y, en su afán de obtener todos los datos posibles sobre esta materia para sus reportajes, estuvo a perder la vida en un aparatoso accidente aéreo acaecido en territorio soviético. Menos riesgo y más repercusión tuvo su artículo sobre Ruth Elder, la primera mujer que cruzó sola el Atlántico en un avión, el cual le valió para ganar el prestigioso premio Mariano de Cavia. En 1935 vio la luz su obra más conocida, ‘Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas’, que está considerado como el mejor libro taurino de todos los tiempos. En cualquier caso, Chaves Nogales no ha pasado a la posterioridad por sus andanzas como copiloto ni por sus textos sobre los ruedos, sino por su compromiso social y su mesura política en la época más convulsa de la historia contemporánea de España. Sobre ello profundizaremos en el siguiente artículo.

Las inquebrantables Justa y Rufina

justa rufinaEs de Perogrullo afirmar que Justa y Rufina no fueron santas siempre y hoy nos hemos propuesto ahondar en sus biografías, que están estrechamente relacionadas. No en vano, hablamos de dos hermanas carnales que nacieron en Sevilla en los años 268 y 270 respectivamente durante el dominio romano. En aquellos tiempos imperaba el paganismo, por lo que el cristianismo que practicaban ellas suponía una rara excepción. Una vez al año, los romanos celebraban una fiesta en honor a Venus y una comitiva recorría las calles pidiendo una aportación económica de casa en casa. Cuando llegaron al hogar de Justa y Rufina, éstas no solo se negaron a pagar por un evento contrario a su fe, sino que destrozaron la figura de la diosa que portaban los recaudadores.

Diogeniano, a la sazón gobernador de la ciudad, ordenó a sus subalternos que las encerraran y las obligaran a abandonar sus creencias religiosas. Dado que por las buenas no consiguieron nada, utilizaron distintos métodos de tortura, tales como el potro (un macabro instrumento que tiraba de las extremidades) y los garfios de hierro, pero el resultado fue idéntico. Así las cosas, fueron recluidas en una celda mugrienta en la que recibían agua y comida con cuentagotas para que sufrieran física y psicológicamente. Sin embargo, para sorpresa de todos, lograron resistir estoicamente.

Tuvieron que inventarse un nuevo castigo y esta vez las forzaron a caminar descalzas hasta Sierra Morena, confiando en que se derrumbarían por el camino. Pero una vez más, volvieron a subestimarlas. Las mandaron de vuelta a un calabozo, donde en condiciones infrahumanas sobrevivieron juntas durante un tiempo más hasta que Justa falleció. Entonces Diogeniano decidió acabar su matanza guiando a su hermana Rufina hasta el anfiteatro para que un león la devorara delante de las masas, pero asombrosamente el animal se limitó a lamerle sus vestiduras. Harto de tantos reveses que ponían en duda su poder, el prefecto mandó degollarla y quemarla en la hoguera. Justa y Rufina demostraron una fe inquebrantable y por eso la Iglesia decidió canonizarlas siglos después.