El porqué de La Campana

Plaza-La-Campana-VerticalHoy reemprendemos nuestra ruta por la historia de las calles de Sevilla haciendo una parada en Campana, cuyo origen se remonta nada más y nada menos que al siglo XVI. Por aquel entonces era una vía mucho más pequeña que la de ahora, pero igualmente relevante debido a su privilegiada ubicación. “Es el lugar más público de Sevilla”, llegó a afirmar en su día el escritor Cristóbal de Chaves, mientras que el francés Antoine de Latour la apodó “la Puerta del Sol sevillana’ por su incesante trajín. Todos los empresarios querían instalar sus dependencias allí y por eso en el siglo XIX su disposición cambió para albergar más comercios. 

Al principio predominaban los alimenticios, y muy especialmente, los relacionados con los dulces (los buñuelos causaban furor), razón por la cual llegó a ser bautizada con el nombre de calle ‘Pasteleros’, pero conforme pasaron los años la oferta se diversificó hasta convertirse en un gran foco recreativo. De esta manera, a lo largo de sus 60 metros de longitud, que limitan con Martín Villa y la Plaza del Duque, se emplazaron numerosos establecimientos de inolvidable recuerdo, como los célebres cafés (Bordallo, París, Novedades…), el Pasaje Eritraña, la Cervecería Inglesa, y un largo etcétera.

¿Y por qué acuñó el nombre de Campana? Por un antiguo almacén que el Ayuntamiento tenía en esta calle, el cual hacía las veces de central de bomberos. De hecho, de su edificio colgaba una campana que sonaba en situaciones de emergencia para movilizar a los vecinos y viandantes. Por todo lo expuesto anteriormente, La Campana siempre tuvo un marcado acento elitista y buena prueba de ello es que fue lugar de paso obligado para cabalgatas, desfiles militares, manifestaciones, carnavales… y por supuesto para las procesiones religiosas, pues todo el mundo sabe que la Carrera Oficial de la Semana Santa sevillana comienza justamente allí.  

O’Donnell en blanco y negro

Retomamos nuestro recorrido histórico por el callejero de Sevilla haciendo una parada en O’Donnell.  Antiguamente se llamaba calle de la Muela y reunía al gremio de los sombrereros en unos tiempos en los que casi todo el mundo llevaba algo en la cabeza. Con el tiempo también se convirtió en el foco del espectáculo, ya que en sus locales se instalaron los principales teatros de la ciudad, como por ejemplo el Gran Kursa o el inolvidable Café París, y también los cines más vanguardistas, como es el caso del Palacio Central, del que hablaremos detenidamente en el siguiente artículo.

Hoy día, prácticamente todos esos edificios han sido reemplazados por otros más modernos  que albergan oficinas, tiendas de ropa, restaurantes de comida rápida, etc. aunque los románticos aseguran que el aroma de lo que un día fue aún no se ha evaporado del todo. En cualquier caso, cuando hablamos de O’Donnell, hablamos de la calle con mayor actividad comercial de Sevilla, pues ya cuenta con más establecimientos que su vecina Sierpes. La mayoría de ellos venden productos textiles, aunque también podemos encontrar zapatos, joyas, productos de decoración, perfumes, libros, etcétera.

¿Y de dónde viene el nombre de O’Donnell? Pues de Leopoldo O’Donnell, militar y político español que aglutinó los títulos de Duque de Tetuán, Conde de Lucena y Vizconde de Aliaga. Ascendió al poder gracias a sus habilidades en el campo de batalla durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840), en la que se alineó en el bando isabelino pese a tener a su padre y a sus hermanos en las filas del enemigo. En su agitado ‘currículum’ también consta la participación en varias sublevaciones, la residencia en el exilio durante un tiempo (Francia) y la presidencia del consejo de ministros en dos etapas. Como anécdota, cabe destacar que tras la victoria en la Guerra de África, ordenó acampar a sus tropas a las afueras de Madrid para preparar una entrada triunfal en la capital de España, algo que finalmente nunca sucedió. Sin embargo, lo que sí consiguió es que durante su prolongada estancia en esa ubicación llegaran comerciantes de zonas aledañas, y fue así como nació el barrio de Tetuán de las Victorias.

La fotografía en Sevilla (III)

De entre todos los grandes fotógrafos que ha dado Sevilla, quizás Emilio Beauchy sea el más reconocido de la larga lista. Su historia es la de una saga familiar de fotógrafos que inició su progenitor, Jules, quien a mediados del siglo XIX se trasladó a la capital hispalense procedente de Francia. Se integró tan rápidamente en las costumbres de su nueva vida, que decidió castellanizar su nombre por el de Julio y llamar a su hijo Emilio, cuando en circunstancias normales podría haberle dado la versión gala (Émile). Padre e hijo llevaban un estudio de la calle Sierpes, el primero como regente y el segundo como ayudante, pero el inevitable paso de los años y el creciente de interés del heredero por la toma de imágenes hicieron que las tornas se invirtieran allá por el año 1880.

Ya con el negocio a su cargo, Emilio percibió que circulaban escasísimas fotografías de los lugares emblemáticos de Sevilla y vio ante sí una oportunidad de mercado. De esta manera, colgó su cámara al hombro y recorrió la ciudad de punta a punta, obteniendo como resultado una serie de más de 400 fotografías que tenía como objetivos las corridas de toros, los Reales Alcázares, la Catedral, el barrio de Triana, etc. Con semejante material en sus manos, se dedicó a realizar copias por doquier y a comercializarlas, tanto a nivel individual como en álbumes de gran calidad, algo que le permitió granjearse un notable prestigio profesional. Tanto es así que se vio obligado a trasladarse a un estudio más amplio de La Campana en 1888, en cuyo letrero se podía leer ‘Casa Beauchy’.

Su instantánea más famosa es ‘Café Cantante’, titulada así porque muestra el interior de un establecimiento sevillano de este tipo y su peculiar animosidad. De igual modo, Emilio Beauchy adquirió popularidad por filmar los estragos del derrumbamiento del cimborrio de la Catedral, acaecido el 1 de agosto de 1888. Con todo, estas dos fotografías no son más que unos pocos ejemplos de su extensa obra, que actualmente se encuentra repartida entre la Biblioteca Nacional, la Universidad de Sevilla, el Ayuntamiento de Sevilla, el Archivo Espasa, la Fototeca Hispalense y otras colecciones privadas. Falleció en 1928 y su hijo Julio continuó con la ‘dinastía’, aunque no llegó a alcanzar el mismo éxito que su antecesor.