El kilómetro cero de Sevilla

En España sólo hay un kilómetro cero y está en la Puerta del Sol (Madrid), pero Sevilla considera que tiene uno propio en la calle José Gestoso.

De hecho, hay dos elementos que se encargan de recordarnos cuál es el punto exacto desde el que se empiezan a numerar las calles de la capital hispalense.

Kilómetro cero de Sevilla
Kilómetro cero de Sevilla

Uno de ellos lo habremos pisado más de una vez, ya que se trata de una baldosa que certifica su privilegiada ubicación, mientras que el otro es un poco más ‘extravagante’, pues hablamos de una concha labrada en piedra que se encuentra colgada en la fachada de la casa número dos, la misma que dio nombre a la vía desde 1384 hasta 1918, cuando era conocida ‘La Venera’.

Conviene aclarar que la calle José Gestoso no es el ombligo de la ciudad por motivos geográficos (no está situada en el centro), sino por la trascendencia que tenía en el momento en el que recibió tal distinción.

Así, cuando en 1845 el Cabildo de Sevilla se propuso renombrar y numerar las calles, que hasta entonces estaban dedicadas casi exclusivamente a los gremios, tomó la Calle de la Venera como punto de partida por su incesante actividad comercial.

Era, sin duda, la vía que congregaba a más tenderos y transeúntes durante los siete días de la semana.

En el número 5 de la misma vivió el escritor y arqueólogo José Gestoso, a quien terminarían dedicándole la calle, y en el 13 hizo lo propio el poeta Rafael Lasso de la Vega.

Antonio Burgos nunca ha residido allí, pero sí ha hallado la manera de definir perfectamente la singularidad de esta calle, “que es céntrica sin serlo, que es de barrio estando a dos pasos de la Campana; una calle morisca, en la que se imagina uno la ciudad que se encontró San Fernando”.

Cuando no había Madrugada

A quien madruga, Dios le ayuda. El rey Carlos III creía en este refrán a pies juntillas, de ahí que no le hiciera ni pizca de gracia que salieran procesiones por la noche. Entendía el monarca, como muchos de sus coetáneos, especialmente los más reaccionarios, que la nocturnidad era caldo de cultivo para los desórdenes y los actos inmorales entre hombres y mujeres. Previamente, la Iglesia ya había intentado restringir las salidas de los pasos a horarios diurnos, pero no pudo con la fuerza popular de las hermandades y perdió el pulso.

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Las columnas de la calle Mármoles

Dejando a Itálica al margen, en Sevilla no hay demasiados vestigios de la época romana. Al menos, no todos los que nos gustarían, aunque hay honrosas excepciones, como es el caso de las columnas de la calle Mármoles. Si bien no puede asegurarse con absoluta certeza, todo hace indicar que en su día pertenecieron al pórtico de un templo que se encontraba en el mismo emplazamiento. Por las dimensiones, debió tratarse de un edificio público de bastante importancia, aunque de momento ha sido imposible concretar su función.

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El noble corazón de doña Guiomar

Detrás del inusual nombre de Guiomar Manuel se encierra la historia de una mujer adelantada a su época. Le tocó vivir entre finales del siglo XIV y principios del XV en el seno de una familia acomodada, si bien su nobleza residía en su espíritu y no en su condición social. De hecho, tras morir su marido, se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a los demás. Y no sólo a sus allegados, sino a cualquier persona que necesitara ayuda, independientemente de la moralidad de cada una de ellas.

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La baranda de la calle Betis

El tema de la baranda de la calle Betis es realmente espinoso. Por un lado, todos queremos pasear por lugares seguros, sobre todo, después de haber sido testigos indirectos del trágico accidente de Sylwia Rajchel, una joven polaca de 23 años que perdió el equilibrio al intentar hacerse un ‘selfie’ y cayó trágicamente al río, donde murió ahogada. Y por otro, todos queremos pasear por lugares bonitos y contemplar las mejoras vistas sin tener que hacer más esfuerzos de los estrictamente necesarios. Desafortunadamente, ambas cosas parecen estar reñidas en el asunto que estamos tratando.

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Una calle, una feria y un motín

Hay calles que tienen vida. Nacen en un momento determinado, echan a andar antes de lo previsto, maduran con la experiencia de los años y van desarrollando una personalidad propia que les hacen ser diferentes a todas las demás. Un buen ejemplo es la calle Feria, cuyo semblante es fácil de recordar e imposible de olvidar. Su trazado arranca en la Iglesia de San Juan de La Palma y finaliza en la calle Resolana, dejando entre medias una estela de 900 metros repletos de comercios tradicionales, viviendas con el sello autóctono y edificios con mucha historia. Entre ellos, la Iglesia de Omnium Sanctorum, la capilla de Monte-Sion, el Mercado de Abastos y el Palacio de los marques de la Algaba.

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Érase una vez una palmera

La avenida de La Palmera se edificó a mediados del siglo XIX con un trazado recto similar al actual, aunque bastante más corto. Fue concebida como una continuación del paseo de Las Delicias y su trayecto fue aumentando con el paso de las décadas, llegando hasta las inmediaciones del barrio de Bellavista. Cuando ya tenía casi un siglo de edad, fue bautizada en 1910 con el nombre de ‘La Palmera’, en honor a una bella especie de este tipo que crecía en la glorieta Plus Ultra (la que está situada junto a la grada de Fondo del Benito Villamarín).

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La estrechez de Mateos Gago

Seguimos desmenuzando el callejero de Sevilla y su trasfondo histórico, deteniéndonos en esta ocasión en Mateos Gago, que puede ser considerada como la puerta principal del barrio de Santa Cruz. Esta vía cogió prestado el nombre de un afamado catedrático de teología que impartía clases en la Universidad de Sevilla a mediados del siglo XIX. Sus ideas sobre la evolución humana chocaban frontalmente con el darwinismo que promulgaba otro profesor sevillano, Antonio Machado y Núñez (no confundir con el poeta), y originaron una intensa rivalidad académica. Al margen de dedicarse a la docencia, Francisco Mateos Gago fundó la Academia Sevillana de Estudios Arqueológicos y ejerció el sacerdocio, llegando a ser canónigo de la Catedral de Sevilla.

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