El hijo del gran Juanito Valderrama, el que fuera uno de los genios más grandes y célebres del cante andaluz, es ya algo más que el hijo del papá cantaor y famoso: es un gran artista. Y tan valiente como su padre, porque ha venido a la Bienal de Flamenco –sabiendo la que podíamos darle–, sin miedo alguno a las críticas. Se le ocurrió algo que hacía falta: desenterrar a grandes genios del cante que, por ser payos, o sea, distintos, los encerraron en la canariera y tiraron la llave al Guadalquivir. Juan Antonio Valderrama vino al magno festival sevillano a abrir la canariera y homenajearlos, algo por lo que lo admiro y me quito el sombrero cordobés.Vino a reivindicar una línea de cante maltratada y olvidada por la historia, por la flamencología gitanista. Una escuela que él conoce muy bien porque la mamó en su propia casa, al lado del genio de su padre. Anoche demostró que conoce el paño, aunque le mangara naturaleza flamenca a los estilos que hizo llevándolos a su terreno, el de la canción andaluza o aflamencada, con arreglos musicales y una puesta en escena poco jonda. Ha querido hacerlo así y todo lo que hizo llevaba su impronta. De eso se trataba. Es un magnífico copista de su padre y de Marchena, pero no vino a calcarlos hasta en el blanco de los ojos.