Las inquebrantables Justa y Rufina

justa rufinaEs de Perogrullo afirmar que Justa y Rufina no fueron santas siempre y hoy nos hemos propuesto ahondar en sus biografías, que están estrechamente relacionadas. No en vano, hablamos de dos hermanas carnales que nacieron en Sevilla en los años 268 y 270 respectivamente durante el dominio romano. En aquellos tiempos imperaba el paganismo, por lo que el cristianismo que practicaban ellas suponía una rara excepción. Una vez al año, los romanos celebraban una fiesta en honor a Venus y una comitiva recorría las calles pidiendo una aportación económica de casa en casa. Cuando llegaron al hogar de Justa y Rufina, éstas no solo se negaron a pagar por un evento contrario a su fe, sino que destrozaron la figura de la diosa que portaban los recaudadores.

Diogeniano, a la sazón gobernador de la ciudad, ordenó a sus subalternos que las encerraran y las obligaran a abandonar sus creencias religiosas. Dado que por las buenas no consiguieron nada, utilizaron distintos métodos de tortura, tales como el potro (un macabro instrumento que tiraba de las extremidades) y los garfios de hierro, pero el resultado fue idéntico. Así las cosas, fueron recluidas en una celda mugrienta en la que recibían agua y comida con cuentagotas para que sufrieran física y psicológicamente. Sin embargo, para sorpresa de todos, lograron resistir estoicamente.

Tuvieron que inventarse un nuevo castigo y esta vez las forzaron a caminar descalzas hasta Sierra Morena, confiando en que se derrumbarían por el camino. Pero una vez más, volvieron a subestimarlas. Las mandaron de vuelta a un calabozo, donde en condiciones infrahumanas sobrevivieron juntas durante un tiempo más hasta que Justa falleció. Entonces Diogeniano decidió acabar su matanza guiando a su hermana Rufina hasta el anfiteatro para que un león la devorara delante de las masas, pero asombrosamente el animal se limitó a lamerle sus vestiduras. Harto de tantos reveses que ponían en duda su poder, el prefecto mandó degollarla y quemarla en la hoguera. Justa y Rufina demostraron una fe inquebrantable y por eso la Iglesia decidió canonizarlas siglos después.       

Un ejemplo difícil de seguir

María Isabel Salvat Romero nació el 20 de enero de 1926 en Madrid en el seno de una familia adinerada y distinguida. Pudo haber tenido una vida cómoda, pero prefirió salirse de la carretera asfaltada para escoger el camino pedregoso. Y por raro que parezca, a su familia no le sorprendió que tomara los hábitos a los 18 años, ya que desde niña siempre había mirado más por los demás que por sí misma. El caso es que si no hubiera variado su rumbo, hoy no estaríamos hablando de ella, pero su controvertida decisión y su posterior trayectoria como religiosa católica le han permitido pasar a la historia como una de las mujeres más caritativas de nuestro país.

Ingresó en la Compañía de la Cruz para atender a pobres, enfermos y niñas huérfanas y su espejo no podía ser otro que Santa Ángela de la Cruz, de la que siempre fue una fiel seguidora. Lejos de sentir dudas por la carrera que había iniciado, en 1952 hizo los votos perpetuos y seguía las reglas de su orden al pie de la letra. Su austeridad era extrema, su fe, inquebrantable, y su trabajo, incansable. Todas esas aptitudes le sirvieron para, primeramente, ganarse el cariño de Estepa y Villanueva del Río y Minas, donde fue madre superiora de sus casas y, posteriormente, para ser nombrada Madre general de la compañía el 11 de febrero de 1977. Ya por aquel entonces todo el mundo la conocía como Madre María de la Purísima.

Allá donde fue dejó su huella y Sevilla no fue ninguna excepción. En la capital hispalense dirigió su organización con un liderazgo sin igual, mostró su ilimitada piedad y se entregó en cuerpo y alma a los más desfavorecidos obteniendo como recompensa la paz espiritual que se llevó a la tumba el 31 de octubre de 1998. Después de todo lo que había hecho de forma desinteresada, sin ahondar en los milagros que se le atribuyen, era lógico que tras su muerte se iniciara el proceso de canonización. De esta manera, en 2009 ya fue declarada ‘venerable’ por el Papa Benedicto XVI y un año más tarde fue beatificada en una multitudinaria misa celebrada en el Estadio de la Cartuja y presidida por la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena. Pero el reconocimiento a su labor no termino ahí, ya que hace unos días se tituló una calle de Sevilla con su nombre. Y es que en este mundo tan individualista en el que vivimos, el caso de Madre María de la Purísima es un ejemplo para la sociedad. Un ejemplo difícil de seguir y fácil de admirar.

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