El ser humano come caracoles desde tiempos inmemoriales. Al principio se lo llevaba a la boca porque no había mucho donde elegir y su recolección era sencilla. De hecho, mientras el hombre se jugaba la vida cazando, mujeres y niños buscaban otros alimentos menos ‘peligrosos’, entre ellos, este tipo de moluscos. Mucho más adelante, durante la época romana, pasaron a ser considerados artículos de lujo y estaban fuera del alcance de las clases bajas, que los veían como un objeto de deseo inalcanzable. Como en toda ciclotimia, siglos después fueron defenestrados y catalogados como comida basura, pero una personalidad pública, el prestigioso político francés Charles Maurice de Talleyrand, volvió a reivindicar su ingesta en el siglo XVIII y todo cambió de nuevo.