La corporación que hoy tiene como sede la Capilla de los Marineros es el resultado de una serie de adhesiones amistosas que tuvieron lugar en los últimos cinco siglos. Así, la
Hermandad de la Esperanza que fundaron los ceramistas en 1418 se fusionó con la de San Juan Evangelista, constituida por pescadores, en 1542, y posteriormente incorporaron a la Hermandad de las Tres Caídas de Cristo, formada por gentes de la mar y creada por el clérigo Francisco de Lara en el convento de las Mínimas de Triana. No fue la última conciliación, ya que más recientemente, en 1971, también se unió la Hermandad Sacramental de la Parroquia de Santa Ana.
Todas estas uniones fraternales no se habrían dado sin el abrazo de la Esperanza, a la que se venera en Triana desde antes mucho antes de ser tallada la imagen que deslumbra actualmente en la Madrugá del Viernes Santo. Su autoría no está acreditada, aunque se le atribuye a Juan de Astorga, imaginero malagueño que pudo terminarla a principios del siglo XIX. El rasgo que más y mejor le identifica es su tez morena, inconfundible y prodigiosa al mismo tiempo. Y es que su piel oscura, lejos de restarle vitalidad, irradia luz en todas las direcciones gracias a la compañía de unos ojos que son luceros de azabache.
El 2 de mayo de 1898 fue un día triste para la Hermandad, pues estando en la Iglesia de San Jacinto, la imagen fue presa de las llamas de un incendio devastador que asoló prácticamente todo el altar. Pero esa tragedia también puso de manifiesto que no hay nada que pueda con Ella y sí mucha gente dispuesta a darlo todo por su integridad. De hecho, la rápida actuación del padre prior, un concejal del Ayuntamiento, un maestro y un guardia civil permitió que se salvaran algunos restos que sirvieron como patrón para las futuras restauraciones, llevadas a cabo por Gumersindo Jiménez Astorga, José Ordóñez Rodríguez, Antonio Castillo Lastrucci y Luis Álvarez Duarte. Porque la Esperanza, ya sea en mayúscula o en minúscula, es lo último que se pierde.