Hace un año dedicamos un artículo a los cines de verano que causaron furor en Sevilla en los años sesenta, setenta e incluso principios de los ochenta, fecha en la que comenzaron a desaparecer progresivamente (pueden releerlo pinchando aquí). Sin embargo, vuelven a estar de moda. Tanto es así que el cine de verano más gran del mundo está a punto de ver la luz… en Sevilla. Concretamente, la ubicación elegida es el muelle de las Delicias y será inaugurado oficialmente el próximo 9 de julio con un concierto de José Manuel Soto y sus hijos (Soto&Family).
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La calle Cuna
¿Por qué la calle Cuna se llama así? Su nombre procede del antiguo Hospicio de Niños Expósitos, también conocido como ‘Casa Cuna’, que se encontraba en el espacio que hoy ocupa el Teatro Quintero. Abrió sus puertas en 1558 por orden del Cabildo Catedralicio Hispalense y no era precisamente un sitio agradable. Al menos, esa es la impresión que le dejó al viajero británico Richard Ford, que escribió sobre ello. “Los que quieran cebarse en horrores pueden visitar el hospital de los expósitos, la cuna, que se llama en España, como si en efecto fuera la cuna y no el ataúd de los desgraciados niños. La cuna o casa de expósitos puede ser definida como el lugar donde los inocentes son asesinados y los hijos naturales abandonados por sus antinaturales padres, y atendidos en el sentido de que se les mata a hambre lenta”.
Mitad teatro, mitad cine
El Teatro Cervantes no sólo es el más antiguo de Sevilla, sino también el único de su época que ha sobrevivido a nuestros tiempos. Fue diseñado por el arquitecto sevillano Juan Talavera y de la Vega (autor también de El Costurero de la Reina) y abrió sus puertas al público el 13 de octubre de 1873, es decir, hace más de 140 años. Sorprendentemente, y pese al paso del tiempo y a las numerosas modificaciones realizadas, su interior conserva la esencia original, lo cual le otorga un valor histórico añadido. Y eso que en la década de los sesenta dejó de ser un teatro para convertirse en cine, aunque nunca perdió su alma escénica.
Aquellos cines de verano
Todo el mundo sabe que los cines de verano causaban furor en Sevilla. Quienes peinan canas tendrán recuerdos en primera persona, mientras que los que aún gozan del privilegio de la juventud a buen seguro que habrán oído historias y anécdotas de sus padres y abuelos. Y es que en aquellas calurosas noches de los años sesenta y setenta no había mejor manera de divertirse que acudiendo a una de las numerosas terrazas hispalenses que proyectaban películas bajo las estrellas. Los nombres de los cines hacían referencia a la zona en la que estaban ubicados: Santa Catalina, Alfarería, Avenida, Osario, Trinidad, Miraflores, Alfonso XII, Estrella, Candelaria, Palmera, Pagés del Corro, San Gonzalo, y un largo etcétera.
Obviamente, no eran cines como los de ahora, pero tenían un encanto especial. Sus pantallas blancas marcaban el horizonte y podían ‘bailar’ tímidamente si el viento hacía acto de presencia. Sus sillas de enea no eran tan cómodas con las butacas de ahora, pero entonces nadie se quejaba de ellas, mientras que el suelo no estaba cubierto por una moqueta, sino por el albero más mundano, que era ideal para enterrar pipas y todo tipo de cáscaras sigilosamente. Y es que comer durante la proyección era algo innegociable. De hecho, era habitual que todas las películas tuvieran una pausa (el llamado ‘intermedio) para fomentar el consumo en el ambigú y en el puesto de chucherías.
Los límites de la sala los marcaban cuatro largas paredes encaladas, en las que convivían las enredaderas con alguna que otra lagartija. Los cines de verano de Sevilla alcanzaron su culmen en 1982, coincidiendo con la celebración del Mundial de Fútbol en España, y a partir de entonces comenzó su rápido declive debido al ‘boom’ urbanístico y la difusión del vídeo comunitario, entre otros factores. Con todo, la nostalgia de aquellas noches estivales sigue estando muy presente en Sevilla, de ahí que este año se haya habilitado un cine de verano en un lugar tan emblemático como el Parque de María Luisa. De martes a domingo y hasta el 31 de agosto, allí se reproducirán películas de distintas temáticas a las 22:15 horas de forma totalmente gratuita.
Teatro, cine y tienda de ropa
Lo prometido es deuda. Hoy hablaremos del Palacio Central, uno de los primeros cines que se instalaron en Sevilla tras la guerra civil. El edificio ya tenía una dilatada experiencia a sus espaldas en el mundo del espectáculo puesto que durante varios siglos hizo las veces de teatro, primero bajo el nombre de Teatro Principal y posteriormente como salón Kursaal. No obstante, llegó un momento (1941) en el que el escenario de madera fue sustituido por una gran pantalla y el inmueble, que previamente había sido reformado a fondo por los arquitectos Suárez Garmendia y Balbino Marrón, se convirtió en una ‘franquicia’ del séptimo arte.
O’Donnell en blanco y negro
Retomamos nuestro recorrido histórico por el callejero de Sevilla haciendo una parada en O’Donnell. Antiguamente se llamaba calle de la Muela y reunía al gremio de los sombrereros en unos tiempos en los que casi todo el mundo llevaba algo en la cabeza. Con el tiempo también se convirtió en el foco del espectáculo, ya que en sus locales se instalaron los principales teatros de la ciudad, como por ejemplo el Gran Kursa o el inolvidable Café París, y también los cines más vanguardistas, como es el caso del Palacio Central, del que hablaremos detenidamente en el siguiente artículo.Los espectros del Fantasio
La irrupción de los centros comerciales y la expansión de la piratería audiovisual acabaron con muchos cines de Sevilla, incluido el Fantasio, al que un incendio terminó por darle la puntilla. Situado en la calle Pagés del Corro del barrio de Triana, cerca de la intersección con San Jacinto, gozó de mucha popularidad entre finales de los ochenta y principios de los noventa porque sus precios eran asequibles y apenas tenía competencia en ese lado del río. Pero también era conocido por el halo tétrico que le rodeaba, pues eran numerosas las leyendas de terror que circulaban en torno a sus proyecciones. Y no precisamente por el encantamiento de sus butacas o pantallas, sino por los ruidos que procedían del mugriento edificio de viviendas que estaba justo sobre él.El cineasta de moda
apasionó el séptimo arte y cuando tenía 20 años, su padre, técnico de Televisión Española, le regaló una cámara de 16 mm que había adquirido en uno de los mercadillos con más solera de la capital: el de los jueves de la calle Feria. Ya con la filmadora en su poder, entabló amistad con otros jóvenes como él, compartieron inquietudes y emprendieron un proyecto de cortometrajes llamado ‘Cinexin’, que tuvo tan buena acogida a pequeña escala que llegó a la mesa de Canal Plus. Llegados a este punto, a todos los artistas se les presenta un dilema: continuar en su tierra o emigrar a Madrid para crecer ampliar la red de contactos.La artista que dijo no a Hollywood
primera mitad del siglo XX, para progresar en el mundo de las artes escénicas era obligatorio trasladarse a Madrid y eso fue lo que hizo siendo aún muy joven. En la capital de España recibió la formación que le permitió debutar en el Teatro Eslava y conseguir grandes papeles en el cine, en cintas como ‘El hombre que se reía del amor’, ‘La señorita de Trevélez’, ‘La rueda de la vida’, etc. Alcanzó tal grado de éxito que los directores más importantes del momento, como Florián Rey, Benito Perojo, Edgar Neville, se ‘peleaban’ entre ellos para contar con ella en sus proyectos.