El precio de blasfemar

hombredepiedrasevillaEn mayor o menor medida en función del contexto histórico, blasfemar siempre ha estado prohibido. O como mínimo, mal visto. De hecho, se sigue creyendo que toda palabra injuriosa contra Dios lleva aparejada un castigo y hay leyendas que corroboran este dogma. Una de ellas tiene como escenario a Sevilla, y más concretamente, el barrio de San Lorenzo. En la calleja larga y angosta que discurre entre Santa Clara y Jesús del Gran Poder, llamada ‘Hombre de piedra’ (antes ‘Buen Rostro’), sucedió en el siglo XV una escena realmente asombrosa que dio origen a su nombre actual.

En el interior de una taberna se encontraban varios amigos bebiendo vino y mostrándose muy efusivos por los efectos del alcohol. Con todo, pudieron distinguir el sonido de una campanilla acompañado de voces susurrantes. Era una comitiva encabezada por un el cura párroco, quien portaba la caja del Viático para dar la última comunión a un enfermo terminal. Tras él, un nutrido grupo de feligreses rezaban con velas y faroles en sus manos.

Pese a que no eran especialmente devotos, los compadres dejaron sus vasos, dieron por concluidas sus jocosas conversaciones y se arrodillaron al paso del cortejo como señal de respeto. Todos menos uno de ellos, llamado Mateo el Rubio, el matón del barrio, quien decidió hacer gala una vez más de su valentía y rebeldía. Creyendo que estaba por encima del bien y del mal, no sólo se negó a inclinarse, sino que se mofó de todos los creyentes con acusaciones muy graves. “Lo que hacéis es cosa de beatas”, llegó a afirmar. Y, de manera fulminante, un rayo cayó sobre él, hundiéndole las rodillas en el suelo y convirtiendo su cuerpo en piedra, el cual permanece allí como muestra del poder divino. La ciencia, obviamente, tiene otra teoría, y atribuye estos restos arqueológicos a una estatua romana de las que solían instalarse en las termas.

El origen de la ilusión

Tenemos la sensación de que la Cabalgata de Reyes de Sevilla ha existido siempre y no nos imaginamos qué haríamos sin ella cada 5 de enero, pero lo cierto y verdad es que durante muchísimos años no hubo nada parecido. No quedó otra que esperar hasta 1918 para ver el cortejo por primera vez en las calles. La idea surgió en una de las clásicas tertulias que se realizaban en el Ateneo entre conocidos personajes de la época y el objetivo prioritario era crear un evento social que hiciera ilusión a los niños más desfavorecidos. Lo que nunca imaginaron sus fundadores es que su proyecto terminaría haciendo ilusión a todo el mundo: niños, padres y abuelos de todas las clases sociales.

El periódico ‘El Liberal’ se encargó de difundir la noticia, muchas personas trabajaron desinteresadamente y el empresario Vicente Lloréns cedió el Teatro San Fernando (en el espacio que hoy ocupa la tienda C&A) para que los preparativos se realizasen allí. Con todo listo, la comitiva partió de la calle Lombardo (actual Muñoz Olivé) a las 20:00 horas tras ser anunciada instantes antes con el sonido de las trompetas. Los archivos del Ateneo describen así la primera cabalgata de Sevilla: “Un modesto cortejo de los Magos montados a caballo, el Rey Melchor fue encarnado por Jesús Bravo Ferrer, Gaspar por José María Izquierdo y para Baltasar eligieron a un auténtico ‘rey negro’: Antoñito, el  botones del Salón Lloréns. Les acompañaban algunos otros jinetes e infantes con sus séquitos, con la añadidura de unos cuantos borriquillos que portaban en sus angarillas los juguetes y dulces que se repartirían a los niños desvalidos o enfermos acogidos en los diversos asilos, hospitales y orfelinatos”.

Aunque ya aquel día la aceptación fue espectacular, ni que decir tiene que la Cabalgata de Reyes del Ateneo fue ganando popularidad con el paso de los años y evolucionando hasta la que conocemos actualmente. Como dato significativo, cabe destacar que se ha celebrado desde 1918 hasta nuestros tiempos de manera ininterrumpida y ni siquiera la Guerra Civil pudo frenar sus ansias de repartir ilusión. También sería injusto no destacar la figura de José María Izquierdo, principal artífice de la cabalgata. Este literato se entregó en cuerpo y alma para que los niños más tristes fueran los más felices cada 5 de enero. Lo consiguió y de qué manera, aunque debido a su prematura muerte no pudo ver todo el alcance social de su creación.