En los corrales de vecinos la gente se relacionaba mucho más que en cualquier otro ambiente residencial por el reducido tamaño de las viviendas, la disposición de las mismas y la existencia de zonas comunes para usos de primera de necesidad, dando como resultado una especie de ‘microsociedad’. Cada hogar sólo disponía de una sala y la única manera de separar la cocina de los dormitorios, por llamarlos de alguna forma, ya que no eran como los de hoy día, era a través de cortinas. En familias numerosas, era frecuente que muchos padres durmieran a sólo unos pasos de sus hijos puesto que el espacio brillaba por su ausencia. Y cuando llegaba el invierno, la única manera de calentar el agua era calentándola en una hornilla tradicional de carbón, mientras que en verano se sacaban palanganas al sol para aprovechar los efectos del calor abrasador sevillano.

En Sevilla, los corrales de vecinos proliferaron principalmente en el casco antiguo, en el barrio de San Bernardo y en Triana, donde se concentraron en torno a la calle Pagés del Corro. El más grande y popular de todos ellos es el Corral del Conde (ubicado en la calle Santiago), que data de 1561, tiene 107 habitaciones y sigue funcionando como residencia para turistas y estudiantes. También se conservan en buen estado el del Coliseo (situado cerca de la Plaza de la Encarnación), el de San José de la calle Jimios, el del Cristo del Buen Viaje, el de la Cerca Hermosa (Alfarería), el de Herrera (Pagés del Corro), etcétera.