Las cadenas de la Catedral

Posiblemente, alguna vez se habrán preguntado por qué la Catedral de Sevilla está rodeada de cadenas. No se trata de ninguna medida de seguridad para proteger el edificio, sino de un legado del siglo XVI. Por aquel entonces, existían diferentes órganos de justicia y distintos criterios entre los mismos, de ahí que a cada acusado le interesara ser juzgado en uno u otro. La justicia ordinaria tenía fama de ser la más dura, y por lo tanto, todo el mundo quería esquivarla. Los soldados lo tenían fácil porque podían declarar ante un tribunal militar, y los curas, ante la autoridad eclesiástica, pero el resto de los mortales tenía que buscarse otras artimañas.

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El crimen de las estanqueras

El 11 de julio de 1952 tres individuos entraron en un estanco situado en la avenida Menéndez y Pelayo con la intención de robar dinero. Habían ideado el plan y sobre el papel no era difícil de ejecutar. Sin embargo, lo que no entraba en sus planes era que la mujer mayor que estaba al frente del negocio, Matilde Silva Montero, se rebelaría contra ellos y trataría de huir pidiendo auxilio desesperadamente. Sus voces alertaron a su hermana, que estaba dentro del local, y a uno de los ladrones no se le ocurrió otra cosa que asestar 13 puñaladas a una y 16 a la otra para acabar con sus vidas, y por ende, con los testigos.

A la mañana siguiente, un sobrino de las fallecidas se acercó al estanco y encontró sus cadáveres rodeados de sangre. Rápidamente la policía se puso manos a la obra y, gracias a una delación, arrestaron a los presuntos autores: Francisco Castro Buenos, apodado el ‘Tarta’ por su tartamudez, Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez. Los dos primeros fueron detenidos cuando iban en tren hacia Madrid para alistarse en la Legión y el tercero, al parecer, se escondía en un pajar junto al río. Nunca hubo pruebas materiales, pero las más que posibles torturas que recibieron propiciaron la confesión de uno de ellos. Así pues, fueron encarcelados a la espera de un juicio que no tardaría en llegar.

Los asesinatos tuvieron una gran repercusión mediática y acuñaron el sobrenombre de ‘El crimen de las estanqueras’. El abogado Manuel Rojo fue el encargado de defender a los delincuentes, quienes ya estaban fichados previamente por delitos menores, pero las coartadas y sus argumentos legales cayeron en saco roto y los reos fueron ajusticiados a garrote vil en la cárcel de Ranilla. Posteriormente, este mismo letrado publicó un libro en el que, sutilmente, dejaba entrever las irregularidades del juicio y sugería una conexión entre el crimen y el tráfico de hachís. En 1991, los hechos también sirvieron como guión para un capítulo de la serie de televisión ‘La huella del crimen’, que fue protagonizado por Fernando Guillén Cuervo.