Jesús de la Rosa nació el 5 de marzo de 1948 en la calle Feria, en una de esas típicas casas antiguas de habitaciones pequeñas y patio grande, en el seno de una familia numerosa de ocho hermanos. Él era el más pequeño, el más inquieto, el más impaciente. A los 13 años ya había abandonado los estudios y trabajaba como aprendiz de platero, pero lo que le gustaba realmente era la música. Su talento no provenía de academias ni de clases de solfeo: era innato. No debe sorprender por tanto que antes de cumplir la mayoría de edad ya hubiese formado un grupo, ‘Nuevos Tiempos’, que bebía de la incipiente influencia anglosajona. De hecho, la mayoría de las letras de su primer disco, grabado en Barcelona, estaban escritas en inglés. Sin ser consciente de ello, acababa de poner la semilla de un movimiento musical, el que era capaz fusionar el estilo tradicional andaluz con el rock progresivo.
La llamada del servicio militar le obligó a hacer un paréntesis, pero una vez que se licenció, reanudó su vocación. Primero como vocalista de ‘Los Brincos’, grupo que decidió prescindir de sus servicios en cuanto comprobó que sus tintes aflamencados eran innegociables. Y después, como bajista de la banda ‘Tabaca’, donde conoció a Eduardo Rodríguez. Ambos se desmarcaron al poco tiempo de este proyecto y fundaron en 1974 el grupo Triana, junto a Juan José Palacios, ‘Tele’, y Manuel Molina, aunque éste último abandonó al poco tiempo. Con un magnetofón doméstico, comenzaron a grabar sus primeras maquetas. Les sobraba destreza y perseverancia. Les faltaba el empujoncito decisivo.
La discográfica Movieplay, con su filial Gong, se fijó en ellos y grabó su primer LP: ‘El Patio’. Ya no había marcha atrás. La creatividad de Jesús de la Rosa era incesante y pronto vio la luz el segundo, ‘Hijos del agobio’, el cual les hizo muy populares en Sevilla pese a no contar con una promoción al uso. Todo funcionaba a través del boca a boca, de
vinilos que pasaban de mano a mano, de emisoras locales que de vez en cuando decidían pinchar sus temas. Ya en 1979, con el tercer trabajo, ‘Sombra y luz’, el grupo entra en otra dimensión y se consagra como referente del llamado rock andaluz durante la transición democrática. Los discos se vendían como churros, los conciertos eran multitudinarios, las peticiones de entrevistas se disparaban… El éxito y la fama alcanzan su punto álgido con ‘El encuentro’, el sencillo más popular del grupo y que dio nombre al cuarto trabajo. A partir de ahí, comenzó un periodo de cierta decadencia, de melodías no tan brillantes, de letras un tanto oscuras.
Lamentablemente, Jesús de la Rosa no tuvo la oportunidad de remontar el vuelo, ya que la desgracia se cebó con él. En 1983, tras dar un concierto benéfico en San Sebastián por las inundaciones sufridas en el País Vasco, decidió regresar por carretera a Madrid, donde tenía una casa. Pero nunca llegó a su destino. A su paso por Burgos, tuvo la mala suerte de que su coche se estrelló con una furgoneta y pese a que el accidente no parecía del todo grave, falleció poco después en el hospital. Jesús de la Rosa fue un genio, un genio sin suerte. Todos los intentos posteriores de recuperar el grupo sin él fueron en balde. Su voz era inimitable y su vacío, imposible de llenar.