El mosquito de 1800

El virus del Zika está abriendo todos los telediarios últimamente y hay quien se sorprende de que su método de propagación sea la picadura de un mosquito. Sin ánimo de querer comparar una cosa con la otra, porque en absoluto son equiparables, cabe recordar que algunas de las grandes epidemias de la historia también se extendieron por mordeduras de insectos. Sin ir más lejos, la fiebre amarilla que hizo que enfermara casi toda la población de Sevilla en 1800 fue transmitida… por un mosquito.

Por aquel entonces, la capital hispalense contaba con unos 80.000 habitantes, cifra muy inferior a la que había tenido en siglos anteriores, y ésta se redujo aún más cuando la fiebre amarilla hizo acto de presencia. Llegó previa escala en Cádiz, donde había atracado un buque llamado ‘Delfin’ que procedía de La Habana (Cuba) y traía pasajeros enfermos. Triana fue el primer barrio donde aparecieron masivamente los síntomas (cefalea, calentura, ictericia, vómitos, hemorragias, diarrea…), hasta el punto de que la iglesia de Santa Ana tuvo que ser cerrada por el elevado número de defunciones, al tiempo que se trasladaba el Santísimo al convento de San Jacinto.  

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El hospital de todos (I)

¿Puede un hospital convertirse, con el paso del tiempo, en sede de un parlamento autonómico? La respuesta es sí y la encontramos en Sevilla. Hablamos de un proyecto ideado por Fadrique Enríquez, primer Marqués de Tarifa y quinto Adelantado de Andalucía, artífice también de la Casa de Pilatos, tal y como recordábamos en el anterior artículo. El edificio empezó a construirse en 1546, es decir, después de su muerte, y tenía como objetivo magnificar la fundación de caridad que había creado previamente su madre, Catalina de Ribera. De hecho, contaba con el respaldo de una bula pontificia. Los diseños corrieron a cargo del reputado arquitecto Martín de Gainza, pero debido a su inesperada muerte, las obras fueron finalizadas por el no menos afamado Hernán Ruiz II.

Parlamento de AndalucíaEn 1559, el Hospital de las Cinco Llagas (también conocido más tarde como Hospital de la Sangre) echó a andar. Su ubicación, fuera de las murallas de la ciudad, suponía una gran novedad en aquellos tiempos y dejaba claro que estaba destinado a los pobres. No en vano, el hecho de que se levantara extramuros era una ventaja para controlar posibles epidemias, pero también una amenaza, ya que hacía las veces de puerta de entrada para personas de todas las condiciones y procedencias. Aun así, para contrarrestar todos estos peligros, se aplicaban medidas higiénicas extremas, evidentemente no como las que se toman ahora, pero sí mucho más estrictas que las de entonces, gracias a la instalación de cloacas y acueductos para el abastecimiento del agua.

El hospital cobró una importancia capital en épocas de guerras, inundaciones y plagas, llegando a tener más enfermos que ningún otro de Europa. Por fortuna, todas estas desdichas se previeron antes de poner los cimientos, de ahí que se construyeran amplias galerías que favorecían la ventilación exterior, requisito imprescindible para reducir el riesgo de contagio. Más adelante, en plena Guerra de la Independencia, una parte fue reservada exclusivamente para los militares, y a principios del siglo XX otra de sus dependencias pasó a ser un centro universitario de medicina, con sus correspondientes reformas. Eran tan distintos sus huéspedes y tan ineficaz la coordinación, que el edificio fue deteriorándose a paso lento pero firme, hasta el punto de que en febrero de 1972 se decretó su cierre. En los próximos artículos hablaremos de su arquitectura, de su peculiar iglesia, de cómo se ha reciclado para fines políticos y de alguna que otra leyenda.