Doce años sin Muñoz Cariñanos

El 16 de octubre de 2000, es decir, hace justamente 12 años, Sevilla se estremeció por uno de los asesinatos más viles que se han cometido en nuestra ciudad, partiendo de la base de no puede haber ninguno honroso. Dos miembros de la banda terrorista ETA, que aún responden a los nombres de Jon Igor Solana Matarranz y Harriet Iragi Gurrutxaga, entraron en la consulta del médico otorrinolaringólogo Antonio Muñoz Cariñanos y le dispararon varios tiros a sangre fría sin mediar palabra. Lo tenían todo bien estudiado. De hecho, habían conseguido una cita previa por los cauces normales y esperaron en la sala de espera como todo el mundo hace, con la cara descubierta y sin llamar la atención.

Pero no contaban con la reacción instintiva de los sevillanos, quienes, lejos de esconderse al verles correr, les pusieron todas las trabas habidas y por haber, y colaboraron con la policía de manera brillante, retransmitiendo la huída con numerosas llamadas telefónicas desde las calles por las que avanzaban. Habían pasado las seis y media de la tarde cuando se produjo un tiroteo entre los terroristas y las fuerzas del orden junto al Hogar San Fernando. Uno de los fugitivos fue capturado en dicha refriega, mientras que el otro, herido en un hombro, consiguió escapar, aunque por poco tiempo. Ambas detenciones se produjeron en el barrio de la Macarena, en medio de un gentío que se sintió partícipe del arresto. No en vano, la colaboración ciudadana resultó más que decisiva.

Cuentan los testigos presenciales que uno de los delincuentes se jactó de ser etarra cuando fue esposado, mientras que el otro se cagó en los pantalones ante el temor de un linchamiento. Pero qué importancia tienen esos detalles en comparación con la injustificable muerte de un médico durante su jornada laboral. Muñoz Cariñanos sabía que estaba en el punto de mira de los terroristas por el simple hecho de haber tenido una carrera militar, pese a que pasó más tiempo cuidando las cuerdas vocales de cantantes como Raphael, Rocío Jurado, María del Monte, Isabel Pantoja, Camarón de la Isla, etc. que entre soldados. Aun así, se negó a llevar escolta. Esos genes de valentía y de repulsión a la barbarie los han heredado sus tres hijos, especialmente uno de ellos, Pablo, que actualmente salva vidas en el mismo lugar donde se la quitaron a su padre.

Los retales de La Ranilla

Cuando en 1911 el célebre arquitecto sevillano Aníbal González diseñó los planes urbanísticos de lo que hoy conocemos como barrio de Nervión, ideó la construcción de la cárcel provincial en uno de sus extremos. Con bastante retraso, el edificio empezó a funcionar en 1933, es decir, durante la II República, y sustituyó a la obsoleta e insalubre prisión del Pópulo, que estaba emplazada en El Arenal. Debido a su proximidad a la Venta de Ranilla, la nueva penitenciaría acuñó el nombre de Cárcel de Ranilla y, aunque a lo largo de su historia tuvo otras denominaciones oficiales, popularmente siempre se le llamó así.

Tras la Guerra Civil, la cárcel se convirtió en un bastión de la represión franquista. Allí fueron encerrados y torturados miles de represaliados políticos durante años, tanto hombres como mujeres, y muchos de ellos sufrieron la más amarga de las esperas: la de aguardar el momento de su muerte. El imaginero Antonio Perea Sánchez corrió mejor suerte y salió con vida tras cumplir su pena, pero siempre quedará en los anales de la historia que modeló la imagen de Jesús Despojado en su celda. Pero éste no fue el único acontecimiento extraordinario que sucedió en la Cárcel de Ranilla. En 1961, los reos fueron testigos directos del desborde del Tamarguillo y treinta años más tarde, sintieron en primera persona los eufemísticos daños colaterales de un atentado de ETA: explosión, temblores, humo, miedo… y cuatro muertes.

Ya por aquel entonces su actividad había menguado y sólo recluía a presos de tercer grado. Era la prueba evidente de que las autoridades pensaban ‘jubilarla’ más pronto que tarde y en 2007 se iniciaron las tareas de demolición pese a la oposición de los vecinos de La Concepción, antiguos condenados y asociaciones de la Memoria Histórica, que sólo pudieron conseguir que se conservara la fachada principal y el pabellón administrativo. Así pues, donde antes hubo calabozos, barrotes, corredores, aseos comunes, garitas y alambres, pronto habrá un parque, un centro cívico y una nueva jefatura de la Policía local. Sin duda, será un cambio drástico al que tendrán que acostumbrarse todos, especialmente, los que pasaron una parte de sus vidas en aquel imborrable lugar.