La cuarta Noche en Blanco

La cuarta edición de la ‘Noche en blanco’, celebrada el pasado viernes 2 de octubre, cosechó un éxito rotundo. El centro de Sevilla presentó un aspecto similar al de un día festivo en Navidad, con riadas humanas y los comercios echando humo. No era para menos, pues la iniciativa de la asociación cívica ‘Sevilla se mueve’ había conseguido que los principales monumentos de la ciudad abrieran sus puertas de par en par durante seis horas, concretamente, las comprendidas entre las ocho de la tarde y las dos de la madrugada. La Catedral y la Giralda, que se habían sumado por primera vez a este evento, fueron los principales atractivos y provocaron colas interminables.  

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Manuel Molina: el último rasgueo

“Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera; es más hermoso cantar, aunque se cante con pena”. El mundo del flamenco no ha podido cumplir el deseo de Manuel Molina, que falleció el pasado martes 19 de mayo casi sin tiempo para despedirse, pues se había negado a recibir tratamiento para la enfermedad que le diagnosticaron hace tan sólo unos meses.

Hablar de Manuel Molina es hablar de un artista de los pies a la cabeza. Nació hace 67 años en Ceuta, se crio en Algeciras, donde labró una amistad con Paco de Lucía, y terminó haciéndose hombre en Triana, el lugar que más le marcó. Fue su padre quien le enseñó a tocar la guitarra y ya en la adolescencia comenzó a hacer sus primeros pinitos en la música, formando parte de grupos tan variopintos como ‘Los Gitanillos del Tardón’, en el que coincidió con Chiquetete, o ‘Smash’, claramente influenciado por el rock progresivo. De semejante cóctel salió el germen del denominado rock andaluz, aunque la patente de este estilo es compartida con Jesús de la Rosa.

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El rebujito: de Londres a Sevilla

Aunque parezca mentira, el rebujito tiene su origen más remoto en… Inglaterra. Tal como lo oyen. Los británicos lo llamaban ‘sherry cobbler’ y estaba elaborado con vino de Jerez, agua carbonatada, una rodaja de naranja y hielo, ingredientes casi idénticos a los que hoy se utilizan para hacer el cóctel más famoso de la Feria de Abril. Este cóctel gozó de una gran popularidad durante la época victoriana (1837-1901) y estaba considerado como una bebida para enamorados. De hecho, solía tomarse con pajita para darle un toque más romántico y muchos personajes célebres, como el novelista Charles Dickens, cayeron en sus redes.

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Ocho apellidos sevillanos

Si no la han visto, algo poco probable, seguramente habrán oído hablar de ‘Ocho apellidos vascos’, la película más taquillera de la historia del cine español. Los 45 millones de euros recaudados dan buena fe del éxito de una cinta que contó con un modesto presupuesto de tres millones. Dirigida por Emilio Martínez Lázaro, cuenta la historia de un sevillano de pura cepa (Dani Rovira) que sale por primera vez de la capital hispalense para conquistar a una chica vasca (Clara Lago), a quien había conocido accidentalmente en Sevilla, entrando en una espiral cómica que le obligará a hacerse pasar por abertzale para conseguir su propósito.

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El acuario ya está en marcha

El acuario de Sevilla ya no es un proyecto, sino una realidad. Buena prueba de ello es que el pasado 30 de septiembre abrió sus puertas al público y en su primer fin de semana recibió más de 8.000 visitas, al tiempo que su página web se sobrecargaba por el enorme interés que ha despertado su inauguración. No es para menos, pues hablamos de unas instalaciones de primer nivel que no dejarán a nadie indiferente. En términos numéricos,  cuenta con 7.000 animales de 400 especies diferentes y 3.000 metros cúbicos de agua repartidos en 35 tanques.

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El prolífico Maestro Quiroga

maestro quirogaA Manuel López-Quiroga Miquel dejaron de llamarle muy pronto por su nombre y durante toda su madurez fue conocido como el ‘Maestro Quiroga’. Nació en Sevilla el 30 de enero de 1899 y aunque aprendió el oficio de su padre, que era un artesano grabador, su verdadera pasión era la música. Un organista le introdujo en ella y al poco tiempo ya era el encargado de tocar el órgano de la Iglesia de los Jesuitas. No satisfecho con sus innegables cualidades innatas, quiso aprender de los mejores y por eso ingresó en el Conservatorio Municipal para estudiar solfeo y piano con Rafael González, composición con Eduardo Torres y armonía con Luis Mariani.

A los 24 años estrenó su primera obra, la zarzuela ‘Sevilla, ¡qué grande eres!”, título que refleja perfectamente su arraigo a la ciudad, y a renglón seguido presentó ‘El cortijo de las matas, Presagio rojo’, que cosechó un éxito rotundo. En 1929 hizo las maletas y se mudó a Madrid para progresar como artista y ampliar su agenda de contactos. En la capital de España instruyó a principiantes y se dedicó a componer sin pausa. Buena prueba de ello es que a más de 5.000 canciones llevan su firma y muchas de ellas causaron furor en la España de la posguerra.

Cabe destacar que el Maestro Quiroga se hacía cargo exclusivamente de la música, pero siempre estuvo rodeado de los mejores letristas (Antonio Quintero, Salvador Valverde, Rafael de León) y vocalistas (Juanita Reina, Estrellita Castro, Concha Piquer) para crear conjuntamente piezas excelentes, tales como ‘María de la O’, ‘Tatuaje’,’ La Zarzamora’, ‘La Parrala’, etcétera. En pleno auge de la copla, sus acordes también llegaron al cine, y más concretamente, a las películas folclóricas que proliferaron entre 1940 y 1960. Una década después fue nombrado Consejero de Honor de la Sociedad General de Autores de España y siguió recibiendo distinciones por sus méritos hasta que falleció en 1988.    

El tren más carismático

trenUna de las grandes sensaciones de la Exposición Iberoamericana de 1929 fue, sin lugar a dudas, el tren Lilliput. Durante mucho tiempo se creyó que fue un regalo del rey Alfonso XIII a la ciudad de Sevilla, aunque recientemente algunos historiadores han encontrado documentación que pone en duda esta afirmación. Sea como fuere, el pequeño ferrocarril causó más furor que todas las atracciones del parque, incluida la montaña rusa, y recorría el recinto de punta a rabo haciendo paradas en sus cinco estaciones: Glorieta Becquer, Paseo de las Delicias, Barrio Moro, Parque de Atracciones y Plaza de América.

Al parecer, fue José Cruz Conde, Comisario Regio de la muestra, quien adquirió personalmente las cinco máquinas (bautizadas como Sevilla, Santa María, Pinta y Niña) durante su visita a la Exposición de Colonia de 1928. De fabricación alemana, cada locomotora medía siete metros de largo, arrastraba diez vagones y podía transportar a unas 150 personas con una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora. Para que el viaje fuera más atractivo si cabe, se construyó el túnel que actualmente atraviesa el Monte Gurugú y cerca de la Plaza de España se habilitó una galería que simulaba a las Grutas de las Maravillas de Aracena.

Más de 500.000 personas de todas las edades se montaron en él, dejando una recaudación de 684.000 pesetas. En otras palabras, el tren Lilliput, que jamás se averió ni sufrió ningún accidente, se convirtió en la tercera fuente de ingresos de la exposición tras las entradas y la explotación comercial de los terrenos. A la conclusión del evento fue almacenado en unas cocheras que se encontraban próximas a la Avenida de la Borbolla y rescatado en dos ocasiones (1930 y 1932) para sendas exhibiciones. Tras la última de ellas, las máquinas fueron abandonadas a su suerte y se deterioraron notablemente, aunque en 1969 una de ellas (la Santa María) fue restaurada y vendida al parque de atracciones de Madrid, donde fue reciclada durante un tiempo como el Tren del Oeste. Por su parte, la Niña fue reparada posteriormente por la Asociación Sevillana de Amigos del Ferrocarril y actualmente se halla en la Estación de Santa Justa. Así las cosas, el tren miniatura sigue vivo pese a las vicisitudes que le han acompañado durante su existencia.  

La actriz de la copla

marifetrianaNo todo el mundo sabe que Marifé de Triana nació en Burguillos (1936), aunque si adoptó el nombre del barrio con más solera de Sevilla para su apellido artístico no fue por casualidad, sino porque vivió buena parte de su infancia allí. Y además, en su salsa, pues su carácter encajaba a la perfección en aquel arrabal, que encontraba motivos para la alegría incluso en plena posguerra. Su padre, que era contratista de obras públicas, murió cuando ella solo tenía 9 años y al poco tiempo decidió dejar los estudios para intentar labrarse un hueco en el mundo del espectáculo. Sin embargo, aún era demasiado pequeña para ganar dinero, los ingresos escaseaban en casa y su madre hasta se vio obligada a vender la máquina de coser. Y cuando ya no había nada más que vender, tomó la determinación de llevarse a sus cinco hijos a Madrid.

María Felisa Martínez López, que era como realmente se llamaba Marifé, se ganó su primera oportunidad de una manera un tanto peculiar. Un día acompañó a su hermana mayor, costurera de profesión, a casa de unos clientes para tomar medidas de unas cortinas y durante la espera se puso a canturrear emulando a Juanita Reina. La sirvienta del hogar se quedó asombrada y en cuanto llegaron los propietarios instó a la niña a repetir su demostración. Y fue entonces cuando su anfitrión ocasional, el señor Lombardía, utilizó sus contactos y le gestionó una actuación en Radio Nacional de España de la mano del locutor David Cubedo, que fue quien le puso el sobrenombre.

Esa aparición pública le valió para introducirse en varias compañías que hacían giras por el territorio nacional y en una de ellas el promotor Juan Carcellé le ofreció estrenarse en solitario en el Coliseo de Price (Madrid), donde se ganó al público. Llegados a este punto, las discográficas se pelearon por ella y con razón, pues en cuanto la canción ‘Torre de arena’ empezó a sonar en las radios se convirtió en un éxito rotundo. Tras este vinieron otros ‘hits’ como ‘La loba’, ‘13 de mayo’, ‘Romance de Zamarrilla’ o ‘Quién dijo pena’, por lo que su ascensión a la fama fue meteórica. Tanto es así que los críticos la catalogaron como ‘La actriz de la copla’ por su capacidad para emocionar y transmitir sentimientos a través de la música.

Marifé de Triana falleció hace solo unos meses a la edad de 76 años y fue homenajeada a través de distintos actos, destacando especialmente el que tuvo lugar en el Teatro de La Maestranza. Antes de morir también recibió varias distinciones, entre ellas la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo  en 2011.

Unidos por la sangre y la comedia

Sevilla y su provincia han sido cuna de grandes escritores desde tiempos inmemoriales y hoy hablaremos de dos ellos que compartían la misma sangre: los hermanos Álvarez Quintero. Serafín y Joaquín nacieron con apenas dos años de diferencia en Utrera a finales del siglo XIX y desde pequeños empezaron a interesarse por la literatura. De hecho, siendo adolescentes ya estrenaron su primera obra en el Teatro Cervantes de Sevilla, titulada ‘Esgrima y Amor’. El gran éxito obtenido invitó a su padre a trasladarlos a la capital hispalense, donde encontraron trabajo en el Ministerio de Hacienda. Allí, entre el trajín burocrático, surgieron nuevas ideas que fueron plasmadas en la tranquilidad del hogar.

Unos años después decidieron dejar su profesión para dedicarse por completo a su vocación y se instalaron en Madrid, donde se especializaron en el género de la comedia de costumbres. Lejos de olvidar sus raíces, ambientaron casi todas sus obras en Andalucía y pusieron en relieve tanto su dialecto como sus tradiciones sin caer en los falsos estereotipos. Así, su estilo giró en torno a unos diálogos fluidos, optimistas, ingeniosos y divertidos, con pinceladas de humor.  En ocasiones se les achacó que sus composiciones carecían de crítica social, pero lo cierto y verdad es que se ganaron el reconocimiento absoluto de lectores y espectadores, así como de la inmensa mayoría de los críticos literarios.

Además de dramaturgos, los Álvarez Quintero fueron poetas (hicieron incursiones en la lírica), periodistas (colaboraron con distintas publicaciones de España e Hispanoamérica) y lingüistas (fueron miembros de la Real Academia Española). Curiosamente, siempre escribieron al alimón e incluso después del fallecimiento del hermano mayor (1938), Joaquín siguió firmando sus escritos con el nombre de los dos hasta el día de su muerte (1944). Algunas de sus obras más importantes son ‘El ojito derecho’, ‘Las flores’, ‘Mañana de sol’, ‘Las de Caín’, ‘Doña Clarines’, ‘Los Galeotes’, ‘Ventolera’, etcétera.