En Sevilla podemos encontrar alrededor de una veintena de museos de diversa índole y hoy ahondaremos en el que quizás sea el más desconocido para el público en general: el que trata sobre el Guadalquivir. Está situado tras una de las naves de la Avenida de la Raza, su nombre oficial es Centro de Información del Puerto de Sevilla y su contenido permite responder a la compleja pregunta de qué sería la capital hispalense sin el río y viceversa. La exposición, que es permanente, ocupa aproximadamente 1.600 metros cuadrados y está diseñada para que los visitantes realicen un recorrido histórico lineal, aunque existe total libertad para detenernos más en unos lugares que en otros.
Todo está configurado en torno a seis salas. La primera está dedicada a los orígenes más remotos del puerto, la segunda a su expansión desde la época medieval hasta mediados del siglo XX, la tercera a la transformación que ha sufrido por la mano del hombre, y la quinta y la sexta al presente y al futuro del puerto respectivamente. Llama poderosamente la atención la presencia de tres grandes grúas, siendo una de ellas una réplica de la ‘Torre de las muelas’, y la explicación interactiva de por qué el Guadalquivir pasó de tener 120 kilómetros de longitud a los 90 actuales.
Del mismo modo, el Centro de Información del Puerto de Sevilla posee una rica colección de señales marítimas que incluye luces de grandes dimensiones, aparatos de radiofrecuencia, bolardos, faros, contenedores, balizas, boyas, etcétera. Tampoco hay que olvidar las numerosas maquetas, que recrean tanto la actividad que tenía el muelle como la forma de los antiguos buques que atracaban en él. Por último, cabe destacar que la entrada al recinto es totalmente gratuita y que cada año unas 7.000 personas, la mayoría de ellas en edad escolar, aprenden algo nuevo gracias a él.
Una de las grandes sensaciones de la Exposición Iberoamericana de 1929 fue, sin lugar a dudas, el tren Lilliput. Durante mucho tiempo se creyó que fue un regalo del rey Alfonso XIII a la ciudad de Sevilla, aunque recientemente algunos historiadores han encontrado documentación que pone en duda esta afirmación. Sea como fuere, el pequeño ferrocarril causó más furor que todas las atracciones del parque, incluida la montaña rusa, y recorría el recinto de punta a rabo haciendo paradas en sus cinco estaciones: Glorieta Becquer, Paseo de las Delicias, Barrio Moro, Parque de Atracciones y Plaza de América.
El año que viene Sevilla celebrará el 85 aniversario de la Exposición Iberoamericana de 1929 con una serie de actos culturales que pretenden revivir la muestra que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad. El programa arrancará con un concierto de la Banda Sinfónica Municipal, que interpretará temas inéditos y recuperará el mítico himno de la exposición, el cual fue compuesto en su día por Francisco Alonso (música) y los hermanos Álvarez Quintero (letra). Asimismo, el Ayuntamiento tiene previsto reabrir los pabellones al público tras haber llegado a un acuerdo con varias delegaciones internacionales.
Por proximidad en el tiempo, la Exposición Universal de 1992 suele ser uno de los temas más recurrentes de los sevillanos, pero en nuestra ciudad hubo otra muestra internacional de gran envergadura. Hablamos, naturalmente, de la Exposición Iberoamericana que arrancó el 9 de mayo de 1929 y duró hasta el 21 de junio de 1930. La idea fue concebida por el comandante de artillería Luis Rodríguez Caso y desde el primer momento tuvo muy buena acogida tanto en la Administración local como en la nacional, pero, como es habitual en proyectos de gran magnitud, precisó de un periodo amplio de maduración (dos décadas) para que se transformara en realidad.
Recientemente se han cumplido ochenta años desde que la primera aeronave aterrizara en el aeropuerto de Sevilla. Fue el 11 de julio de 1933 cuando el célebre Graff Zepellin estrenó el pavimento de San Pablo con 18 pasajeros a bordo, la mayoría de ellos alemanes, que fueron recibidos por un comité de bienvenida entre los sones musicales de una orquestina. Hasta ese momento, los aviones habían operado en Tablada, en una parcela de 240.000 metros cuadrados que había sido cedida por el Ayuntamiento al ejército y que inicialmente fue utilizada para exhibiciones aéreas. Sin embargo, con el paso del tiempo fue también un centro de formación de pilotos y observadores, y un vértice de líneas comerciales que unían a la capital hispalense con Madrid, Larache (Marruecos), Lisboa, Barcelona, Berlín y Canarias.

acuerdo para proteger más si cabe estos espacios, jornadas de puertas abiertas, etcétera. Como colofón, desde mediados de enero hasta marzo tendrá lugar una exposición fotográfica en la Avenida de la Constitución, la cual ha sido orquestada por el Patronato del Alcázar, junto con el Ayuntamiento y el Arzobispado. La muestra estará compuesta por 35 paneles dobles con imágenes e información escrita sobre esta efeméride y explotará el recurso de la comparativa.
conseguido recrear sus interiores con una precisión milimétrica y poner al alcance del público reliquias tan interesantes como la lista de pasajeros completa, dos cartas escritas del puño y letra del primer oficial, un fragmento de la escalinata, un trozo de carbón extraído de la sala de calderas, etcétera. Además, se podrán recorrer los pomposos pasillos, visitar los camarotes y apreciar las diferencias entre los de primera clase y los de tercera, e incluso tocar un iceberg con los dedos de la mano.